La habitación de Navis estaba lóbrega. Las cortinas cerradas, el pestillo cerrado, y las luces apagadas, pero a pesar de ese ambiente de melancolía enclaustrada, Navis estaba feliz entre la oscuridad.
¡Había recibido un beso! ¡Su primer beso! ¡Y lo mejor de todo es que fue de su propia sombra!
Se tiró a la cama, sonriente.
Dio un suspiro de triunfo y mirando al techo, comenzó a pensar en las peculiaridades de su donum. Sombra lo quería mucho, y si la sombra y el wrovil eran uno mismo, ¿lo que acaba de suceder sería narcisista de su parte?
Tonterías.
O tal vez no.
Debería consultarlo con Regnus, pero no estaba seguro de decírselo. No es que fuera a decirle: «Mira Regnus, últimamente mi sombra ha estado muy coqueta conmigo. Sólo fue un beso. Un besito muy bonito».
—Tendré que pensar en cómo explicarle lo de Sombra —se dijo a sí mismo, con la esperanza de que Sombra saliera de nuevo para ver si estaba de acuerdo o no. Pero no funcionó—. Tomaré eso como un sí.
Bien, se lo diría.
Fue escalera abajo con un cuaderno bajo el brazo y se escabulló por la entrada que daba al Regazo. Regnus estaba ahí. Las luces del camino estaban encendidas. Alguien estaba platicando con Regnus. Se escuchaba una plática lejana. Conforme se fue acercando, Navis reconoció a los respectivos dueños de las voces: Arthur y Regnus.
Arthur estaba sentado en el sofá compartido y Regnus en el sofá de una pieza.
—Qué más da. No es que vaya a ser el mejor —decía Arthur—. Algunos estarán demasiado fuertes.
—Te estás subestimando a ti mismo, whenuano. Puede que seas un whenuano, pero llegarás a ser algo con tu propia existencia. Ese hombre que tienen como Supremo Líder estará ahí por algo.
—Narendra Khan. Es el mejor.
—Sólo veo que tienes miedo de defraudar al Supremo Líder y no cumplir con tus expectativas.
—A veces siento que debí quedarme callado.
—No. Hiciste bien en decirle. No hay nada peor que quedarse callado. Te asfixias tú mismo.
Arthur dejó su copa de agua sobre la vieja mesa de cristal que tenía a su lado. Estuvo pensativo unos segundos.
—Es cruel sentirse asfixiado por sus anhelos —dijo después de refrescar su boca—. ¿Alguna vez se sintió así?
Regnus no supo qué contestar, así que sólo asintió con su cabeza.
—Sólo diré que… estar aislado mucho tiempo daña demasiado.
—De acuerdo, señor Batthory…
Ambos hombres dirigieron sus miradas al túnel. Navis había llegado por fin.
—Buenas tardes, caballeros. Lamento interferir en su plática.
—¿Y éste cuándo llegó? —dijo Regnus.
—Yo tampoco lo oí venir.
—Vaya, ahora vuelas, por lo que veo.
—Caminé hasta aquí. Dejen de decir tonterías —gruñó Navis, dejando el cuaderno sobre la mesa.
Fue a servirse una copa de agua y se sentó a un lado de Arthur.
—¿Y bien? ¿Qué tal tu día hoy?
Navis escupió el agua ante la pregunta porque le había recordado a Sombra.
—Qué curioso —comenzó a molestar Arthur—. Hasta diría que te has puesto rojo.
—¡No es verdad! ¡No hice eso! —se defendió Navis.
—¡Ajá! Mire usted, señor Regnus: ¿Cierto o no que mi hermano está ocultando algo?
—Mi único ojo no miente lo que ve mocoso, algo ocultas.
—Una chica —soltó Arthur al azar.
Navis se sonrojó de más. Casi: una sombra llamada Sombra.
—No —contestó titubeando.
—Sí, claro. ¿Cómo se llama? —Arthur siguió amonestándolo sin malas intenciones.
—No lo sé.
—¿Es de Whitlacier? ¿Es guapa? Vamos, habla. Es normal que las chicas se te acerquen sabiendo que eres capitán. A Rufio le sucedió lo mismo.
—Es… de Whitlacier. De mi curso.
—No estarás hablando de Dougherty, ¿cierto?
—No, eso quedó atrás.
—¿Dougherty? ¿Por qué se me hace conocido? —preguntó Regnus.
Arthur contestó:
—Por que fue una de las chicas a las que secuestraste junto a mí en aquella ocasión.
—Ah.
—Por cierto, Warren se la quitó a Navis.
—¡CÁLLATE, ARTHUR! —bramó Navis.
Arthur comenzó a carcajearse.
—¿Entonces quién es?
Navis ladeó los ojos para evadir la pregunta.
—Como quieras —siguió Arthur, entre risas—. De todas formas cualquiera de nuestros hermanos, hasta yo, lo vamos a descubrir tarde o temprano.