Muchos de los hombres que trabajaban para la familia Beltrán no me conocían. De hecho, la mayor parte no me conocían. Me había ido de casa a los dieciséis años, cansada de aquella vida de negocios ilegales, para intentar cambiar la situación. Me había ido hacía siete años, siendo una adolescente rebelde, de cabello claro y corto, y unos ojos grises llenos de decisión e ilusión.
Había sido la primogénita, la única a la que mi padre consideraba heredar sus negocios. La única en la que confiaba. La más apta, en su opinión. La hija perfecta.
Para mis hermanos, una madre tras la muerte de nuestra progenitora. Un apoyo y una hermana cuando lo necesitaban, o una amiga. Tal vez la diferencia de edad no hubiese sido grande entre nosotros, pero yo había adoptado el papel de madre y hermana mayor con todos ellos, y los había guiado en más ocasiones de las que me habría gustado.
Mis ojos grises estaban ocultos ahora bajo unas lentillas de color que todavía no me había quitado. Porque aquellos ojos grises eran lo que tenía en común con mis cinco hermanos, y lo que me habría delatado rápidamente.
—¡Eso no es posible! —exclamó Mónica, negándose rotundamente a creerlo—. Dani es un chico.
—Eso es lo que todos pensasteis —le dijo Leonor—. Os seguimos la corriente porque no convenía que nadie encontrase a Dani antes que nosotros. Y sería más fácil si algunos, como la Policía, pensaban que era un chico.
Dijo todo aquello sin despegar la vista de mí.
Mis dos hermanos menores y Leonor sabían desde el día anterior quién era yo realmente. Sin embargo, Izan no. Permaneció durante unos segundos observándome, examinándome, intentando comprobar si me parecía a la hermana que recordaba o en qué había cambiado.
—¿No me crees, Izan? —le pregunté.
—Sí, te creo... pero no pensé que aparecerías así. Y te he tratado mal...
—Eso no importa.
Entonces me volví hacia Patrick. Él había descubierto ahora mi identidad, al igual que yo había descubierto la suya poco tiempo antes, en mi habitación. Ambos nos habíamos mentido mutuamente.
La mirada de él era indescifrable. No sabía si estaba enfadado o simplemente sorprendido. No sabía cómo se sentía. Y tampoco era el momento de preguntárselo, delante de tantas personas.
Le daba la mano a Pablo todavía, pero le había explicado la relación que mantenía con el padre de mi hijo o hija, por lo que, en teoría, no debería tener motivos para estar celoso.
Estaba cansada de aquella mujer. No comprendía qué hacia allí, dirigiéndose a mí cuando ni siquiera me conocía. Y me estaba molestando. Mucho.
—Si debo hablar con alguien, es con mis hermanos y mi padre —le solté—. No contigo. De hecho, creo que deberíamos reunirnos en el salón ahora mismo y hablar.
Todos estuvieron de acuerdo conmigo, pero nadie se movió hasta que yo avancé, poniéndome en cabeza junto a Pablo. Mis cuatro hermanos y Patrick me siguieron, y tal vez Gonzalo y Mónica lo habrían hecho también, de no haberles lanzado una mirada de advertencia antes de que pudiesen dar un solo paso.
—Quiero que dejéis todas las armas fuera del salón —dije—. Todos.
Pablo y mis hermanos se miraron. No había confianza entre ellos y preferían ir armados, pero yo no estaba dispuesta a que una reunión familiar se convirtiese en una matanza.
—Iré a vestirme... no tardaré —murmuró Patrick, echando a correr para vestirse.
Yo estaba vestida solamente con su camiseta, que me tapaba lo justo, y solamente tenía la parte inferior de la ropa interior. Pero poco me importaba en aquel momento. Cuatro de las personas con las que hablaría eran mis hermanos, otro era Pablo y otro era Patrick. Con los dos últimos, había tenido relaciones. No me importaba que me viesen en aquel momento algo descuidada. Tampoco a ellos les importaría.
—Dejad las armas —repetí.
Leonor fue la primera que dijo que no llevaba nada, y la creí. Tampoco Roi iba armado. Algo normal, considerando que estaban en casa. Sin embargo, estaba segura de que mis dos hermanos restantes sí tenían armas.
—Izan y Eloy —dije.
Ellos bajaron un poco la cabeza y me entregaron dos pistolas idénticas. Las cogí.
Entonces me volví hacia Pablo, quien sacó otra pistola y una navaja. Había ido preparado por si tenía que enfrentarse a alguien para ayudarme.
Una vez que me aseguré de que todos iban desarmados, porque yo tenía sus armas, entramos en el salón. Dejé las armas sobre un mueble donde no iba perderlas de vista, antes de sentarme en una butaca. Mis hermanos y Pablo esperaron a que me hubiese sentado para tomar asiento, algunos en el sofá y otros, como Pablo, en butacas.
—Creo que deberíamos esperar a Patrick —comenté, y me volví hacia Pablo para ponerlo al día—. Héctor, el policía, es en realidad Patrick, el hijo de Oscar, el amigo de mi padre. Trabaja para mi familia.
—No comprendo por qué tenemos que esperarlo —soltó Eloy, con el ceño fruncido—. No es de la familia. Y se ha intentado acostar contigo. No quiero que esté aquí.
—Eloy, Patrick y yo llevamos semanas acostándonos —le dije, sin poder evitar reír un poco.
Roi rio al ver la expresión de perplejidad de Eloy. Leonor también se permitió sonreír. Pero ni Eloy ni Izan parecían en absoluto contentos al conocer la noticia. De hecho, a ambos parecía haberles sentado como un jarro de agua fría.
—Trabaja para nosotros, Dani —me dijo Izan con cautela—. No quiero meterme en tus relaciones, pero creo que debería saber cuál es su lugar.
—Y el otro también —murmuró Eloy, mirando con odio a Pablo, que permanecía sentado tranquilamente sin decir nada.
Sabía que el hecho de que Pablo estuviese allí y fuese el padre de mi bebé no iba a gustar. Pero iban a tener que aceptarlo. Al igual que la familia de él iba a tener que aceptar el hecho de que tendría un hijo conmigo. Lo cual tampoco les gustaría, especialmente siendo yo la primogénita.
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Editado: 08.01.2022