La felicidad era como una burbuja que los mantenía ausentes del mundo real. Lo malo era que la burbuja se podía romper peligrosamente en cualquier momento.
Había pasado más de un mes y medio desde que el duque Werrington falleciera por un infarto. Pronto se celebraría la lectura del testamento.
Aún era reciente la pérdida para los habitantes de Devonshire. Para Cassie, la mayor parte del tiempo lo echaba de menos. Todavía podía visualizarlo en su despacho, sentado en su sillón favorito leyendo la prensa. Pero la presencia de Matthew hacía más llevadero su ausencia. Al principio le había sido difícil no sentirse culpable o mala persona. Como si no se mereciera el cariño de los demás, y especialmente de la persona que amaba. También, el miedo la había torturado. Esos sentimientos negativos hicieron mella en ella. De ahí que no quería que Matthew estuviera cerca. Ese momento lo quería lejos... Sin embargo, esa noche mágica le había cambiado.
Una especie de calor se extendió por su estómago al rememorar los días que habían pasado juntos, estando el uno con el otro. Matthew le había demostrado su amor y su devoción. No le cabía la menor duda su amor hacia ella.
En sus encuentros, los habían sido discretos. No querían que los sirvientes supieran su romance y llegara a oídos de la duquesa. Ambos estaban seguros que si la duquesa supiera el mínimo detalle, les haría la vida imposible. No era una mera sospecha, era algo del cual estaban seguros.
Cassie en ese instante estaba hablando con la ama de llaves acerca del menú de aquel día, en los pasillos de la segunda planta de la mansión, cuando le sacó el tema de la duquesa.
— Sabes si mi madre — se contuvo a decir la palabra "madrastra" — vendrá a Devonshire. Tanto Matthew como yo no tenemos noticias.
Theresse frunció el ceño y pensó un rato su respuesta antes de contestar.
— Señorita Werrington, no sabemos gran cosa. Dijo que se quedaría un tiempo en Londres para resolver unos asuntos.
La joven se guardó sus pensamientos. Quizá, no quería que los rumores de su infidelidad hacia su padre surgieran. Apretó los puños contra sus costados.
Era mejor no pensarlo más.
— Gracias. Dile a la cocinera que prepare el menú que he dicho — asintió la mujer — . Como mi madre no aparecerá, que se disponga en la mesa para dos platos.
— Sí, señorita — la ama de llaves se dirigió hacia la escalera.
Cassie también iba en la misma dirección cuando cerca de ella, a sus espaldas, una puerta se abrió y la agarró de la mano. Era tan fuerte el agarre que no pudo detenerlo. Su cuerpo fue arrastrado hacia una habitación que no estaba muy iluminada. Era el cuarto donde se guardaba las toallas y los utensilios de limpieza. Antes de amonestar a la persona que le había asustado, unos brazos masculinos y fuertes la atrajeron hacia un cuerpo que le era muy familiar.
Le dio un puñetazo en el hombro y escuchó:
— ¡ Auch!
— No me des más estos sustos — fingió regañarlo aunque la verdad estaba encantada.
— Ya lo veo — a pesar que la habitación no había tanto luz pudo ver su mirada entrecerrada y se cortó la respiración, cuando sus ojos se posaron en sus labios abiertos — . No pensaba que tendrías tanta fuerza.
— No seas quejica, no te he dado tan fuerte — el levantó una ceja y una sonrisa, una de muchas que le tenía enamorada y embobada, se dibujó en sus labios.
— ¿Yo? ¿Quejica? Creo que se está equivocando de persona, señorita. Se lo voy a demostrar — dijo arrogante.
Iba a responderle cuando el muy diablo inclinó el rostro hacia abajo, le mordió con intención, el lóbulo de su oreja. Se agarró a sus hombros con fuerza y, no pudo evitar que sus labios, se escapara un gemido. Jugueteó un rato más con ese trozo de piel, provocando en la joven que ardiera bajo su toque.
— ¿Ahora quién es la quejica? — su voz ronca se deslizó como miel por sus sentidos.
No pudo contestar porque no le salían las palabras. Sus bocas no tardaron en buscarse y unirse. La apretó contra su pecho y la besó con más profundidad.
— Matthew...
Suspiró su nombre cuando este dejó de besarla, pero fue unos breves segundos, porque volvieron a besarse y no fueron conscientes del tiempo ni del lugar. ¡Poco les importaba el espacio si era reducido, lo más importante era que estaban juntos!
Más tarde, Matthew regresó a la biblioteca con una sonrisa feliz en los labios. Se sorprendió al ver Edward junto con Gregory. ¿Qué hacía su amigo ahí? Pronto lo sabría y no le gustaría para nada cuando supiera la razón de su visita.
— Señor, le iba a avisar.
El ambiente parecía tan tenso que se podía cortar en un cuchillo. La sonrisa desapareció de sus labios.