No sabía si estaba haciendo bien o no.
Pero había aprovechado la ausencia de sus padres, para salir y acercarse al lugar que se había convertido en su refugio. Le había pedido a su doncella que se quedara en casa. Necesitaba tener unos minutos de soledad. Últimamente, no estaba teniendo paciencia, y menos con los preparativos de la boda, que aún seguía en su curso. Pronto se entregaría a un hombre que no amaba y le estaba siendo difícil continuar con una sonrisa en los labios como si todo marchaba bien cuando realmente no había nada bueno en su vida.
La conversación que tuvo su hermana revolvió sus sentimientos, la culpa salió a flote y el odio que tenía a sí misma. Porque se odiaba. No era un secreto para ella y no era el único peso que tenía a su espalda.
Entró en el edificio encontrándose con el silencio de los últimos días. El dueño aún no había aparecido por lo que otorgaba más solemnidad en el ambiente. Se notaba su ausencia en cada esquina. Dejó el abrigo en la perchero y respiró hondo, sintiéndose más calmada aunque sabía que los problemas seguirían ahí como fantasmas acechando.
No fue a su mesa, sino que abrió la puerta de la consulta encontrándola vacía. Encendió el candil y se sentó en la silla, donde él tomaba asiento cuando trabajaba. Se llevó las piernas a su pecho, apoyó la barbilla en las rodillas y cerró los ojos, pudiendo por fin encontrar un respiro en esas paredes. Podía fingir que por una vez su vida era diferente a la que tenía. Descansar y olvidar la carga que llevaba encima.
<<Puedes no hacerlo>>
Las palabras de su hermana volvieron a ella, recordándole que podía dar marchar atrás. Podía huir y escapar algún lugar, lejos de sus padres, de Erikson, la tía de este, de su hermana... Ojalá pudiera ser atrevida y hacerlo. Sin embargo, no lo era. Su hermana tenía razón. Esa boda era para expiar sus pecados. La culpa que aún todavía sentía por dar ese beso a Owen, por romper y mancillar el amor que sentía Charles por su hermana, por la oportunidad que no se dieron.
Estaba tan asumida en sus pensamientos que no fue consciente de que alguien había entrado. Ni siquiera notó su presencia al acercarse donde estaba ella.
El primer pensamiento de Caruso al ver la luz encendida fue que alguien había entrado a robarle de nuevo. Sigiloso como una pantera se acercó para darle una sorpresa al intruso. Al menos iba preparado esa vez, llevaba una navaja que había cogido del interior de la bota. No iba a cometer el error dos veces. Cuando se deslizó por la puerta que estaba entreabierta, el que fue sorprendido, era él al toparse con una personita encogida en su silla. Sino fuera por sus cabellos sueltos rubios, hubiera pensado que era otra persona. Ajena a él, bajó la mano que llevaba la navaja y la escondió en su bota. No quería asustarla. Menos molestarla. Aún no. Se acercó observándola. Tenía los ojos cerrados y parecía que descansaba. Tenía una expresión relajada que se sintió un intruso por perturbarla. Como la otra vez que la pilló dormida aquel día.
¿Pero que hacía allí?, se preguntó sintiendo que estaba cometiendo algo muy prohibido.
Al verla con los labios entreabiertos, sintió una tirantez en sus partes. Pero no se movió para su tortura mental. Se quedó ahí mirándola como un voyeur de su sueño.
Creías que la habías olvidado.
Ignoró la voz burlante de su conciencia. Estaba claro que no la había olvidado. Ni los sentimientos que le producían al verla no habían desaparecido. Como tampoco, cuando sintió el ardiente rechazo por parte de ella. No era Bryanne la que tenía enfrente. Sino su hermana. Se puso de cuclillas y, sin poderlo evitar, alzó una mano queriendo tocar sus cabellos dorados.
Podía entender como Cupido quedó prendado de la belleza de Psique. Solo que Clare era bella por como era. No era solamente físico. Era algo más que físico. Presentía que tenía algo oculto que escondía y quería desentreñarlo. Tocó sus cabellos tan suaves. Eran hilos dorados en sus . dedos. Suaves como el terciopelo. Brillantes como el oro bruñido.
Aún no se había percatado de su presencia. ¿Qué le tenía tan alejada de allí que no se había dado cuenta que estaba ahí? Tocándola.
Charles, déjala.
Se atrevió a más. Como en la fiesta, deslizó sus dedos en su rostro, como queriendo dibujar en su piel. Sabía que se iba a despertar al notar el movimiento de sus pestañas.
Ella abrió los ojos y se quedó muda al verlo allí. Enfrente de ella. Se asustó tanto que se apartó de su contacto.
— Lo siento — balbuceó —. Pensé que esto estaba vacío. No he venido a robarle.
— Tranquilícese. Jamás pensaría eso de usted — sonrió a medias ya que había su pensamiento inicial aunque se sorprendió que no había entrado un ladrón, sino ella —. Aunque ha sido una sorpresa verla.