Cuando sonó el despertador aquella mañana, yo aún tenía sueño. Deseé poder apagarlo y continuar durmiendo, pero no podía hacerlo, porque el trabajo continuaba. Aquella mañana tenía que redactar un informe para que mis superiores estuviesen al tanto de cómo había sido el inicio de la operación.
Pablo ya estaba en la cocina cuando yo llegué, y acababa de preparar un par de tostadas que untaba con mantequilla en aquel momento. Le di un beso en la mejilla, aún adormilada, y le robé una de las tostadas, que empecé a comer de inmediato.
—Sabes que puedes coger pan tú misma y meterlo en la tostadora, ¿verdad? —me preguntó.
—No seas aburrido.
—No dirías lo mismo si fueses tú quien perdieras una tostada cada mañana —refunfuñó.
Sabía que no hablaba en serio, de modo que lo ignoré y me serví un vaso de leche mientras él se preparaba café. Yo, por mi parte, no tomaba café si no lo necesitaba urgentemente para despertarme.
—Tienes que escribir el maldito informe, ¿verdad? —preguntó.
—Sí.
Gran parte de mi trabajo consistía en redactar informes para mis superiores, algo que él aborrecía. Opinaba que no tenía sentido que malgastase tanto tiempo escribiendo algo que probablemente nunca se leería.
—Suerte con eso —dijo en tono burlón—. Seguro que escribirlo resulta de gran utilidad para la operación. ¡La policía que hizo caer a los Beltrán gracias a un informe!
Puse los ojos en blanco. Tampoco a mí me gustaba redactar informes, pero era consciente de que era imprescindible hacerlo. Mis superiores tenían que estar al tanto de todas las acciones que se llevaban a cabo para poder aprobar o no los siguientes pasos. Todo debía estar perfectamente documentado para que la operación funcionase.
—¡Cállate y ve a hacer... lo que sea que hagas!
—¿Te refieres a trabajar? —me preguntó.
—¿Acaso tú trabajas?
Se hizo el ofendido, haciéndome reír. Sin decir nada más, terminó el café de un trago y salió de la cocina. Pero, por muy ofendido que fingiese estar, nunca salía del piso sin despedirse de mí, al igual que yo no lo hacía sin despedirme de él.
Volvió a entrar en la cocina, ya preparado, y me dio un beso en la mejilla a modo de despedida.
—Que te vaya bien el día —dijo.
—A ti también.
—Espero llegar antes de que tengas que ir a ese bar, pero si no lo hago, te deseo mucha suerte. Y sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Le sonreí, asentí y él se marchó. Poco después, oí la puerta de entrada cerrarse, y supe que había salido del apartamento.
Sabía perfectamente que Pablo era capaz de hacer lo que fuese necesario si yo se lo pedía. Si le enviaba un solo mensaje pidiendo ayuda o haciéndole saber que necesitaba salir de la operación, él no dudaría en irrumpir en el bar y sacarme de allí como fuese necesario. Y yo haría lo mismo por él.
Después del desayuno, me senté frente a mi ordenador portátil para comenzar a escribir el informe que aquella misma mañana recibirían mis superiores. Natalia y Paula debían de estar haciendo exactamente lo mismo en aquellos momentos, aunque aún no me había puesto en contacto con ellas.
Me tomé mi tiempo para pensar en los detalles, con el fin de lograr un informe lo más detallado posible. No quería que nada se me pasase por alto. Después de terminarlo, lo repasé un par de veces antes de tomar la decisión de enviarlo. Me sentía satisfecha del trabajo que había realizado, y esperaba que mis superiores se sintiesen de la misma manera.
Esperaba que mis superiores se demorasen en leer mi informe y responder, pero apenas había pasado media hora cuando recibí una llamada de un número que no conocía. Por un momento pensé que podría tratarse de nuevo de Gonzalo, pero tampoco recordaba que su número telefónico comenzase por aquellos dígitos.
—Diga —respondí.
—Lara. —Era la voz de Héctor—. Se han recibido los informes, y me han encargado a mí ser quien te transmita las opiniones de los superiores.
Era evidente que emplearían a Héctor a modo de enlace conmigo durante prácticamente toda la operación. No era algo que me molestase, realmente. Mi relación con él era buena, y tenía la confianza de la que carecía con mis superiores.
—¿Han sido buenas opiniones? —pregunté. esperanzada.
—Deberían haberlo sido —me dijo—. Se alegran de que hayas logrado acercarte a Gonzalo tan pronto, pero quieren más.
—Era apenas el primer día —protesté—. ¿Qué pretendían que hiciese?
Era consciente de que había mucha presión, pero no podían pedirme que lograse pruebas contundentes en mi primer día. Había hecho todo lo posible por hacer bien mi trabajo, y había logrado acercarme a Gonzalo tal y como me habían encomendado.
—Supongo que no quieren que te relajes —comentó él—. Dicen que necesitan saber más acerca de esos vinos con los que dicen que llegarán a otros países. Necesitan saber si se trata realmente de vinos o de mercancías ilegales.
Era demasiado pronto como para que mencionasen algo así en mi presencia, y tratar de indagar haría sospechar a Gonzalo. Tal vez fuese más confiado que los Beltrán, pero no era tonto, y se daría cuenta de que estaba cerca de él por información.
—Mi vida puede estar en peligro —comenté.
—Ellos dicen que eso era algo que ya sabías. Insisten en que hay mucho en juego.
Era cierto que lo sabía, pero no esperaba que comenzasen a presionar tan pronto, y no me gustaba. Cuanto más rápido quisiéramos hacer aquello, más probabilidades había de que algo saliese mal y de que fuésemos descubiertos. No me gustaba.
—No voy a ir más rápido de lo que yo crea conveniente —advertí, molesta.
—Yo no pretendo que lo hagas —dijo él. El enfado era evidente en su tono de voz—. Si quieren que todo sea más rápido, que lo hagan ellos mismos.
Me alegraba saber que Héctor estaba conmigo. Que pensaba en la seguridad de los agentes y en el bien de la misión, más que en la presión de los superiores.
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Editado: 08.01.2022