No me digas adiós

Epílogo

6 meses después

Ella coloca sus manos sobre los hombros de él. Cuando empieza a masajear, el joven suelta el mouse, deja de ver la página de Word al cerrar los ojos, y emite un suspiro.

―¿Te gusta? ―pregunta la joven, susurrando en su oído.

El aliento cálido de la chica le hormiguea en la oreja.

―Tienes manos mágicas.

―Me halaga, señor licenciado.

El joven al fin decidió entrar a la universidad ese año. Eligió Licenciatura en Administración de Empresas porque le beneficia en su carrera de ventas, además de permitirle soñar con ser un día el tipo de corbata que dirige todo desde la comodidad de su oficina.

―Apenas estoy en el primer semestre ―señala―. El cual perderé si no dejas que me concentre en las tareas. ―Su voz no es de amonestación.

Coge una mano de la chica y se la lleva a los labios. La besa con ternura, agradecido de que esté con él de nuevo.

―Lo desconcentro, señor. ¿Qué poder es ese?

―Podría mencionar muchos de los poderes que posee, señorita, pero en esta ocasión me quedo con el poder del amor. Amar, diría que es su mayor virtud.

El joven gira la silla de oficina (que emite un chirrido) en la que se sienta para quedar frente a la joven, una guapísima chica morena.

―Y yo soy el más afortunado del mundo por tenerte de nuevo a mi lado. ―Besa de nuevo la mano de la joven― Después de lo que pasó, de cómo te traté…, tu capacidad de perdonar y olvidar es encomiable, pero tu capacidad de amar…, simplemente no tiene comparación.

La joven le sonríe con cariño, se sienta en sus piernas, pasa un brazo por sus hombros para mantener el equilibrio, se inclina sobre él y lo besa. Sus labios permanecen unidos durante largos segundos; los labios se separan al cabo de un momento, sus corazones, no.

Cuando la joven se aleja un palmo para mirarle a los ojos, la silla vuelve a rechinar, igual que hizo cuando le sumó el peso de ella al de él.

―Mi capacidad de amar no es tan grande como crees, excepto cuando se trata de ti ―señala la muchacha.

―Eso es lo importante para mí.

―Además —medita la joven—, pienso que lo que pasó nos unió más, nos fortaleció como pareja. Puede que necesitáramos pasar por esa tormenta para valorar lo que tenemos.

―Sí. Si capeamos ese temporal, podremos contra lo que sea.

La joven se inclina y le da un nuevo beso.

―Te amo, Matías ―confiesa.

―Te amo, Carmen.

Otro beso, más extenso, lleno de amor, gratitud y esperanza.

¡Por fin juntos de nuevo!

―Te dejo para que vuelvas a tus tareas. ―La joven se levanta, con un nuevo chirrido de la silla―. Iré a comprar algo para comer. ¿Quieres que te compre algo?

―Una soda y una quesadilla si puedes.

―Para mi amor, lo que sea.

Antes de salir del sencillo apartamento de Matías, la joven se vuelve desde la puerta.

―Y ya cambia esa silla, hace más ruido que una carcacha. No entiendo qué le ves de especial.

Luego cierra la puerta y sale a la calle.

Son las ocho de la noche y en el cielo brilla la luna llena, escoltada por una constelación de estrellas. Es una noche preciosa. Es una buena noche para estar con el chico que ama. Es una buena noche para ser feliz.

En el interior del apartamento, el joven sonríe y acaricia los reposabrazos de la Chillona.

¿Qué tiene de especial?

La silla no la compró él. Se la trajo de la oficina de César el mes pasado, cuando este la iba a tirar para cambiarla por una nueva. En un acceso el chico le preguntó si podía quedársela. De repente se veía sentado en la silla enfrente de su computadora, haciendo realidad una extraña y seductora idea que había empezado a rondar por su cabeza hacía poco.

Sentía la necesidad de plasmar en palabras los sucesos que le habían ocurrido el último año. Todavía no estaba seguro si sería un libro, pero de serlo, ya le tenía nombre:

¡No me digas adiós!

 

---FIN---

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