—Atención a todos, los cetros de los siete arcángeles se han extraviado. Se les ordena quedarse en sus lugares, los guardianes irán a inspeccionarlos.
Así como se escuchaba, habían hurtado los bastones que pertenecían a los arcángeles. Los guardianes se buscaban en cada lugar hasta que se percataron de algo poco común, alguien no había obedecido a lo mandado y llevaba un costal sospechoso.
Ese era el ladrón, ese era yo.
—¡Quieto! —vociferó el guardián detrás de mí, una gota de sudor recorrió mi rostro de la frente a la barbilla— ¿Es tu compañero? —observó a aquella ángel de cabello rojizo que había escogido para inculpar.
Un «no» seco fue expresado por esos pequeños labios acompañados de una mirada cabreada.
No sabía qué hacer, estaba entre la espada y la pared, tiré el bolso y me lancé en picada al mundo de los mortales. Pero mi evasión no había durado mucho, fui tan bruto que no estaba al corriente que el vigilante no estaba solo.
En el momento menos esperado me sentí inmóvil, mis alas dejaron de revolotear dejándome caer al vacío. Se me hizo inevitable no cerrar los ojos, yo y sólo yo era responsable de mi destino, de mi final.
«Eres un tarado, Jenner».
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Editado: 01.10.2022