No me digas adiós

Capítulo 63

Domingo 23 de septiembre

―¡Estás hermosa! ―alaba Armando a su hija de quince años.

―¿De verdad, papá? ―pregunta la joven tomando su vestido del vuelo y dando una vuelta, el vestido permanece estable, pero la cabellera se extiende como una onda.

―Claro que sí, mi amor. Eres la hija más hermosa que un padre podría desear. ―Se acerca a la joven y le da un beso en la frente―. Si hasta Joselyn opina igual que yo, ¿a que sí, pequeña?

―Es el vestido ―responde la menor de los Velarde―. Si me compran uno igual, yo también me vería así de bonita.

―Pero eso es porque tú eres la niña más bonita del mundo ―dice el padre acariciándole la mejilla.

―¿No decías que mi hermana es la hija más hermosa?

La carcajada es general, incluso Carolina sonríe. La pequeña tiene un carácter fuerte y áspero, pero también es sumamente despierta.

―Retiro lo dicho. Oficialmente tú eres la más hermosa y también la más inteligente. ―Armando achucha a su hija, que se deja querer y también besa a su padre. Después de todo, tiene apenas seis años.

 Matías llega cinco minutos después. Saluda a los padres con corrección y dice que devolverá a su hija en un par de horas. A su novia la saluda de beso en la mejilla. No es por lo de la noche anterior, simplemente no le parece correcto morrear a la chica frente a sus progenitores. Incluso Joselyn se deja abrazar y besar, parece que el novio de su hermana empieza a caerle bien, o quizá sea que está contenta por ser nombrada oficialmente la hija más bonita y la más lista.

―¿Nos vamos? ―pregunta el joven.

―Sí, vamos. Regreso en un rato.

Se acomoda a la amazona en la motocicleta del chico, que arranca y conduce hacia su casa.

 

Matías le llamó a Karolina a las siete treinta de la mañana. La llamada tardó poco más de media hora, la mitad de la cual utilizó para pedir disculpas de mil maneras distintas. A pesar de que la joven atajó desde el principio, aduciendo que ella también tuvo la culpa por no decirle que se había encontrado con un amigo de la iglesia, pero, como explicó, fue una sorpresa encontrarse con él y no supo decirle que mejor hablaban en otra ocasión.

En resumen, la casi totalidad de la llamada transcurrió en un intercambio de disculpas y perdones que desembocó en una competencia por quién se disculpaba mejor. No hubo juez que decretara quién fue el vencedor, pero para el caso, ambos jóvenes terminaron riendo a tambor batiente. Aunque no fue una risa del todo natural, no habían atacado el tema en lo fundamental, lo sabían.

―Me aterré ―confiesa el joven hacia el final de la llamada―. Fue como si mi mente se cerrara y no pudiera pensar más que en esa fotografía, en ti y él, y en que le rieras las gracias como ahora haces conmigo. La de cosas que pasaron por mi mente. El sólo recordarlas me hace arder de vergüenza. De verdad lo siento.

―Ya me lo dijiste unas mil veces. Ya no hay qué hablar sobre el tema. Mejor dime, ¿lo de la comida sigue en pie?

―Estaba a punto de mencionártelo, más que nunca quiero que vengas, lo necesito.

―Y yo quiero ir.

―¡Genial! Iré por ti sobre las doce. Una última cosa, ¿saben tus padres que ayer tuvimos desavenencias?

―No. Solamente Alejandra.

―Bien. Qué pena con tus padres si se enteran que por mi culpa ha llorado su hija.

―Culpa de ambos.

Al despedirse no faltan nuevas disculpas por parte del joven.

 

Durante el trayecto a casa del chico ninguno dice nada. Al teléfono fueron pródigos en palabras, también en los mensajes, pero ahora, las palabras caen a cuentagotas. ¿Habrá surgido una barrera insalvable? El joven tiembla solo de pensarlo.

Karolina mira distraída el camino. No entiende por qué, pero empieza a sentirse fuera de lugar. «Es porque conoceré a su madre ―se dice―. Recuerda que él moría de nervios cuando lo llevé con mis padres». No obstante, no se convence con tal explicación.

―Es aquí ―comunica el joven.

Entran a un patio salpicado de macetas y rosales, similar al que cuida su madre y muchas otras matronas del municipio. «Es como una tradición de las amas de casa. O quizá, después de cuidar a los hijos, es lo único que pueden hacer. Eso y entregarse de lleno a las actividades de la iglesia». La idea de que en veinte años sea ella una de esas mujeres que cuida plantas que a nadie le importan le causa miedo.




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