París
Si fuera un hombre sensato, no hubiera vuelto a pisar el suelo parisino. Otra vez. La última vez, estaba de luna de miel, feliz y enamorado (o eso creía) de su esposa, cuando esta lo abandonó por el amante de turno.
Estaba siendo un poco autodestructivo el querer volver a un sitio donde fue un punto de inflexión de su vida. El comienzo de su adicción y aflicción.
No le había dicho nada a su hermana y al resto de familia porque no quería que lo supieran. Después de haber obtenido el divorcio, no estaba bien del todo. Seguía teniendo una rabia y una amargura que no desaparecían de él. Claro que estuvo dichoso por haberse separado de la traidora de su ex-esposa. Pero no podía con la sensación que había perdido algo. Ese algo era Diane.
Hizo caso omiso a la invitación de su hermana, y decidió en ese instante de su vida, de viajar. No sabía cuánto tiempo echaría viajando. Pero quería hacerlo para poder olvidar a su hermanastra. Había ido a Alemania, Suecia, Italia y había vuelto a París, ciudad del amor. ¡Qué irónico! Queriendo desenterrar el amor de Diane en su pecho. Estaba loco del remate.
Ahora estaba cenando en uno de los famosos restaurantes parisinos solo. No podía quejarse porque no quería tener más compañía que consigo mismo. Pero a lo largo de la noche se replanteó de pasarla solo o no. Sobre todo, cuando un camarero le dio una nota.
— Excelencia — le llamó y le extendió una nota —. La señora que está su derecha me pide que se la dé.
Miró por encima de la mano del camarero, fijándose en una señora que no tuvo el reparo de guiñarle el ojo y hacerle un brindis a su salud. Era una mujer bastante atractiva, y podría...
— Gracias — cogió la nota y la abrió. Cerrándola.
— Quiere una respuesta, excelencia.
Lo miró a él y la nota.
En esa noche decidió querer envolverse en la locura de la pasión aunque fuera con una desconocida. Sin duda, el antiguo Julian no lo hubiera hecho. Pero ese Julian ya no existía en él.
El aroma almizclado del sexo envolvía a la habitación mientras el hombre salía de las sábanas desnudo sin importarle que la mirada femenina se lo comía.
— ¿Tiene alguna mujer esperándolo en Londres? — Julian se puso los pantalones sin abrochárselos mientras miraba por la ventana.
— ¿Por qué lo pregunta? — no estaba interesado en contestar y más lo que implicaba la pregunta.
La mujer se irguió sobre la cama, queriendo que él volviese a la cama. Había sido sin duda la mejor noche que había pasado. Había tenido amantes desde que falleció su marido...
— ¿Curiosidad femenina? — se encogió de hombros.
Él no contestó y se puso la camisa. La mujer observó con fascinación todos sus movimientos. No podía evitar excitarse cuando esas manos la habían acariciado.
— Su silencio me responde — le cogió de la mano cuando vio que iba a coger la chaqueta del respaldo del diván —. Además, no soy una mujer celosa. Ha pronunciado el nombre de otra.
— Perdóname — aunque no lo sentía de mucho.
— Puede buscarme cuando lo necesite — sin permiso, ni dando pie a ello, lo besó en los labios como un beso de despedida.
Julian llegó al hotel cansado. No podía quitarse la sensación de sentirse perdido. El vacío de su pecho aún persistía.
Diane se equivocó. No podía amar otra mujer que no fuera ella. Maldecía el día que no supo aprovechar el momento y haberse dado cuenta que la mujer de su vida era ella. Había estado ciego por no verlo a tiempo.
Aunque había pasado casi dos años, no había hecho para que el rechazo y el despecho menguaran.
Hastiado se echó en la cama queriendo echar un descanso. Cerrar los ojos y no pensar. Sin embargo, no cerró los ojos. Su mirada fue hacia la mesita de noche donde un sobre lo esperaba por abrir. Era de su hermana Cassandra. ¿Cómo lo había encontrado? Si no le había dicho dónde estaría. Había tenido cuidado para que nadie supiera de su paradero. Pero parecía ser que había contratado un detective para seguirle el rastro. Si era así, no tenía duda de quién podría ser ese detective. La carta le había llegado hacía unas semanas. Aún no la había abierto. Esperando que la leyera y la contestara.
Extendió la mano y cogió el sobre sin saber si abrirla o no.
La abrió con un suspiro ya imaginándose las palabras de su hermana.
No se equivocó.
Querido hermano.
Te preguntarás cómo te he podido localizar, no ha sido tan difícil cuando hay contactos. Además, hay amigos comunes que te han visto en París.
Te pediría por favor que volvieras. Tu sobrino Patrick te echa de menos preguntando dónde está su tío. Las cosas aquí en Devonshire van bien. No lo digo por el ducado. Creo que sabes lo que me refiero. No quiero hacerte daño con pedirte que vuelves.