No me digas adiós

Capítulo 23

Domingo 9 de septiembre

Alguien hizo ver una vez que: “lo que no te concierne, no te afecta”.

El punto es que le afecta, de manera que, siguiendo la premisa anterior, la conclusión lógica es que le concierne. Pero, ¿por qué?

No ha pasado nada entre ellos, apenas se conocen de vista. Un trato que va sobre el intercambio de un número de teléfono, unas cuantas sonrisas cómplices… nada más.

Había creído que el hecho de que el chico no pusiera mayor interés en coincidir con ella, o que no intentara contactarla de otra manera se debía a que era distinto, a su timidez, a que estaba siendo romántico. Ahora ya sabe cuál es la razón: tiene novia.

Frente a ella, el segundo partido ha empezado hace algunos minutos. El partido en el que juega Matías. Lo ve flotar en la banda contraria, a la altura del centro del campo. De momento no ha habido emociones, excepto las que ha descubierto en sí misma.

A su lado está Alfredo. ¿Le habla?

―¿Dijiste algo?

―Preguntaba si estás bien.

―¿Eh?, ah, sí, no te preocupes.

―¿No habían granizadas?

―¿Qué dices?

¡Claro!

―Pensé que había demasiada gente y que las habías dejado encargadas, pero como no vas por ellas. ¿Quieres que vaya yo?

―No. Déjalo así. Iré por una al rato.

En su regazo descansa la rosa roja que el joven insistió en comprarle después que la recogió de casa. Es preciosa. Los chocolates no los ha probado pero imagina que han de ser deliciosos. No puede esperarse menos de algo con ese precio.

La rosa, los chocolates, un joven guapísimo que no ha dejado de elogiarla y de hacerle la corte toda la mañana. Eso debería ser suficiente para que se derrita por Alfredo, pero no es así. En esos momentos no es así y no sabe si eso pueda cambiar en un futuro ni cercano ni lejano. ¡Si hace una semana se planteaba andar con él! Ahora no está segura de nada. Y eso la hace sentir mal. No sólo por él. También por ella.

No es culpa de Alfredo. En esos momentos está molesta y triste, pero no por culpa de Alfredo.  

Nunca debió haber bajado para ir a espiar. Siguió un impulso y vio cosas que no le conciernen, pero que le afectan.

 

«¿Quién es esa joven?», se pregunta al ver a Matías salir con la morena de blusa roja. «¿Y qué es eso, un regalo?

Espera cinco, diez minutos, impaciente. Se olvida que Alfredo está a su lado, hablando de no sé qué lugar al que la quiere invitar a almorzar. ¿Qué hacen?, ¿por qué no vuelven?

Quince, veinte minutos. Al final la impaciencia puede más.

―Ya vuelvo, voy por unas granizadas. ¿De qué quieres la tuya?

―Te acompaño.

―No. Cuida nuestros puestos.

―De fruta entonces.

Desde la posición en que están la vista sólo alcanza hasta unos cinco metros de la puerta, así que no hay probabilidad de que Alfredo la vea, a menos que se levante y la espíe. Camina nerviosa, consciente de que no tiene por qué hacer aquello. Siente las miradas clavadas en su nuca, como si supieran lo que va a hacer.

Se acerca con sigilo por una de las columnas. No tendría que afectarle. Su corazón no debería dar ese salto que ha dado.

Bajo la sombra de un ficus Matías abraza a la joven con que salió. Es un abrazo largo, eterno, cargado de amor. Cuando la joven le acaricia la mejilla y le sonríe, Karolina entiende que no tiene nada que hacer allí y regresa presurosa a su asiento, al lado de Alfredo.

 

―¿En serio estás bien? ―insiste Alfredo.

―Sí. Es cosa del calor. Irónico ¿no?, llevo toda mi vida viviendo aquí y nunca me acostumbraré a los soles que suele hacer aquí.

―A todos nos pasa. Si quieres vamos a otro sitio. Podemos ir por un helado, al Yaxtunilá, a dar vueltas por allí.

La idea es tentadora. Pero no, no se quiere ir, no aún, tiene que esperar al final de ese partido. Días atrás no estaba segura de querer darle su número telefónico a Matías. Ahora está segura. Quiere que gane. Quiere que vaya y hable con ella. Quiere saber de primera mano qué es lo que está pasando.

―¿No quieres ver a tu equipo? Mira que ellos también se juegan la clasificación a semis.




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