No seré tuya #4

Capítulo 11

No muy lejos de la mansión de Devonshire dos jinetes se disputaban por ganar una carrera. Cada uno intentaba  que su caballo corriese más que el otro aunque había por momentos que uno podía pensar que estaba muy igualado entre ellos. 

El viento que los azotaba no les impedía que cabalgaran con más fuerza e intensidad que antes. Uno de ellos ganaría, Alice o Julian. Esa carrera se había convertido en algo más para ellos. No era una opción perder. Eludieron una serie de obstáculos que se encontraban en el suelo como troncos caídos por el paso del tiempo y grandes piedras, que podrían hacer daño a las patas de los caballos. 

Alice echó una mirada hacia atrás para ver como iba el duque. Sabía que había hecho trampas al adelantarse en el tiempo. Sin embargo, ella había tomado esa galopada como si fuera una guerra y cualquier cosa valía hasta hacer trampas. Podía decir que esos segundos de ventaja le habían impulsado ir la primera. Por un momento creyó que él le daría alcance pero no. Ella ganaría esa carrera y la apuesta. 

Gritó de jubilo cuando vio que estaba cerca de los límites de Devonshire. Ahí enfrente de ella había un camino que se bifurcaba en dos, uno hacia el bosque y el otro se dirigía a otra casa. No sabía quiénes eran los vecinos de esa cara que parecía de lejos hogareña, pero poco le importo en ese momento. Estaba a punto de ganar al duque. Lo que no se esperó, que el duque había tomado otro camino, que sin duda, le ayudó a atajar y llegar antes que ella.

Estaba justo enfrente de ella. Tiró con fuerza las riendas para detener a su yegua evitando así un choque frontal de sus caballos.

Intentó que la respiración llegase a sus pulmones.

— ¿Cómo? —  le preguntó ella jadeante. Necesitaba más aire.

El duque le dio una palmada a su semental, orgulloso de él. El esbozó una nueva sonrisa que aún todavía no había visto en él. Una sonrisa mitad ladeada con una mueca pícara.

Si creyó que su corazón antes había latido rápido, ahora latía como un loco. Se llevó una mano al pecho intentando tranquilizar su corazón desenfrenado. No debería haber aceptado esa loca apuesta.

—No he hecho trampas como se imagina. Había un atajo detrás del sauce llorón. Con lo rápidez que iba no lo ha llegado a apreciar.

Ella puso los ojos en blanco. Era una acusación indirecta. Sabia que se estaba refiriendo a ella. No era ciega ni sorda para saberlo. 

—En cambio yo sí he hecho trampas y ve, no me ha funcionado — bufó—. De nada me ha servido. Tengo que reconocer que me ha ganado.

—Si, aunque he disfrutado más de la carrera que el hecho de haberla ganado.

No fue consciente que el caballo de él estaba acercándose al suyo, que pastaba tranquilamente. Era normal que su yegua decidiera descansar después de haber cabalgado muchos metros sin detenerse en un segundo.

Ella se rio, el hombre intentaba ser modesto pero ella sabía que no lo era. El duque Werrington modesto.

—¿Por qué se ríe? Lo digo en serio.

—Le agradezco su intención de no humillar a su contrincante, o sea yo,pero no necesito su modestia para que me haga sentir bien.

—  ¿Quién le ha dicho que sea modestia? — ella se puso seria cuando él se atrevió a tocar uno de sus mechones sueltos del pelo para colocárselo detrás de la oreja.

Ella intentó ser indiferente y trató observar cómo el crepúsculo lentamente se hacía dueño del cielo. Pero no pudo. No cuando estaba él muy cerca de ella. 

—Por favor — se apartó alejándose de él —. Le recuerdo que  usted propuso esta carrera con el objetivo de ganarme para conseguir una disculpa de mi parte. Debo aplaudirle porque lo ha conseguido.

Otra vez en sus labios se dibujaron esa sonrisa...¡Sus sonrisas deberian estar prohibidas! Porque tenían un efecto alarmante en su cuerpo, más bien, en su corazón.

—Estoy esperando escuchar su disculpa. 

Ella le costó despegar la lengua del paladar y decir con voz audible:

—Lo siento.

Había sonado tan flojito que apenas lo escuchó ella.

— ¿Cómo dice? 

—Lo siento —gritó — ¿Contento?

—No mucho. No me ha parecido sincero de su parte.

Ella quería gritarle que si había sido sincero de parte. Bueno, realmente, lo había dicho de prisa y corriendo para ver si colaba. 

— ¿Qué hace? — le preguntó alarmada cuando lo vio bajarse del caballo y le tendía una mano para que bajara.

—Prefiero que me lo diga estando cara  a cara, no montados encima de nuestros caballos.

Era una tonteria. Se notaba que queria humillarla. 

— ¿O tiene miedo?

— ¿Miedo de qué? — preguntó con chulería y haciéndose notar  su acento cockney — ¿Que su excelencia quiere mostrar una presunción digna de un pavo real?

—Me sorprende que nadie le ha dado una tunda por su lengua viperina.




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