Atlas
Me incliné en la silla y sonreí al escuchar su dulce risita, mientras firmaba unos documentos para apartarlos de la pila de trabajo.
—¿Una sorpresa? —Tamborilee los dedos sobre la madera.
—Sí, no vas a poder creerlo cuando me veas —. Murmuró con acento conspirador —. Teresa dice que estoy irreconocible. Me llevó de compras y luego a una estética —. Suspiró —. ¿Sabes? Nunca antes había gastado tanto dinero en mí. Por un momento me sentí culpable, pero el señor Meyer dice que lo merezco.
Negué con la cabeza y mis labios se curvaron involuntariamente.
—Estoy seguro de poder creerlo, tu asistente camina con el pecho hinchado de orgullo, mostrándole tu cambio a las demás asistentes. Incluso escuché como Telma le pedía cita para un cambio de imagen completo. Se ha convertido en la sensación de la empresa.
—Ya creo que sí, me tomó un millón de fotos. Aunque le dije que se asegurase de que no las vieras, para poder sorprenderte.
Me aclaré la garganta porque no sabía bien como decir lo que estaba pensando desde que atendió mi llamado.
Quería verla, tenerla solo para mí.
—Hay algo que debo decirte —dije finalmente —. Estoy ansioso porque sea viernes y estés de vuelta —. Hice una pausa —. Aunque no solo para ver la ropa que has comprado. Para ser completamente sincero, no quiero verte con una sola prenda puesta.
—¡Atlas! —Chilló —¿Para qué quieres verme?—Inquirió inocentemente.
—¿Para qué? —Grazné —. Hemos hablado durante horas cada noche desde que te has ido y ya va siendo hora de que tengamos algo de contacto físico, ¿no te parece? —. Bajé la voz —. Quiero tenerte solo para mí.
—Oh… —La imaginé ruborizándose —. Nos veremos en la fiesta, no estoy segura de que sea prudente tener contacto allí.
—Ya lo sé, por eso estaba pensando que podríamos quedarnos durante el anuncio, brindar e irnos a cenar. He reservado un privado en Teseo y luego… —Tomé una respiración profunda. Estaba nervioso como un colegial —. Tal vez, podrías quedarte a dormir en casa.
—¿En tu casa? —Se ahogó con su propia saliva —. ¿Solos?
—Claro, o piensas traer como chaperón a Teresa —. Reí entre dientes —. Durante tres largos días he estado deseando volver a verte y en lo posible en un sitio donde no nos interrumpan. No puedes negarme una noche, luego de toda esa espera. Me merezco una recompensa, después de todas estás noches en las que me he dormido con el móvil en la mano. Quiero que sepas que nunca antes había hecho algo como eso, me siento en secundaria.
Quizás me escuché más ansioso de lo que deseaba; sin embargo, me era muy difícil controlarme. Nunca antes había esperado tanto a ninguna mujer y mucho menos sentí que no sabía a qué atenerme con ella.
—Los padres probablemente escondían a sus hijas cuando te veían.
—No intentes enredarme desviando el tema —le advertí.
—Es cierto, has cumplido con tu promesa de llamarme cada noche antes de dormir y te mereces una recompensa —. «Gracias al cielo» —. Tal vez te deje tomarme de la mano en el sofá de tu departamento —. Una amplia sonrisa se extendió en mi rostro y me di cuenta de que no podía recordar otra ocasión en donde hubiese estado menos a salvo con una mujer.
Muchas mujeres habían intentado echarme el lazo en mis treinta y nueve años, por supuesto; sin embargo, nunca me sentí tan peligrosamente cerca de caer. Lo que me resultaba por demás extraño. Ella no se molestaba en seducirme, ni tentarme con su cuerpo. Simplemente, quería saber todo sobre mí.
Le importaba quién era y lo que sentía.
Era así de fácil.
¿Entonces por qué nadie lo había intentado antes?
—Por lo menos déjame mirar a través de tu escote — bromeé esperando hacerla reír y una docena de alarmas sonaron en mi mente.
¿Qué me pasaba? ¿Por qué quería hacerla reír?
Prácticamente no me reconocía.
Tres noches hablando hasta la madrugada con ella y ni una sola vez le pedí que me ayudase a aliviarme con una videollamada ardiente o que me enviase fotografías subidas de tono.
—Tal vez te deje —respondió con un tono coqueto, antes de quedarse en silencio por un momento —. ¿Puedo preguntarte algo? —Dijo al cabo de un instante.
—Lo que quieras, a esta altura creo que ya no tengo secretos contigo. Te he contado mi vida prácticamente desde que tengo memoria. Cosa que tú no has hecho. Solo me cuentas cosas a medias, aunque sabes todo sobre mí.
—Voy a contarte todo, lo prometo —. Murmuró —. Es que me gusta escucharte hablar.
—Cuando dices cosas como esas, creo que vas a matarme —mi voz se oyó demasiado ronca para que fuese un comentario inocente —. Bien, durante nuestra cita mañana me contarás todo sobre ti —me removí en el asiento, cuando un ligero estremecimiento me recorrió por la expectativa —. Ahora dime que es lo que te inquieta.
—Solo me preguntaba —tomó aire —, por qué quisiste hablar ahora durante la hora del almuerzo y no por la noche como siempre… —Su voz se apagó y exhaló pesadamente, antes de hablar —. ¿Vas a salir? —Escuché un ligero temblor en su tono.
—Sí —admití y la escuché jadear —. Aunque no es lo que crees —. Me apresuré a decir.
—¿Saldrás con un cliente? —No pude mentirle y guardé silencio —. Con una mujer, entonces —tragó saliva ruidosamente.
—No es una cita —le aclaré —, tengo un asunto pendiente con ella y quiero resolverlo para mañana a la noche.
—¿Qué ocurre mañana a la noche?
—Voy a verte nuevamente y quiero ser un hombre libre.
—¿Saliste con ella?
—No exactamente, es complicado —. La puerta se abrió de pronto y vi a Nacho Baker, entrar a mi oficina y sentarse frente a mí con una sonrisa burlona en la cara —. Prometo llamarte en cuanto llegué a casa y contarte como fue todo.
—No es necesario que me des explicaciones —se apresuró a decir; no obstante, sentí cierto alivio en su voz por escuchar que estaba dispuesto a dárselas.
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Editado: 30.09.2024