La vibración de la música sacude todo mi cuerpo, como una energía electrizante me envuelve y me lleva a otra dimensión. ¿Cuántas canciones bailé? ¿Cuánto tiempo llevo bailando? ¿Cuántos tragos seguidos ingurgité? Hace mucho que perdí la cuenta. Lo único de lo que soy consciente y siento es ese dolor que no me deja respirar.
Esta noche, al cruzar la puerta, sabía a lo que iba: perderme. Y es exactamente donde estoy: en ningún lado. Totalmente desconectada, dejo las notas y el acohol tomar el control de mi mente hasta perder cualquier contacto con la realidad. Ser una bola pura de adrenalina hasta perder el control.
Olvidar por un momento ese enorme vacío que crece en mi interior como un demonio que se nutre sin parar de culquier energía positiva que soy capaz de crear. Intento, de verdad lo intento, todos los días, ser feliz, seguir con mi vida. Pero esta noche, no puedo más.
Música y alcohol, la mezcla perfecta para conjurar mis demonios internos, para luchar contra las sombras de mi pasado, de mi padre, de la muerte de mi madre y de mi hermano. Al final, es tan fácil y tan natural que ni sé porqué no lo hice antes: una canción, un baile y un trago; justo en ese orden. Al menos eso pensaba... Ahora, bailo al ritmo de la música con mi trago hasta alcanzar ese mundo donde el dolor no existe y yo tampoco. Un lugar lejano donde mis pensamientos y mis sentimientos desaparecen por un instante. Un momento de perfecto olvido antes de volver a hundirme en las mierdas que mi mente intenta procesar. ¿Cómo he llegado a eso?
Muchas veces me hago la misma pregunta, una y otra vez. La respuesta sigue siendo la misma: la victima, aquí, soy yo. Y lo peor todo, es que no hay nada que pueda hacer para cambiar el pasado. Como quisiera cambiar el pasado. Como quisiera poder alterarlo. Pero no puedo, no puedo. Y eso me mata, poco a poco, todos los días. Mi vida nunca será como antes, yo nunca seré como antes. Mi sonrisa, mi mirada, mi forma de caminar, de vestirme, de reirme y de ser: idos para siempre.
Mi mente vuelve a clavarse en aguas profundas y oscuras. Otro trago, necesito otro trago, pero más fuerte. No debo ir allá, escucha la música Catalina, concéntrate en la música. Clávate en el zumbido repetitivo de los bajos y nada en ese mar de sonidos.
De pronto, la necesidad de verlo es tan apremiante que de reojo lo observo, a él, bailar, a tan solo unos cuantos pasos de mí. Me encanta su soltura, su ritmo, su manera de moverse y la forma de adueñarse de la canción como si fuese suya. Sé que en cualquier momento, él me verá. Antón siempre lo hace, igual que yo, de reojo; solo para comprobar que estoy bien. Y lo engaño, siempre lo hago, y lo hago bien. O eso quisiera, porque de lo contrario, significa que no le importa. Así que mejor pensar que soy una muy buena mentirosa, y estoy bien. Bien a pesar del caos de mi vida. Concentrada, mantengo las apariencias y sonrio; a pesar de convertirme en una ciudad abandonada después de una catástrofe nuclear. Con ganas de llorar, levanto la barbilla, cierro los ojos: bebo y bailó para abrazar un instante de paz fugaz.
—Catalina, nos vamos —me informa, Antón. Ahora no, pienso. Lo ignoró y sigo bailando—. Catalina —insiste más fuerte, para que lo escuche encima de la música. Fastidiada y molesta, abro los ojos—. Nos tenemos que ir.
—Yo me quiero quedar —contesto firme.
—Tengo que traerte de vuelta y lo sabes, o ambos estaremos en problemas.
—Le explicaré que quería quedarme más tiempo.
—Claro, por supuesto Catalina. Nadie se enfrenta a tu padre, y menos tú… andando —dice dándome la espalda.
Odio cuando hace esto, cuando me deja plantada frente a su decisión inapelable. Odio, cuando se acerca de mí lo suficiente como para tocarlo, pero sin nunca pasar ese límite. Odio, todo de él. Su forma de ser tan de él. Ser mi amigo sin serlo realmente. Estar siempre para mí, sin nunca cruzar esa línea. Ser el perfecto amigo sin preocuparse demasiado nunca. A veces me gustaría estar en su cabeza para comprender cómo su cerebro funciona. De seguro algo siempre se me escapa. Con él, todo el tiempo me equivoco. Cuando pienso que me quiere, me da las señales contrarias; y cuando decido apartarlo, vuelve.
Justo a la par mía, Ánton habla con un amigo de él. No logro escuchar lo que dice. Con claridad me apunta con el dedo. El tiempo suficiente para robar otro de esos momentos: su perfil es único y digno de mirar, nada más con verlo quiero tocar sus voluptuosos labios con ese lunar en la esquina,; pasar mi mano en su perfecto cabello negro bien cortado; rozar sus mejillas por esos pómulos tan viriles que me derriten cada vez que lo veo.
Pero no, él nunca me devuelve esa mirada, y yo nunca me atrevo. "Atreverse", creo que esa es la frase que resume toda nuestra “relación”. Siempre andamos juntos para arriba y para abajo, conversando de todo y nada sin que nunca haya un solo gesto comprometedor, ni siquiera una sola palabra: nada. Con el dolor punzante en mi pecho, lo sigo.
Al salir, el auto con el chofer nos espera. —¿Y los demás? —preguntó extrañada.
—Se quedan, yo te acompaño.
—¿Me acompañas? —entusiasmada, sin poder creérmelo. ¿Será?— Le diré al chofer que te deje primero —digo, al sacar mi celular. Cuando de un gesto de la mano Ánton me lo impide.
—No hace falta, Cata. Volveré, ellos me esperan —dice en tono de disculpa.
—Bien, podrías haberte quedado con ellos, Antón —digo, y para ocultar mi decepción guardo mi teléfono en mi bolso con lentitud; antes de volverlo a ver.
—No te habrías ido —suelta con una sonrisa.
—Cierto —admito, sonriendo de tristeza.
Ambos nos quedamos en silencio durante el resto del viaje. Esta noche, no me siento de humor para charlar, mismo si me muero por preguntarle ya sabes... LA pregunta. Lo miro varias veces sin lograr decidirme; la lengua me quema, mis manos me hacen cosquillas y mi corazón late con pesadez. Vamos Catalina, es solo una pregunta, ¡tú puedes!
Pero, soy una cobarde, me asusta perder lo poco que tenemos. Es tan difícil encontrar, aunque sea un indicio, que yo le guste. Otra vez miro sus labios y decido mentalmente que son perfectos, no cambiaría nada. De hecho nunca cambiaría algo de él, sería estropearlo.
El auto para, hemos llegado. El momento de la despedida llegó.
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Editado: 28.07.2021