¿Se podía morir y resucitar a la misma vez por un beso?
Era la sensación que le había dado a Clarette cuando él la besó, haciéndole suya con la boca hasta arrebatarle el aliento, casi el alma. No sabía que un beso tuviera ese poder en su cuerpo, que se convirtió esclavo de sus primitivos instintos. Era superior a ella, no podía controlarlo. La sangre corría con furia por sus venas; los latidos tronaban en sus oídos, la sed era cada vez más grande, quería más, más de él. No le bastaba con sentir sus labios sobre los suyos. Estaba ansiosa por tocarle, acariciarle debajo de las ropas. Quiso hacerlo, pero se encontró con sus manos impidiéndole el camino. Gimoteó al sentir su espalda en contra de la puerta, sus manos alzadas hacia arriba.
—Si me toca, estaré perdido — su voz enronquecida por el deseo rasgó el silencio.
Abrió los ojos y miró a los del hombre, que se habían vueltos de un azul oscuro y parecían devorarla con ese mar intenso. Apoyó su frente sobre la de ella mientras intentaban recuperar la respiración.
— Señorita Rawson, dime que pare, por favor.
—No quiero que pare — se escuchó a sí misma decir.
Su otro yo, más racional, había caído desmayada por su atrevimiento. Pero no le importaba, aún no. Ahora que podía sentir su cercanía, su cariño, sus caricias no quería terminar tan pronto. No, cuando había sentido el mayor de los placeres que era ser besada por él. Porque ninguno otro estaba en su corazón, sino Charles Caruso, que con una mirada le bastaba para sentirse. Más viva que nunca. Era algo que otro hombre no provocaba a en ella. Solo él.
— No quiero hacerle daño — le susurró sobre sus labios.
Negó con la cabeza; él no le haría daño, salvo que siguiera amando a su hermana. Eso era un dolor que no podía combatir. De inmediato, desechó el pensamiento, no quería que nada ni nadie, y menos la sombra de Bryanne, pudiera manchar ese mágico momento. Sin embargo, sintió un nudo en la garganta. Cerró los ojos antes de que él viera el tormento que la mataba por dentro. Tampoco viera la profundidad de sus sentimientos.
No tardó que su mente volara lejos de allí, cuando él la volvió a besar, calmándola y quemándola. Sus manos que estaban sujetas por las de él, quedaron libres y se posaron en su cuello, enlazándolas y manteniéndose firme a él. Aun así, él la atrajo más su cuerpo, aclándola con su cintura. Dejó de besar sus labios para deslizarlos lentamente por su mandíbula, el cuello. Se entretuvo un buen rato besando y lamiendo su piel blanca, como un gato que saboreaba con bastante deleite la leche, hasta encontrar el punto sensible del cuello de la mujer. Sin poderlo evitar, le dio un pequeño y tierno mordisquito que ella sintió como un látigo en su feminidad. Se retorció más buscando alivio.
—¡Doctor!
Los dos se apartaron con el susto metido en el cuerpo.
— ¡Maldición! – Clare se asustó y se agarró más a él al sentir que la puerta intentaba abrirse pero no se podía porque estaba los dos impendiendo que se abriera —. Espere un momento.
—¿Cómo puede ser? - ella no podía articular palabra porque sentía el corazón sobresalirse del pecho —. ¿Está bien?
No, quería llorar de la frustración. Pero en vez de decírselo y quedar en evidencia, asintió. Él le cogió la mejilla y la acarició con el dedo pulgar, esa caricia la sintió hasta dentro. Intentó controlar la respiración.
— Bien, la voy a soltar poco a poco. No se aparte de mi lado.
Notó un gran vacío cuando dejó de abrazarla. Tuvo que contenerse por no gritar de frustración. Contuvo un suspiro y observó como Charles, despeinado y con las ropas arrugadas, abría la puerta al señor Nick, que tenía el ceño fruncido y con la mano levantada para tocar nuevamente.
— Buenas tardes, doctor
Pasó como si fuera su casa. Clarette, de mientras, en un rincón intentó que el control volviera a ella, que le era imposible, mientras envidiaba como Charles se había hecho con la situación.
— ¡Nick! Buen hombre, ¿qué hace usted por aquí?
— Le he visto pasar, sir. Pensé que estaba la consulta cerrada hasta que vi la puerta abierta y luz. Estuve dudando si entrar o no hasta que escuché unos ruidos. Supe que estaba usted dentro— esa condenada puerta siempre trayéndole disgustos —. No quería molestarlo —lo había hecho —, pero es urgente. ¿Tiene usted algo para... ejem, para los ronquidos.
Charles quería reírse, les había interrumpido por ese pequeño problema. ¡Por unos ronquidos! Reprimió las ganas ya que el señor se ofendería. No quería que se enfadara.
— Es de vital importancia, doctor. Mi señora me ha amenazado con echarme de la cama sino se me quitan los ronquidos. No creo que ronco, jamás haría eso a mi señora.