Controló la apresuración de sus pasos cuando vio a la señora Joyce, que no se había movido de su sitio. Solo rezó que el sonrojo de sus mejillas se hubiera atenuado. No quería que la mujer sospechara de algo que no existía.
—¿Se encuentra mejor? — le preguntó la señora Joyce al verla aparecer.
—¿Mejor? — por un momento no sabía lo que le había preguntado, cuando su mente estaba lejos de allí.
<<Recuerde que no me ha contestado>>.
Al sentarse, se removió incómoda y sintió un poco de dolor en la zona donde se había golpeado.
— Sí, sí estoy bien. Gracias. La crema ha aliviado el dolor.
— Ojalá también hubiera una cura para su locura.
— Ve. Un poquito de crema y se le ha quitado.
—¡Señora Joyce! — la llamó Caruso desde la consulta.
— ¡Voy!
Clarette dejó caer la cabeza en sus manos, tapando el rostro con sus dedos, queriendo esconderse. Estaba metida en un buen lío, y su estómago seguía sintiendo miles de mariposas revoloteando, que no le ayudaban a aclarar las ideas, sino que en su cabeza comenzaba a imaginar cosas que no eran posibles.
No te ilusiones, Clare.
Cuando llegase a casa, leería la dichosa carta y le respondería (a escondidas), terminando con el problema de raíz. Sí eso haría.
El ajetreo de los pacientes que llegaron le hizo que olvidara de que existía Charles Caruso. ¡Ja! Como si fuera eso posible. Estaba todavía sentada cuando el último paciente salió y la señora Joyce había terminado su jornada y se iba hacia la casa.
— Hasta mañana, señorita Rawson. Cuídase.
Claro que se cuidaría. Si era la torpeza personificada y andante.
El reloj de pie, que estaba enfrente de ella, dio las una, la hora de marcharse. Pero no se movió. Una fuerza superior la mantenía pegada en la silla. Se tenía que ir, si no su madre respondería igual que la anterior vez que se puso furiosa por su tardanza. No quería recibir otra bofetada. Dolía, aunque su progenitora no se preocupó por ello cuando se la dio. Se levantó y sintió otro latigazo en la carne. No debería haber huido como una cobarde y haber cogido la crema. Mientras cogía el abrigo y el bolso, Charles salió para su sorpresa y le dejó el bote encima de la superficie de madera.
— No iba a dejarle que se fuera sin esto. Aunque no lo necesita, debe echárselo.
Ella asintió tomando el asa del bolso con firmeza entre sus dedos. Él no se apartó de la mesa cuando fue a cogerlo.
— Gracias — la palabra se deslizó por su garganta como arena.
La tenía tan seca.
— No tiene que agradecérmelo — su voz fue una ligera caricia.
Alzó el rostro hacia él. Craso error. No se había percatado que su rostro estuviera muy próximo a ella. Hasta podía ver el cielo en sus ojos. Como un azul celeste con sus chispitas doradas.
¿Cuántas veces había deseado ahogarse en el mar de sus ojos?
¿Cuántas había soñado que la mirase con amor?, ¿Cómo a su hermana?
Esas preguntas le hicieron ser consciente de la triste realidad y se apartó, metiendo la crema en el bolso.
— Hasta más ver, señor Caruso.
Él le respondió con un asentimiento en la cabeza, observando como Rawson se marchaba sin despegar la mirada de la figura femenina. Tras su marcha, el vestíbulo se llenó de un silencio que le resultó pesado. No supo cuánto tiempo estuvo, pero estuvo un buen rato mirando a la puerta.
***
Después de un almuerzo tenso con sus padres en el comedor, fue directa a su dormitorio. La tarde iba a estar ocupada arreglándose para la fiesta, de la cual estaba invitada en esa noche – no se acordaba de quién era la fiesta —, así que el asunto que tenía aún pendiente de hacer, tenía que ser ahora. Olvidó echarse la crema y caminó hacia el secreter. Abrió el cajón y cogió la carta que todavía no había abierto. Los dedos le temblaban. Era una tontería el temblor, no era una bomba de relojería que podía explotar en cualquier momento.
Acarició con las yemas de sus dedos la letra pulcra de Caruso, la giró y rompió el lacre. La desdobló y fue hacia la ventana para que la luz del día le permitiese leer el contenido.
Señorita Rawson.
Me imagino su cara de extrañeza cuando la reciba, pero me arriesgaré a ganarme su enfado o malestar. Dado como estaba el día anterior, quería preguntarle si se encontraba mejor. No se preocupe por mí, he visto peores borracheras. La primera embriaguez de una persona no es precisamente una celebración de cumpleaños, la resaca no es un disfrute del cual uno quiere tener todos los días. Le deseo una pronta mejoría y pueda verla pronto en su mesa de trabajo. No se mortifique, por favor.
C. Caruso.
No pudo evitar sentir un poco decepción al acabar de leer la carta.
¿Qué esperabas una declaración de amor?