Caruso no se fue a la otra habitación, como había pensado que haría antes de que el sueño y el cansancio del día la venciesen. Antes de sentir que la abrazaba junto con su cuerpo rodeándola con sus brazos y piernas. Había sido un día emocionalmente agotador añadiendo el tren de mercancías que era Charles en su vida. La mente cayó en la oscuridad del sueño, asumiéndose en la calma y seguridad que había en él. Ya mañana tendría el suficiente tiempo para enfrentarse a la realidad.
Creyó haberse despertado por el ruido de algo, pero no fue así. Aún estaba durmiendo cuando alguien, o más bien él, se dedicó a despertarla dibujando en su espalda caricias que produjeron impacto en su punto sensible, como calambres directos ahí abajo. Intentó seguir durmiendo ya que podría cansarse. ¡Qué equivocaba estaba! Sin embargo, el sueño quedó relegado en un rincón cuando las caricias fueron a más y más hasta provocar en ella que jadeara y apretara los puños contra la almohada amortiguando los gemidos que salían de su garganta. Podía sentir sus dedos serpenteando por la piel sensible, porque estaba sensible gracias a él, grabando su tacto en ella, sintiendo cada trazo como un cosquilleo incesante y ardiente. En sus anteriores encuentros no había sido tan intenso, pecaminoso y excitante. Estaba siendo su arpa, que la tocaba con pericia, moviendo las cuerdas con una extrema delicadeza que dolía. Sin preveerlo, estaba convirtiéndose en pura arcilla derretida.
Gritó cuando su cuerpo no pudo más y explotó en mil astillas. El corazón le bombeaba rápido porque había sido vehemente.
— ¿Quiere más? — le susurró a su oído como un demonio que ofrecía la manzana del pecado a Eva —. Mmmmm. Nunca me saciaré de ti, mi claroscuro.
Fue una confesión que él no preparó decir, pero lo dijo y fue un latigazo para ella. No en el sentido malo. Sus palabras y su voz llegaron a su corazón, y otras zonas que no quería nombrar. Se notaba que había perdido la cabeza hacía tiempo.
— Charles — solo pudo articular su nombre en un susurro ronco —. ¿Qué me hace?
— No lo sé — se apretó más a su espalda —. No lo sé, hasta yo mismo estoy confundido.
Pudo notar a través de su voz el tormento que estaba teniendo. Casi no pudo pensar cuando nuevamente él empezó a trazar caricias por su cuerpo, descendiendo. Gimoteó al percibir que paraba las caricias, pero era brevemente para girarla hacia él.
— Clare, me tiene atado. Me hiciste daño cuando me confesó su engaño...
Sus palabras eran tan intensas como la emoción contenida en ellas.
— Lo siento — la oscuridad los envolvía y no llevaba las gafas para verlo, aunque podía sentir su mirada en ella —. Ya sufrí las consecuencias de mi acto mezquino. Os separé, usted se fue y mi hermana me condenó en su tiempo.
Le cogió con los dedos su mejilla, se sorprendió al sentirla húmeda por un surco de lágrimas. Atrapó cada una con sus labios, calmándola.
— Estuve ciego, rabioso por el dolor que no lo vi.
Clare al escucharlo se le paralizó el corazón. Temió escuchar lo que diría a continuación. Presentía que era algo relacionado con sus sentimientos.
— Me quiere — jadeó asustada —. Me quiere desde hacía tiempo.
La mujer intentó apartarse dolida porque él queriendo o no su corazón estaba desnudo y vulnerable ante él.
— ¡Basta! No tiene derecho ninguno al decirlo — Charles no se esperó la reacción aquella —. ¡Qué tonta he sido!
Consiguió apartarse cuando le dio una patada en sus partes, que maldijo con toda su alma en voz baja. Le había dado fuerte.
— ¡Clare! — gritó cuando esta se levantó de la cama y cogió una sábana rodeando su cuerpo.
— Eso pretendía. Seducirme y rebajarme para que le confesara mis sentimientos y usted disfrutara de ello. ¡Es un bastado, Charles Caruso!
— ¡Maldición! — el dolor en sus partes persistía. Además, por su imprudencia le había hecho daño a ella.
— Todo esto era su venganza perfecta. Seguro que se ha estado riéndose de mí desde el momento que lo he descubierto — fue buscando las gafas para encontrarlas pero no las encontraba.
— ¡No es una venganza! — se levantó de la cama, encendió el candil con la yesca y se acercó pero ella al notar su presencia alzó una mano, deteniéndole.
— ¿Ah, no? ¿Cómo sabe mis sentimientos? Le ha hecho gracia al enterarse que la hermana de la perfecta Bryanne, la gemela insípida, fea e invisible de Clarette estuvo enamorada de usted.
Ambos se quedaron paralizados cuando ella lo soltó a bocajarro. Dándose cuenta de ello, se alejó de él. Aunque no veía bien y se tropezaba con sus propios pies, alcanzó hasta llegar la puerta. Sin embargo, el muy sinvergüenza la detuvo.