—¿Nos harás el favor?
Mi padre y yo estábamos sentados en el sofá, frente a Rafael Medina, que se encontraba sentado en una butaca. Estábamos en el salón de nuestra casa. La Policía había encontrado una bala que podían relacionar con el arma de uno de sus hombres. Necesitaban que les ayudásemos a deshacerse de la prueba que podía causarles problemas.
—Dani, ¿qué opinas tú? —me preguntó mi padre.
Desde que había dado a luz a mi hijo, lo ayudaba en el negocio familiar, y tenía siempre en cuenta mi opinión antes de tomar ninguna decisión. Que decidiese ayudar a la familia Medina estaba, en aquellos instantes, en mi mano.
Miré hacia la alfombra del salón. En ella, mi hijo de dos años estaba sentado, construyendo lo que pretendía ser un castigo con piezas de Lego. Pablo y su hermano Saúl estaban con él, riendo mientras el niño intentaba colocar correctamente las piezas y se frustraba al no conseguirlo.
Era una imagen que se repetía, al menos, cada semana. La familia de Pablo pasaba a comer a nuestra casa cada domingo, y muchos días aparecían también entre semana para estar con el niño, que había supuesto una gran alegría para todos. También lo dejaba cada cierto tiempo a dormir en su casa.
—Opino que hay que ayudar a la familia —dije—. Creo que eso es lo que siempre nos has enseñado a mí y a mis hermanos, papá.
—Cierto —coincidió mi padre—. Esa bala desaparecerá antes de que logren relacionarla con tu hombre, Rafael. Puedes estar seguro de ello.
—Muchas gracias. Y, Dani, si necesitas algo... Si te encuentras mal, sabes que el niño siempre puede quedarse a dormir con nosotros y que lo cuidaremos cuanto haga falta.
—Muchas gracias, Rafael, pero me encuentro bien —dije—. Sin embargo, si lo que quieres es ver más a tu nieto, sabes que no tienes más que decirlo.
Acaricié mi vientre abultado mientras hablaba. Allí dentro crecía mi segunda hija. El padre de la niña era Patrick, quien no cabía en sí de gozo. Tampoco mi familia y la suya se quedaban atrás; todos estaban emocionados con la noticia, y a mis hermanos les estaba gustando mucho hacer de tíos.
—No te preocupes; sé que no tienes ningún inconveniente en que lo vea más a menudo —me tranquilizó él—. Lo estás haciendo muy bien como madre, ¿sabes? No sabes cuánto me alegro de que te acostases con mi hijo.
—Él también lo está haciendo muy bien —apoyé a Pablo.
Ambos habíamos comenzado siendo padres hacía muy poco tiempo, sin ninguna experiencia previa. Y lo hacíamos lo mejor que podíamos. Por el momento, habíamos conseguido que nuestras dos familias permaneciesen unidas y que el niño pudiese estar con ambas, además de que Patrick actuaba como un segundo padre, y mi hijo lo trataba como tal.
Patrick escogió aquel momento para llegar a casa del trabajo. Continuaba siendo policía, pero lo habían vuelto a ascender, a pesar del fracaso de la operación mediante la que habían pretendido detener a mi familia. Patrick ascendía de manera imparable y, por algún extraño motivo, tenía la confianza de todos sus superiores.
—Buenas tardes —dijo, alegre—. ¿Va todo bien?
Se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla, y después se detuvo junto al sofá para que pudiésemos decirle si estaba sucediendo algo que tuviese que saber.
—Puede que necesitemos tu ayuda —le dije—. Al parecer, la Policía tiene una bala que puede relacionar con los Medina.
—Habrá que hacer que esa bala desaparezca, pues —comentó Patrick tranquilamente—. Puedo encargarme de ello y que haya desaparecido mañana mismo.
Patrick no solamente tomaba parte en los negocios de la familia por ser mi pareja e hijo de Oscar, sino también porque, día tras día, demostraba lo competente que era y su lealtad por la familia. Cualidades que eran bien apreciadas.
A Roi y a Eloy, por suerte, había podido sacarles de aquel mundo. Ambos estaban estudiando en la universidad las carreras que habían escogido. No hacían ni un solo trabajo para la familia —yo me había encargado de ello—, y estaban centrados en las salidas laborales que sus estudios podían ofrecerles.
Izan y Leonor, sin embargo, se habían negado a estudiar más. «Somos ya mayores», habían protestado al escuchar la propuesta de que estudiasen algo. De modo que les había dado un par de puestos en empresas familiares, legales. Habían aprendido lo que necesitaban para el puesto, y al menos así, había podido sacarles un poco de aquel mundo ilegal. Aunque continuaban haciendo trabajos cada cierto tiempo, porque ellos no querían dejarlo.
—Más te vale dejarlo solucionado hoy mismo, chaval, porque mañana tendremos un día ocupado —le advirtió mi padre.
—No te preocupes, suegro, no lo había olvidado.
Patrick no temía ya a mi padre, y había llegado a tutearlo y a bromear con él, algo que antes le habría parecido completamente impensable. Y me encantaba verlos así.
—Más te vale. Porque vamos a marcharnos todos, y tú no puedes faltar. Mi hija no estaría contenta.
Al día siguiente, era mi cumpleaños. Mi padre había dicho que nos juntaríamos todos —incluidos los Medina—, y que tenía una sorpresa preparada. Una sorpresa que nos gustaría a todos, según decía mi padre. Mi hermano menor, Roi, había estado muy emocionado, y ansiaba que llegase el día de mi cumpleaños.
—¿Puedo saber ya lo que es? —pregunté.
—Deberías decírselo —le comentó Patrick a mi padre—. Quedan solamente unas horas para su cumpleaños.
—Bien —aceptó mi padre—. Espera aquí, Dani.
Mi padre se levantó y salió del salón. Patrick aprovechó el momento para sentarse en el sitio que había dejado libre en el sofá, a mi lado. Llevábamos más de dos años juntos. Yo, que no había querido tener ninguna relación con ningún hombre, estaba enamorada del que tenía a mi lado, que estaba metido en infinidad de temas ilegales.
—¿Cómo está Paula? —pregunté.
Mi antigua amiga se había casado hacía un par de meses. Había estado ilusionada, según Patrick me había contado, pero no había vuelto a ser la misma en su trabajo. Al fin y al cabo, a mí me consideraba una traidora —y tal vez no le faltase razón—, y Natalia estaba muerta. Yo misma había enviado una nota anónima a Paula haciéndoselo saber. No me parecía bien que tomasen a Natalia por una traidora o pensasen que se podía haber marchado por algún motivo. No. Ella merecía que supiesen lo que había sucedido con ella.
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Editado: 08.01.2022