Cinco muchachos aparecen frente a mi y no puedo ver sus rostros, es como si algo estuviera previniendo que levante la mirada y debo conformarme con mirar solo sus pies, suspiro y camino en su dirección, con cada paso que doy ellos se alejan aun mas, quiero gritar algo que los atraiga a mi pues siento que si los dejo ir algo terrible sucederá pero de mi garganta no sale sonido alguno. Mi sombra comienza a girar en la pared como un remolido y se hace mas delgada con cada giro, la sombra de cada cosa en la habitación se mueve uniendose al mismo remolino y desaparece como si en el centro del hubiera un agujero. Entonces todo es oscuridad hasta que abro los ojos.
La claridad de mi habitación molesta a mis pupilas, abro los ojos por completo repentinamente y los vuelvo a cerrar algo cegada por la luz, me cercioro de que mi sombra sigue pegada a mis manos para luego mas tranquila mirar el reloj, el desasociego vuelve a mi, son casi las ocho de la mañana, por un momento he olvidado que es mi primer día en la universidad.
Corro a darme una ducha y me arreglo para salir, es mi primer día y ya voy tarde, no puedo evitar sentirme mal conmigo misma, siempre he sido así, no es que no quisiera mejorar, es que lo he intentado algunas veces sin obtener resultado, no es nada tan terrible como suena, aún puedo cumplir con mis responsabilidades y dividir mi tiempo entre trabajo y tarea pero de una u otra manera, siempre llegaba tarde para todo.
Al salir de mi habitación, echo un largo vistazo a las instalaciones, el campus es enorme casi puedo escuchar el eco de mis tacones en el suelo con cada paso que doy,lleguo así a mi primera clase con el señor Huocklyn, al parecer un apellido impronunciable para mi lengua que aun se resiste a trabajar con el acento de ese lugar. Había nacido en una gran ciudad en Alemania pero al poco tiempo, mi madre se había encargado de llevarme de vuelta al reino unido para crecer en una pequeña ciudad en el campo.
-¿Tarde en su primer día señorita Brown?- dice el maestro haciendo una mueca, todo me miraban con la expresion seria, nadie me conocía pero ya estaba dando de qué hablar.
-Yo -me detengo unos segundos y elijo las palabras más adecuadas para una justificación antes de darme cuenta de que no tenía nada -Lo siento mucho profesor -me detengo recuerdo que no puedo pronunciar su nombre así que lo dejo ahí -No volverá a suceder- digo con mi mejor intento de sonrisa y me siento en el único puesto vació ignorando por completo a los estudiantes a mi alrededor, me enfoco solamente en el muchacho que está al frente mío, un joven de cabello rubio y unos enormes ojos azules que no se apartan de mi, le dedico una pequeña sonrisa y el sin ningún gesto en respuesta se voltea para escuchar al profesor seguir dando la clase. Será un año dificil, pienso y me encofo también en la clase.
Cuando las clases terminan por fin, decido pasar por la biblioteca antes de regresar a mi habitación, mi compañera no volvería sino hasta muy tarde, era el primer día y ya tenía una fiesta a la que asistir, por mi parte, solo había conseguido miradas malintencionadas y rumores extraños sobre mi origen, la gente en este lugar no pierde el tiempo y mucho menos si no eres de aquella ciudad.
Los pasillos están callados y la luz del final de este falla, titila cada dos segundos dándo el escenario perfeto para una pelicula de terror, suspiro y dejo que mis pies me guíen hacia dónde el mapa que traigo en las manos indica que es la biblioteca.
En la biblioteca hay menos personas de las que había imaginado, de vuelta en casa, me la vivía en la biblioteca y habían algunos intelectuales allá, era un número grande, siempre concentrados en sus libros sin mirar a su alrededor, debo admitir que también era una de ellos. Todo es definitivamente más grande de lo que era en casa, más ordenadores, más libros, más asientos pero las personas allí eran muy pocas.
Busco lo que necesito entre los estantes, todo está muy silencioso, la mujer que está a cargo duerme silenciosamente escondiendo su rostro bajo un libro, hay un muchacho muy cerca a mí, extrañamente nadie se sienta junto a él, nadie comparte mesa con él, es como si nadie quisiera acercarsele o como si fuera completamente invisible, lo miró durante unos segundos antes de darme cuenta de que es el mismo muchacho que había tomado el asiento frente al mío en la primera clase del día, su cabello rubio sobresale por encima el libro y noto sus manos inmóbiles sostenéndolo.
Sacudo mi cabeza desenganchando mi atención de él y sigo caminando, entonces, con una ráfaga de aire fresco, una pequeña niña corre hacia mi, sus coletas rubias rebotan sobre sus hombros y su pequeña voz me hace estremcer. ¿Qué podría una niña tan pequeña hacer en un campus universitario? Quizas acompaña a alguno de sus padres o viene a visitar a su hermana menor, pero aún con esas posibilidades, no se explica que estuviera en la biblioteca completamente sola.
-Ayudame -pide casi implorando ella y se detiene frente a mi, sus manos tiemblan y sus ojos brillan, como si estuviera a punto de llorar.
-¿Que tienes? -pregunto y al mismo tiempo una explosión se produce al final de aquel pasillo. ¿Cómo es que nadie más lo nota? La mujer a cargo ni siquiera levanta el rostro para saber qué sucede, es como si nadie pudiera notarlo.