Capítulo 8. Una verdad incómoda.
Cuando el rey Raymond supo que su hijo malversaba fondos, aprovechando su deber de planear los eventos de la familia real, no supo cómo reaccionar, Sam nunca había dado señales siquiera de estar inconforme con su papel en la familia, incluso disfrutaba bastante su papel de príncipe heredero. Nunca desperdiciaba la oportunidad de viajar en nombre de la nación y enorgullecía a su padre con su gran dedicación. No dudó en cortar sus fondos y ordenar su regreso a casa, pero su reunión fue totalmente inesperada.
-Hijo, devolverás el dinero ahora y pedirás disculpas a las personas involucradas. -Había ordenado, sus manos temblaban por la ira, quería arrojar algo, aventar algo que se rompiera contra la pared, pero lo que menos deseaba era iniciar un escándalo. -No robamos a nuestro pueblo.
-No es robar si ellos nos dan el dinero. Son un pueblo de ovejas que se alegra de darnos el poder sobre ellos al igual que su dinero.
-Si piensas así tal vez deberías renunciar al trono.
-Eso pienso hacer, querido padre, sólo quedan un par de detalles por resolver antes de mi gran adiós. -Sam lo miró por primera vez en la conversación, ojos azules llenos de frialdad, más parecidos al hielo que al cielo despejado. -Me iré antes de que termine el año.
- ¿Crees que me quedaré cruzado de brazos?
-Creo que no tendrás alternativa, tengo evidencias de cierto amorío que podría causarte bastantes complicaciones o debería decir le causaría problemas al primer ministro. Pobre señor Lionel, todos van a odiarlo.
Raymond mantuvo la calma, llevaba años ocultando su secreto, sabía fingir indiferencia a la perfección. Su temperamento nunca lo llevó a descubrir ante otros, aunque fuera un poco de esa vida anterior a su ascensión al trono, aunque a veces añoraba esos tiempos con toda su alma.
-No sé de qué hablas.
-Yo creo que sí, deberías ser más cuidadoso. Si yo lo descubrí… quién sabe si alguien más ya lo sabe.
Sin decir una palabra más el príncipe, su hijo, colocó una pila da cartas en sus manos, las reconocía, las había leído mucho tiempo atrás, fueron su consuelo en momentos de dificultades.
-Puedes conservar los originales, tengo copias. Creo que a los periódicos les fascinaría tener esto, por no mencionar un par de fotos que encontré. Imagina los titulares: El rey de Allburgo engaña a la reina con el primer ministro. Se venderá como pan caliente ¿no?
-Jamás engañé a mi esposa.
-Eso no importa, una vez salga la noticia todos dudaran de ti y mientras están demasiado ocupados volviéndose en tu contra no notarán que mi dinero y yo estamos del otro lado del mundo.
Incapaz de creer sus palabras Raymond se asomó al pequeño balcón de su estudio, la calma y tranquilidad del exterior no lograron contener la tormenta que sentía crecer en su interior. Escuchar semejantes palabras dichas por su hijo ¡Su hijo! ¡de quien siempre se sintió tan orgulloso! Su primogénito lo traicionaba por algo tan frívolo como el dinero, amenazaba con exponer y retorcer uno de sus preciados momentos de felicidad y convertirlo en una fuente de desconfianza entre él y su pueblo.
- ¿De verdad lo harías?
-No te conviene ponerme a prueba, padre.
-Espero que tu dinero compense la destrucción de tu familia y el haber robado a tu nación.
-Lo superaré pronto.
-No vuelvas a dirigirme la palabra, a partir de ahora sólo tengo un hijo. En cuanto abdiques vete y nunca regreses a Allburgo.
No lo escuchó salir, tampoco escuchó a James entrar anunciando que iría a América en un par de meses. Le dio su permiso preguntándose si algún día podría compartir con alguien esa traición que le carcomía el corazón. Se puso su mejor máscara de indiferencia y siguió con su vida, juntó información y vigiló las finanzas del príncipe, mitigando en lo posible el daño que en su mayor parte ya estaba hecho. Años de pequeños recortes aquí y allá, años de cheques vacíos entregados a colaboradores y años de mentiras y traición. Juntó todo sabiendo que no podría hacer nada contra él, aunque cada traición adicional rompiera otro poco su corazón. Se sentía inútil, viejo y cansado…
Cuando recibió la noticia de su muerte se sintió devastado. Ese mismo día escondió los papeles y se prometió que nunca permitiría que Allburgo viera a Sam como realmente era, por días el pueblo lloró a su príncipe, llenaron la plaza ante el castillo con flores y velas… Fue un espectáculo terrible y conmovedor. No podía quitarle eso a su gente, no podía destrozar la imagen que tenían de él, del joven entregado, honesto, agradable y siempre dispuesto a ayudar al prójimo. Estaba dispuesto a llevarse aquel conocimiento a la tumba, aunque su conciencia nunca lo perdonara.
***
A veces James se preguntaba si en realidad era hijo del rey, eran demasiado diferentes en todos los aspectos, pero al enojarse eran exactamente iguales, el príncipe estaba enojado por las cartas, no podía quedarse quieto, ese nunca fue su punto fuerte, la paciencia era para los idiotas, no para él cuando necesitaba respuestas. Hecho una furia corrió al estudio de su padre, pasos fuertes y acelerados. Por primera vez no sintió nada semejante a los nervios al atravesar la puerta de madera.
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Editado: 03.09.2021