En la batalla, en el bosque, al borde del precipicio en las montañas,
En el gran mar oscuro, en medio de jabalinas y flechas,
En el sueño, en la confusión, en las profundidades de la vergüenza,
Las buenas acciones que un hombre ha hecho antes defenderlo.
- Parte del Bhagavad Gita
Empezamos con una idea en su estado más crudo. El simple hecho de que se conciba puede dar hincapié a un sinnúmero de lienzos para rellenar. Esas paredes en blanco gritan por ser cubiertas por otro color que no sea tan similar a la pálida capa que ya los cubre.
Al momento de cubrir el más diminuto milímetro de un espacio hace que la idea cambie por completo. El origen de su concepción apenas puede ser vislumbrado nuevamente, lo cual es malo ya que se sigue utilizando como una inspiración para proyectos similares.
¿La idea continua ahí? Claro que sí.
¿El lienzo continúa en blanco? Por supuesto que no.
Después de un tiempo cuando se consulta el lienzo original para otro proyecto nos encontramos con la horrible noticia de que este es inexistente. Ahora es necesario adaptarse con los trabajos que se aferraron desde un principio a la idea, pero estos fueron reinventados desde un comienzo y se encuentran repartidos en numerosos bocetos.
Como es casi imposible saber cuál trabajo es el más cercano o es enteramente similar al original, nos basamos en lo que se ha aprendido del tema y se hace una búsqueda relativa a la capacidad del solicitante.
Sorprendentemente nos encontramos con una versión totalmente nueva que es creada en el momento. Al hallar una respuesta entre tantas opciones esta se toma como la ideal para futuros trabajos.
Al menos hasta que se encuentre una más eficiente, o más adaptable a la situación que lo amerite.
Esperaba escuchar esta definición sobre el origen de la política de los labios de un poeta, de un psicólogo, de un sociólogo, o incluso de uno de los tan escasos filósofos existentes en los restos del mundo. Mi sorpresa me llevó a escucharlo de un estudiante de universidad.
Quisiera saber su nombre en estos momentos pero mi mente está en otro lugar. Tal vez no me lo dijo o quizás nos olvidamos del detalle. Lo que sé sobre él era que trataba de sobrevivir en un mundo que se colapsaba lentamente sobre sí, después de las grandiosas explosiones de hace unos años.
Vino a este pueblo con la promesa de que era la mejor opción para obtener más minutos de vida… fue engañado por su propia mente al igual que todos.
Dicha promesa era real pero se convirtió en una mentira cuando los epicentros de la catástrofe mundial obligaron a todos a trasladarse lo más cerca de aquí. Fue lógico pensar que no era posible prometer el mismo alivio a todas las personas, y ni hablar de sus necesidades básicas.
Incluso con una distribución controlada de los bienes perecederos fue imposible lograr que todos pudieran obtener una parte necesaria para sobrevivir. Por un corto tiempo la insubordinación llegó desde todos los frentes, internos y externos.
Pero como era de esperarse esto no duró mucho. Las nubes de ‘polvo asqueroso’ se hicieron cargo de las insurrecciones de manera inesperada. Aunque algunos rebeldes se infiltraron en los refugios durante el alboroto para escapar de ellas, estos hicieron a un lado los desacuerdos para tratar de salvar su vida.
Los refugios públicos eran por completo herméticos. Estaban a salvo de los vapores tóxicos del exterior, siempre y cuando se quedaran dentro de ellos. Aunque por desgracia nadie de los que estaban ahí pensó en la posibilidad de quedarse hasta que las nubes se disiparan.
El compuesto químico de las novedosas bombas que detonaron sin experimentación previa formaron nubes con un tiempo de vida dudoso. Un científico afirmó que durarían dieciséis semanas, un optimista aseguró que sólo se quedarían ahí dentro por un mes; máximo, y una niña que lloraba en los brazos de su madre dijo que se quedarían ahí para siempre. Todos callaron cuando escucharon esto. Las etapas de la desesperación se pasaron tan rápido como llegaron y los que planearon una insurrección ya estaban racionando los bienes disponibles para los meses por venir.
Todos olvidaron los millares de cuerpos que no lograron librarse de los mortales gases, y no tendrían razón para preocuparse, pues ellos debían sobrevivir ya que eran lo único que quedaban de la población mundial.
Yo en cambio tenía modos de sobrevivir afuera de los bunkers y me vi en la tarea de llevar a todo aquel que pudiera caminar dentro de las zonas seguras. Por más que tratara, las personas no lograban dar más de cinco pasos antes de tocar el suelo sin una señal de vida en sus cuerpos. Sin embargo no podía rendirme, tenía que encontrar a alguien que aún pudiera salvarse.
Luego de unos minutos ya no pude escuchar los gritos de auxilio en la lejanía. Traté de pensar que había un problema con mi audición pero sabía que ése no era el caso.
No quería rendirme pero no había nada más que pudiera hacer por ellos. Me dirigí de vuelta a las zonas seguras cuando me topé con algo que llamó mi atención. Una desgastada mochila café que apenas podía distinguirse entre la neblina de colores arcoíris.
Me moví con cuidado en el mar de cuerpos en descomposición mientras me acercaba a ella. Tan pronto cómo llegué al sitio me aseguré de que en verdad era el objeto que imaginaba. Por desgracia así era.
Obviamente el problema no era el pedazo de tela diseñado para cargar objetos, sino la última persona a la que vi con esa antigüedad. Al tomar de los hombros al cadáver y darle la vuelta pude ver de primera mano los efectos nocivos de la radiación.
La ropa que llevaba apenas se mantenía en su lugar, pues lo único de lo que dependía para estar en su lugar eran los huesos cubiertos de piel y un poco de músculo sobrante. Debería ser imposible que un ser vivo pudiera perder sus fluidos de esta manera; pero cosas más extrañas han pasado en los últimos años.
Recuerdo muy bien una de ellas, en la que casi todos los recién llegados, sin importar la cultura a la que pertenecían, el idioma que hablaban o la ideología que profesaban, tenían algo en común. Se trataba de la fe ciega y la confianza infundada que depositaron en el robot que fue electo gobernador de una ciudad.
La gente que no vivía en la ciudad y que emigró a ella por necesidad produjo en masa, y en distintos idiomas, distintivos que fungirían como pases no oficiales a la seguridad.
‘Vote por Matías Hat’ eso decía el botón que se aferraba con un seguro a la camisa del universitario que falleció, seguramente minutos antes de que lo encontrara.
Me sentía abrumado por la impotencia, aunque no lo sabía hasta que miré a este joven con el que tuve una amena conversación. La chispa de la vida de la que aprendimos mientras crecimos evadía su mirada vidriosa y no podía hacer nada para remediarlo.
Era imposible hacer algo por él y el resto de los miles que se encontraban alejados de las zonas seguras. Así que me limité a cerrar sus ojos lo mejor que se me permitió y me dirigí de vuelta a los restos de la ciudad.
A medio camino pude distinguir una figura a unos metros de mí más allá de los cuerpos en un montículo de tierra. Los pocos rayos de sol que se aventuraron a través de las nubes de gases nocivos me dieron una mejor vista de esta persona. O al menos de lo que pensé era una persona.
Su brillante coraza indicaba a leguas que se trataba de un ser artificial, y su sombrero de copa dejaba en claro su identidad. Lo raro, si es que todavía puedo utilizar esa palabra, era que se encontraba aquí en lugar de al otro lado de los refugios.
Curioso, me acerqué a donde se encontraba para preguntar sus razones. No que tuviera algo mejor en qué gastar mi ahora más limitado tiempo de vida.
Mientras me aproximaba al sitio en donde él estaba pude formar otra pregunta que hacerle a nuestro líder. Podía hacer suposiciones muy obvias sobre los agujeros que estaba cavando pero decidí dejar que el gobernador me lo explicara en sus propias palabras.
— Buenas noches, gobernador— Saludé amablemente.
Matías Hat, el personaje más interesante de la década, se detuvo en medio del quinto hoyo que estaba cavando. Dejó la pala sobre un montículo de tierra escarbada y volteó a verme.
No sé si era posible pero un escalofrió recorrió mi espalda tan pronto como el equivalente a sus ojos se postraron sobre mi persona. La sonrisa permanente estaba ahí y por primera vez dudé al verla.
— Muy buenas noches a usted — Tomó su sombrero e hizo una reverencia con él —. ¿Qué se le ofrece, buen señor?
— Gobernador, vengo a preguntar…
— ¿Puedes llamarme Matías? — Me interrumpió —. Hace tiempo que nadie me llama por mi nombre.
La petición fue extraña para mí pero no afectaba en nada mi manera de expresarme.
— De acuerdo… Matías. ¿Por qué está aquí afuera, en lugar de mantener el orden dentro de los refugios?
El robot rascó su barbilla, como si estuviese pensando en qué decir. Luego de unos segundos su boca se iluminaba mientras respondía.
— Trato de ser útil aquí.
— Pero Señor-
— Matías.
—…Pero Matías, la gente lo necesita.
— Eso ya lo sé.
Estaba sorprendido por su respuesta. Él no era conocido por ignorar los problemas de la gente o por conocerlos y hacerlos a un lado. Es decir, eso era por lo que fue electo en primer lugar. Habría querido no continuar preguntando pero no había forma de saberlo entonces.
— Si ya lo sabe, ¿por qué no hace algo al respecto?
— No lo entiendo, pero si es lo que he estado haciendo — Desvió la mirada un poco y miró su trabajo —. Aunque creo que necesitaré un poco más de tiempo para hacer suficientes.
— Matías, sé que no es correcto dejar a estos cuerpos sin un entierro apropiado pero hay cosas más importantes que requieren su participación.
— Pero esto es lo más importante, es lo único que queda por hacer — Tomó la pala y siguió cavando pero no detuvo la conversación —. Si quiero hacer las necesarias debo terminar en unas horas.
No parecía que fuera a convencerlo de lo contrario y mi traje me indicaba que sí perdía más tiempo en ello me arriesgaría a una exposición a las sustancias nocivas que no tenían efecto en él. Sin embargo, quise hacer un último esfuerzo antes de retirarme.
— ¿Hay una forma en que lo convenza de volver adentro? — Pregunté esperanzado.
— Bueno…— Se detuvo momentáneamente me dirigió la mirada — Si me ayudas quizás termine antes.
— Pero no hay forma de que sobreviva mucho tiempo aquí afuera.
— No te preocupes por ello. Cuando te desplomes puedes descansar aquí mismo.
— ¿…A qué se refiere?
Creo que lo sabía desde un principio pero aun así formulé la pregunta. Supongo que necesitaba escucharlo de su sintetizador de voz.
— ¿Cómo quisieras tu entierro? Podemos hacerlo de acuerdo a tu religión, aunque tendría que ser rápido.
No me molesté en contestar. El desprecio por lo que sugería estaba reflejado en mi rostro y quise ahorrar saliva por las palabras fuertes. Simplemente me retiré de vuelta a los bunkers y guardé la información de lo sucedido.
Tarde o temprano alguien vería lo que él estaba haciendo, así que no había necesidad de confirmar las futuras teorías sobre los hoyos que cavaba.
Y ahora, desde el otro lado del plástico no dejo de preguntarme cuánto es que resistirá, y si duraremos siglos aquí, ¿cuánto tardaremos en darnos la espalda y ver por nuestros propios intereses? ¿Trabajaremos cómo los humanos que suponemos ser?
El robot que hasta el momento ha cavado hectáreas enteras de tumbas tal vez conozca la respuesta a estas interrogantes, y por ello dedicó su tiempo a hacerle un favor a los muertos.
Tengo una teoría al igual que el resto sobre su desapego hacía nosotros. No es tan complicada como las demás pero supongo que es la más humana ya que no implica una ‘caída’ sino una realización.
Matías Hat, a quien se le depositó una gran carga, se volvía más "tenso" conforme pasaba cada evento a su alrededor. Computaba con rapidez y ligera frialdad. Ignoraba sus códigos éticos, si es que alguna vez tuvo algunos. Durante los últimos días de aire fresco miró con incredulidad el lugar opuesto a donde huían las personas y cuando una gritó “¡Auxilio!” y hubo una marejada de personas corriendo hacia la ciudad para escapar del sonido seco de las nubes, sus hombros y facciones inexistentes se relajaron por completo.
Su ser expresaba un alivio tremendo.
Nadie está de acuerdo con esta teoría ya que estoy tratando de “justificarlo demasiado”. Siendo justos, nadie en este lado de las paredes de plástico tiene cabida para el nombre de Matías Hat, y cualquiera que lo mencione no recibe un visto bueno por la población en general.
Sus teorías conspirativas por parte de personas que seguramente están muertas tampoco me agradan. No importa en realidad la razón.
Ha pasado un año y las nubes no se han disipado y sigo con el temor de que nuestro refugio continúe siendo temporal.
Lo único que hacemos aquí es sobrevivir, aunque dudo que logremos durar más. Sólo espero que lo que vi al otro lado del vidrio haya sido una telaraña y no una grieta en el refugio.
Los cadáveres de los miles que murieron durante el primer día de exposición ahora descansan bajo tierra. Cada entierro llevó una hora, máximo, y justo ayer el autómata terminó de llevarlos a cabo.
Yo estaba recargado sobre el vidrio, escribiendo en un viejo diario cuando escuché a alguien tocar con ritmo el plástico reforzado. Me sorprendí al principio, pero me tranquilicé cuando recordé quién era.
La borrosa imagen del robot mostraba con irónica claridad que tan desgastado estaba su traje. El sombrero no era una excepción, la tapa estaba de lado y tenía rasgaduras a los lados por el uso.
Todo su cuerpo no mostraba daño alguno y parecía que así se quedaría durante mucho tiempo. Su boca se iluminaba con palabras pero fue imposible para mí entenderlo.
Al darse cuenta de ello se retiro por unos minutos y cuando volvió tenía en manos un marcador. Seguramente lo obtuvo de las pertenencias de algún cadáver.
Espero que no haya sido de aquel pobre chico que conocí hace tiempo.
Escribió en el vidrio con rapidez y me mostró lo escrito una vez que terminó. Tuve que acercarme más para ver con claridad lo que trato de decir, en un vano intento de despejar lo que decía como una broma.
Ahí decía, con perfecta ortografía en reversa: “¿Podrías por favor recordarme el número de personas que hay ahí adentro?”