Caminé directo a la estación de autobuses acomodando mi traje negro y la camisa blanca que como siempre lucía desastrosa aunque según la nueva novia de Daniel, la número cinco, la camisa de botones abierta en el pecho me hacía lucir… En realidad, prefiero no recordarlo. Y pensar que según Margareth ella es la destinada para mi buen amigo, vaya calamidad porque la chica no puede guardarse nada, ni sus propios pensamientos. Además, una soñadora y un realista no sonaban bien para mi; pero, Madame Le Destin pensaba diferente como siempre y cuando le reclame tal desfachatez me mandó a enviar con cupido y ni siquiera existe, que yo sepa. ¿Será que existe? Me encontré preguntándome al respecto mientras tomaba asiento en el banco de la estación a lado de la mejorada carretera. Una anciana ya se encontraba allí con un grueso abrigo que intenta luchar tanto como podía contra el frío incesante de la noche.
—Pero, qué frío hace hoy… ¿No crees? —se dirigió a mí con una sonrisa encantadora y le devolví el gesto con cautela.
—Ese parece un abrigo demasiado grande para usted —le dije.
—Y ni siquiera hace bien su trabajo —dijo ella.
—Que lastima —comenté al respecto. —¿De quién era?
—Es —se apresuró a corregir. —Es de mi esposo.
—¿Y dónde está él?
—¿Por qué el interés? —Se volvió a mí con preocupación y sospecha.
—No me gusta ver a una mujer sola tan tarde en la noche —le dije despreocupado.
Ella sonrió como una jovencita.
—Bueno, hoya trabaja hasta tarde —me informó.
—¿En serio? —De nuevo otra mentira y el teléfono vibró en mi pantalón y con cuidado lo saqué de mi bolsillo y respondí. —¿Sí?
—Adam, ¿en dónde te metiste? Tengo el restaurante lleno y Marco no vino a ayudarme, también he llamado a Simón pero con todo ese asunto de la tesis anda medio loco, le he dicho miles de veces que se corte el cabello pero tampoco hace caso —se detuvo de repente y vi el autobús acercarse. —Adam, ¿me estás escuchando?
—No puedo hablar ahora mismo —le dije antes de colgar y supe que cuando regresara a casa sería un hombre muerto. —Aquí viene, el penúltimo de la noche —dije a la mujer y ella sonrió. —Pero, me temo que no puedo dejarla subir al autobús.
La vi ajustarse el abrigo al cuerpo y luego volverse a mí lentamente con una mirada mordaz que borró por completo a la mujer amable. Ella estaba esperando a que revelara mis intenciones antes de hacer cualquier movimiento arriesgado. Yo me sentía tranquilo con la cabeza fría, una sensación que empezaba a sentir tan normal como respirar.
—Los sacrificios humanos son un asunto delicado, Señora Gross —devolví el teléfono móvil a mi bolsillo derecho y enfoque mi mirada en ella. —Pero, robar y destruir los emisarios de la muerte, ¿cuántos fueron? Cinco hasta ahora. ¿Esperaba que me quedara de brazos cruzados sin hacer nada mientras usted hacía daño y eliminaba a mis subordinados?
—Lord… —Se quedó sorprendida al comprender quién era yo. —Lord de la muerte —dijo finalmente, eligiendo ese nombre. —¿Dónde escondió sus almas? La de todos —Pregunté y luego especifiqué lo que buscaba.
—Son mías, yo las recolecté —contestó enfurecida.
—Pregunté solamente porque quería ser educado y esperaba un poco de cooperación de su parte —le dije mientras me levantaba. —Hace una año le habría preguntado de nuevo, pero la cosas han cambiado y mi nueva política es no preguntes más de una vez si ya lo sabes.
Ella me observo consternada.
—Sé que está justo aquí —llevé mi mano a su cuello para tomar la cadena de la que pendía una piedra oscura. Ella intento detenerme sin mucho exito, pude arrancarle la cadena en un instante en el cual también dejé caer la piedra al suelo para luego aplastarla con mi pie y hacer que todas las almas lograrán escapar de su encierro.
—No, ¡no! —Ella intentó atraparlas con sus manos, como si eso fuera posible.
—¿Algo que decir en su defensa? —le pregunté como acto de misericordia.
—Nunca me atrapara —se levantó de golpe y me empujo a un lado para subir en el autobús que ya se marchaba. La deje hacerlo porque ese era su destino, al menos el nuevo que me había encargado de marcar para ella con mucho cuidado. La orden ya había sido dada, un terrible accidente acabaría con su vida junto a la de otras personas que lamentablemente habían llegado al límite de su existencia.
—Esto ha sido más fácil de lo que creí —pensé en voz alta y tomé asiento de nuevo para esperar por el último autobús, no tenía ánimos de llegar a casa de inmediato. Así que le envie un mensaje de texto a Daniel para recordarle sobre su trato con mi abuela y que si no se aparecia hoy sería hombre muerto. Seguramente estaba tonteando con su novia número cinco, como prefería llamarla. Intentaría convencer a Madame Le Destin de encontrar a una novia número seis si no fuera porque la cinco ya está esperando un bebé y aún no lo sabe. ¡Rayos! Debí haberle preguntado hace tres meses cuando comenzó a obligarnos a todo a probar sus horrendos batidos nutritivos. Ahora tendría que aguantarla para siempre porque Daniel estaba construyendo una casa al lado de la mía para ser vecinos finalmente.
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Editado: 06.07.2018