No me digas adiós

Capítulo 1

Viernes 31 de agosto

No sabe cómo se dejó convencer por su amigo. Matías no acostumbra hacer aquél tipo de cosas. De todas maneras ya no importa. Está allí, y a menos que salga pitando de vuelta a casa… para lo cual ya es demasiado tarde pues en esos momentos se abren las puertas del instituto.

El instituto queda frente al parque municipal. Matías se encuentra sentado en una banqueta junto a Francisco, un amigo de la infancia. La banqueta, de metal, queda debajo de un almendro. Se está fresco allí. El parque está rodeado de decenas de banquetas como aquella, bajo otros tantos almendros y ficus. Todas las banquetas de frente al instituto están ocupadas por jóvenes como ellos, unos un tanto menores y otros un poco mayores. Todos con la finalidad de ver a los estudiantes cuando salgan del instituto. A las estudiantes.

Eso le da mucha vergüenza. Matías no es así. No hace ese tipo de cosas.

Las puertas del instituto terminan de abrirse. El joven no sabe dónde posar la vista. De manera inconsciente se lleva el cigarrillo sabor mentol a la boca. Francisco le da una manotada. El cigarrillo cae al césped del parque y Francisco se apresura a aplastarlo. Cuando termina, el cigarrillo, a medio fumar, es puré de tabaco.

―¿Qué haces?

―¿Quieres que lo primero que vean es que fumas?

―¡Bah! ―Matías le resta importancia con la mano.

Matías sabe que no pinta nada allí. ¿Qué más da si ven que fuma? Además, no es que fume demasiado. De todas maneras a ese instituto sólo van adolescentes. Los mayores tendrán dieciséis o diecisiete años, y seguro es porque repitieron. Nada que le interese. Matías ya tiene veinte años.

Aquel es un instituto de secundaria.

―Mira, ya salen ―avisa su amigo.

¡Cómo si no estuvieran frente al portón!

El reguero de estudiantes cruza las puertas del instituto y se desperdigan en todas direcciones. La mayoría va a pie, sólo unos pocos van en moto y sólo dos o tres en auto. Pero todos visten igual.

Las adolescentes visten falda a cuadros, como no podía ser de otra manera, en una mezcla de rojo, blanco y negro. Las blusas son blancas. Los chicos usan el mismo color de camisa y los pantalones son grises, o eso le parece a Matías. Nunca estuvo seguro qué color era el de los pantalones y eso que él estudio tres años en ese mismo instituto. Recuerda que cuando iba a por la tela sólo pedía al dependiente la tela del instituto. Los zapatos siguen siendo cafés.

¡Qué monótono! ¿Cómo espera Francisco que se fije en chicas que a simple vista parecen iguales?

―Mira esa ―señala Francisco.

―¿Cuál?

―La de la mochila azul. ―Es una de las pocas maneras de distinguir a una chica de otra.

Matías la mira. Es una morena más bien chaparra y corpulenta. Su pelo ondulado es su único atractivo.

―¿Qué con ella?

―Vive por la Asamblea, si vieras cómo se mira cuando se pone pantalones.

―Está gordita.

―¡Gorditas las empanadas! ¡Pasada de buena es que está!

―¿Le irás a hablar?

―Ni loco. ¿Cómo me voy a ir a meter entre ese montón?

Es cierto. La susodicha va con otras tres amigas. Matías ya sabe que todas salen en un grupo y en grupo se van. Sabe que ese grupo sólo se irá disgregando conforme las miembro vayan quedando en casa. Incluso los chicos hacen lo mismo. Las que tienen pareja salen con ella. Son muy pocas las que salen solas, y no porque no tengan amigas, sino porque hay alguien esperándolas: un padre, un hermano, otro pariente, un novio.

Matías vuelve a preguntarse qué hace allí. No pinta nada en ese lugar. Se remueve inquieto, descansa un pie sobre una de sus rodillas.

―¡Qué hermosuras, mano! ―continúa Francisco, que se lo está pasando de lo lindo―. No encuentro donde mirar con tanta chamaca por todos lados. Una atarraya hace falta aquí.

―O un trasmallo ―dice Matías, sin mucho ánimo. Es una broma antigua y hay que responderla como se debe, no obstante no tenga ganas.

No importa el número de adolescentes que salgan por el portón, Matías sabe que Francisco no irá a hablarle a ninguna. En eso son parecidos. Ya son mayores de edad y el número de novias entre los dos difícilmente superará los dedos de las manos. Ambos son tímidos. Matías prefiere decir que no le gusta andar de picaflor como la mayoría, que prefiere tomar las cosas en serio, pero lo cierto es que es tímido y le cuesta entablar conversación con las del sexo opuesto. Aunque debe admitir que ahora se suelta un poco más. Ventajas del oficio de vendedor, lo sabe.




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