La celebración se prolongó hasta bien entrada la madrugada, pasando de una celebración elegante y comedida a una fiesta con música alta y barra libre. Los invitados más mayores, invitados por conveniencia, comenzaron a marcharse, quedando los más jóvenes, dispuestos a quedarse allí varias horas más. No supe en qué momento ocurrió, pero de pronto me di cuenta de que Izan había desaparecido, y Roi comentó algo acerca de que se había marchado con alguna chica, pero no pude comprender lo que me decía. El volumen de la música era demasiado alto.
Gonzalo me insistió para que tomase un cubata, pero me negué en todo momento. Sin embargo, él ya había tomado varios, y comenzaban a hacer efecto en su organismo, haciendo que su insistencia fuese en aumento. Lorenzo Beltrán, que controlaba todo cuanto sucedía, se dio cuenta de lo que ocurría y se vio obligado a intervenir, ofreciéndome que uno de sus hombres me llevase a casa en coche.
—Mi hijastro ha bebido demasiado —dijo a modo de disculpa—. Espero que puedas perdonarlo.
—No hay problema —aseguré—. Pero no quiero dejar a Gonzalo solo después de haberme invitado...
—Lara, conozco a mi hijastro, y sé cuándo bebe demasiado y se pone pesado. No tienes por qué estar aguantándolo. Mañana se lo explicaré, ¿de acuerdo?
Asentí con la cabeza, sintiéndome agradecida con él. No esperaba un comportamiento así por su parte. Me di cuenta de que tal vez no lo conocía tan bien como pensaba.
—Si una hija mía estuviese en tu situación, querría que alguien hiciese lo mismo que hago yo ahora —confesó.
Tal vez fuese aquel uno de sus muy escasos momentos de debilidad. Sentí que lo que decía era verdad, que no estaba mintiendo ni intentando ganarse mi confianza.
Llamó a uno de sus hombres por teléfono. Esperaba no conocer a la persona que me llevaría a casa, pero una vez más, me equivoqué. No era un hombre cualquiera el que apareció, sino su mano derecha. Un hombre que lo había acompañado desde su juventud, llamado Oscar. Tenía constancia de que había trabajado para él, llegando a amenazar y a hacer daño a quienes se interponían en su camino. Pero no tenía ninguna prueba de ello,
—Oscar te llevará a casa —me dijo Lorenzo—. Pídele que te deje donde necesites, o que te acompañe al portal si lo necesitas. Es tarde.
Asentí con la cabeza y le di las gracias para después marcharme con Oscar. El aspecto de aquel hombre no era diferente al de otro cualquiera, con su cabello y ojos oscuros, pero a mí me resultaba intimidante. Tal vez porque sabía qué era capaz de hacer.
Había un coche aparcado dentro de la finca, cerca de la puerta de salida. Oscar tenía llaves de aquel coche. Cuando se encendieron las luces indicando que el coche estaba abierto, abrí la puerta del copiloto y me senté.
Él hizo lo propio en el asiento del conductor, después de haber rodeado el vehículo.
—Otras habrían esperado a que les abriese la puerta —comentó, mirándome—. Otras, de una clase social alta, por supuesto.
—No creo que Leonor lo hubiese hecho —comenté.
—No. Lorenzo supo educar a sus hijos.
Por unos segundos, no dijo nada. Yo le indiqué la dirección de la casa de Pablo, y él condujo hacia allí sin preguntar más, y sin necesidad de introducir la dirección en el navegador del coche. Debía de conocer bien la ciudad.
El hombre no me transmitía confianza, por lo que me mantuve algo tensa durante el trayecto. Temía que, por algún motivo, desconfiase de mí y me hiciese daño sin perder tiempo en hablar antes. No podía estar tranquila.
—No esperaba que el padre de Gonzalo hiciese esto por mí —comenté, para no permanecer más tiempo en silencio.
—Tal vez otra persona no lo hubiese hecho, pero él conoce bien a Gonzalo, y sabe lo que es tener una hija de tu edad aproximadamente.
No me gustaba a qué se dedicaba Lorenzo Beltrán, ni que fuese capaz de hacer lo que fuese necesario por dinero, pero aquel día me había ayudado. Era algo que nunca habría esperado de él y que me había sorprendido gratamente.
—¿Tú tienes hijas también?
—No, yo solamente tengo un hijo. Me habría gustado tener también alguna hija, pero no pudo ser.
—Ya... Hay cosas que no podemos escoger.
—Pero tengo a Leonor y a sus hermanos. Siempre han sido como mis sobrinos, de modo que no tengo motivos para quejarme.
Cuando llegamos a la dirección que le había dado, me preguntó si necesitaba que me acompañase hasta casa, pero me negué. No tenía miedo de andar sola por la calle, ni a entrar sola a mi portal a altas horas de la madrugada. Oscar no salió del coche conmigo, pero se demoró en arrancar hasta comprobar que yo había entrado en el portal. Por si pudiese haber ocurrido algo durante el camino.
Cuando llegué a casa, encontré a Pablo dormido en el sofá. Me acerqué a él y le di un suave beso en la mejilla para despertarlo.
—Has llegado —murmuró, aún sin poder despertarse por completo—. ¿Ha ido todo bien?
—Sí, todo perfecto —confirmé—. Ve a la cama a dormir; yo estoy bien. Mañana te lo contaré todo.
Pablo asintió, y lo ayudé a levantarse para llevarlo a su habitación, pues de no hacerlo, habría vuelto a quedarse dormido en el mismo lugar.
Yo me dirigí a mi habitación también, y me senté en la cama con el móvil entre mis manos. Sabía que era muy tarde ya, pero no pude evitar llamar a Héctor por teléfono, con la esperanza de que no estuviese dormido aún.
—¿Lara? —preguntó él. Había respondido pronto.
—Sí. ¿Tienes tiempo para hablar?
—Sí. Estaba esperando a que te pusieses en contacto. ¿Estás ya en casa?
—Sí, estoy en casa y está todo bien. Pero he descubierto algo. Al parecer, la entrega se realizará en el puerto, a las once, el miércoles. Ellos estarán pendientes desde unas horas antes.
Decirlo cuanto antes era importante para que el operativo pudiese planificarse y ponerse en marcha cuanto antes. Pero yo no podía ponerme en contacto directamente con la Policía, y aún menos desplazarme a una comisaría. Héctor era y tenía que seguir siendo mi único contacto con ellos.
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Editado: 08.01.2022