—Necesito otra caña —comentó Pablo, aún sin haber terminado la que tenía frente a él.
Le lancé una mirada de reproche y di un trago a mi vaso de agua. Apenas había comenzado a contarle en qué consistiría mi próximo trabajo, y él ya había empezado a poner objeciones.
—Joder, Pablo, deberías estar acostumbrado —dije.
—¿Cómo esperas que me acostumbre a que tu vida esté en peligro casi cada día? —me preguntó él.
Esperé mientras daba un trago largo a su caña y la terminaba. No tardó en pedirle otra mediante un simple gesto al camarero, que se encontraba a unos metros de distancia de la mesa en la que nos encontrábamos. Habíamos escogido precisamente aquella porque estaba a cierta distancia de las demás, y nadie escucharía nuestra conversación.
—No saldrá mal —aseguré—. Hemos dedicado muchas horas a diseñar el plan, y hemos tenido en cuenta todo lo que...
—No me vas a convencer, Lara —me interrumpió él—. No es una operación normal. Estáis intentando reunir pruebas contra una de las familias más poderosas de este país, ¿sabes? No son unos narcotraficantes principiantes. Son una familia mafiosa que lleva años en el negocio.
Era obstinado, por lo que me resultaría prácticamente imposible hacerlo cambiar de opinión. A pesar de ello, lo intenté.
—Todos caen, tarde o temprano.
—Pues te aseguro que, en el caso de los Beltrán, será tarde. No todos los mafiosos son iguales; deberías saberlo.
—Sabes por qué entré en la Policía, Pablo. Tú lo sabes mejor que nadie. Estuviste allí.
Todos en la ciudad conocían a la familia Beltrán. Incluso los niños los conocían y eran conscientes de que tenían mucho dinero y poder, y de que eran personas con las que convenía tener cuidado. Pero yo siempre había sabido algo más: estaban metidos en el negocio de las drogas. Y conocía de primera mano historias de personas a quienes las drogas les habían destrozado la vida o les había conducido a la muerte.
A mis dieciocho años, me había presentado a las oposiciones de la Policía, cuando supe que eran ellos quienes perseguían aquella clase de delitos. Porque yo tenía un objetivo: hacer caer a los Beltrán. Y estaba decidida a llevarlo a cabo.
—Sé por qué entraste, pero esperaba que no te metiesen en una operación así —replicó Pablo—. Eres joven; deben de tener agentes mucho mejor preparados.
—Me han escogido a mí porque, desde el primer momento, he dejado claro que quiero demostrar lo que los Beltrán hacen. Y soy la persona adecuada. Me he esforzado mucho desde que entré en la Policía.
—Lo sé. Y mereces poder estar en esta operación, pero... Creo que no podré dormir bien hasta que todo esto acabe.
Sabía que lo que él decía era cierto. Al igual que yo sufriría por él si la situación fuese al revés.
—Una operación de estas características puede prolongarse semanas, meses o...
—... o incluso años —completó él—. Si en algún momento deseas salir, sabes que puedes contar conmigo.
—Ten por seguro que no lo haré. Llevo muchos años deseando hacer esto, y aún no me creo que me hayan permitido participar.
—Solo quiero que sepas que puedes contar conmigo. Puedes avisarme en cualquier momento.
Asentí. Me sentía muy agradecida con él; le debía mucho y no había manera de poder pagárselo. De hecho, estaría en deuda con él, probablemente, para siempre.
—Aún no me has contado en qué consistirá tu trabajo —comentó él entonces.
Me habría gustado tener frente a mí una caña en lugar de un simple vaso de agua. El alcohol me habría ayudado a reunir valor para decirle lo que quería saber. Pero hacía semanas que no probaba el alcohol, y tampoco lo haría en aquel momento.
No le gustaría lo que iba a decirle, por lo que desvié la mirada a mi vaso antes de hablar.
—Voy a acercarme a Gonzalo Rojo —solté.
Por unos segundos, no dijo nada. Pensé que tal vez hubiese hablado demasiado bajo o demasiado rápido y no me hubiese entendido bien, por lo que levanté la vista. Pero me di cuenta de que Pablo había comprendido correctamente mis palabras. Me miraba con incredulidad, como si esperase que dijese que solamente estaba bromeando. Yo no dije nada.
—¿A Gonzalo? —repitió—. Lara... ese chico... No creí que fueses a estar tan involucrada. No creí que fueses a infiltrarte.
Gonzalo Rojo era hijastro de Lorenzo Beltrán, el patriarca de la familia Beltrán. Por lo que sabía, tenía veintitrés años, era solamente unos meses menor que yo. Su madre y él llevaban varios años viviendo con los Beltrán, uniendo sus familias al casarse la mujer con Lorenzo. A ojos de todos, formaban una familia unida, aunque nadie podía saber si era realmente así.
—Es necesario acercarse a ellos para reunir pruebas —intenté hacerle comprender.
—Veo que no te importa arriesgarte... ¿Qué estás dispuesta a hacer realmente para hacer caer a esa familia, Lara?
Yo lo miré a los ojos.
La preocupación de Pablo era demasiado evidente. Si no me retenía de alguna manera para impedirme tomar parte en la operación, era solamente porque era algo ilegal. De lo contrario, estaba segura de que habría hecho lo que estuviese en su mano por impedirme hacer aquello.
—Estoy dispuesta a todo —reconocí.
—Siempre he pensado que eras valiente, Lara —admitió—. Y sé que sabes lo que haces y que tienes el mismo derecho que yo a tomar tus propias decisiones. Pero esto... esto deberías pensarlo muy bien.
—Lo he pensado. Llevo muchos años pensándolo, Pablo.
—¿Compensará todo lo que estás haciendo? Cuando todo esto acabe, ¿crees que te sentirás bien?
—Estoy segura de que sí. No solo me compensará a mí, sino también a todos los afectados por las drogas.
Estaba muy segura de que hacer aquello era lo que necesitaba. Había sido mi objetivo desde hacía muchos años. Solamente me quedaría tranquila después de hacer todo lo necesario para hacer caer a la familia Beltrán.
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Editado: 08.01.2022