No seré tuya #4

Capítulo 41

Aún seguía lloviendo afuera. Como cortinas de agua, recorrían cada ventana de la casa de Devonshire y creaba una cadente música al chocar con el cristal o la pared de piedra. El viento los acompañaba con sus quejidos.

Julian inspiró y tomó el impulso de hablar antes que se echara para atrás.

— ¿Te acuerdas de que te conté que tras mi fracasado matrimonio, me eché a la bebida? —ella asintió con un nudo en la garganta —. Bueno, eso fue infierno. Tanto que temí no salir de ello. Gracias a los esfuerzos de Cassandra y Matthew salí de ello. También, cuando llegó una persona me di cuenta la imagen que estaba dando. No quise echar por tierra lo que tanto cuidó mi padre: el ducado. Si me vieses en ese momento, era un guiñapo y una versión de mí horrible. Esa persona era tu madre adoptiva, Diane, que regresó casada.

La joven seguía callada mientras él continuaba relatando.

— Fue un gran impacto al verla casada. Mucho. Cuando ella llegó aquí la primera vez, y conforme pasaba el tiempo, nos hicimos grandes amigos. Éramos inseparables hasta que yo me casé, y eso produjo sin darme cuenta una brecha en nuestra amistad. Fui egoísta y ciego. Para aquel entonces, ella estaba enamorada de mí y no sabía de sus sentimientos hasta más tarde. Cuando ella regresó de Italia.

Se había perdido, abrió la boca y la cerró. Él notó su confusión y dibujó en sus labios una sonrisa, un tanto triste.

—Sí, ella estaba enamorada de mí —ella sintió como si alguien le estrujaba un poco el corazón, ¿su madre había estado enamorada?, ¿de él?

Tú, también lo estás.

— ¿Cómo? No entiendo. Ella sigue casada y... ¿Tú?

—Dante es la respuesta. Él supo ganarse el afecto y el aprecio de tu madre antes que yo. No fui un buen ejemplo de la honradez —confesó no muy orgulloso de sí mismo al recordarlo—. Intenté separarles aprovechando los vestigios que ella todavía podía sentir por mí.  Confudiéndola aún más. Estaba enamorado de ella, Ally, hasta el punto de ser una obsesión y una perdición. Sin embargo, yo  ya no era el dueño de su amor. Dante lo era, aunque, en un principio, me negué aceptarlo.

No sabía que estaba llorando hasta que él le enjuagó las lágrimas.

— Sufrí por segunda vez, aunque esta vez era merecido por ser ciego y terco. Es por esa razón que estuve ausente en los años que estuviste internada. Quise poner distancia y olvidarla. Cuando volví, aún sentía algo por ella, aunque muy débil y efímero. 

—Ella fue tu gran amor— contuvo un sollozo y apretó los labios.

—Lo fue, tú misma lo has dicho — le abarcó el rostro con las manos y enjuagó sus lágrimas con los pulgares —. Ahora hay otra mujer que ocupa ese puesto. Eres tú, mi pequeña Ally. Mi ladrona. 

La besó sintiendo los labios húmedos y suaves de ella.

— Llegaste a mí vida como un vendaval que no preví, ni puede parar. Te colaste poco a poco hasta llegar a mi sangre. Luego, fue extendiéndose hasta ocupar entero mi corazón. Espero que no sea tarde al decirte que  te amo y te amaré hasta el último aliento que me queda de vida.

— Yo, también te amo —depositó un beso delicado en su frente y se dio cuenta que temblaba. Había algo que le indicaba que no era todo perfecto. 

Temió que no le había creído. Se apartó y la miró. Aún tenía los ojos anegados de lágrimas.

—  ¿Qué ocurre? — le preguntó con la voz temerosa.

—No es por ti, o sí — negó con la cabeza sin saber cómo explicarse sin que él lo malinterpretara —.   Es... No me esperaba que hubieras tenido otro amor. ¿Diane? Es darme cuenta que, de pronto, ella y tú, habéis compartido más que una relación fraternal. Entiéndeme. Me ha pillado de sorpresa. No sé qué pensar realmente, Julian.

— Di lo que piensas — sabiendo que podría ser palabras de rechazo.

Se acercó y fue ella quién le cogió el rostro. Sus palmas palparon la aspereza de su barba que empezaba a crecer en sus mejillas tersas. Lo amaba con toda el alma, pero necesitaba reflexionar y asimilarlo.

— ¿Me podrías dejar un momento a solas? — él quiso negarse, pero acabó aceptando, arriesgándose a que ella lo abandonara. Rezó que no lo hiciera porque no lo soportaría.

—Prométeme que no te irás.

— Te lo prometo, pero necesito estar en soledad. Por favor, Julian — le dio un beso en la mejilla —. Concédeme ese deseo.

—Te amo —le repitió y la abrazó con fuerza antes de dejarla marchar tal como le había pedido.

Ally necesitaba salir, aunque fuera para respirar aire. Sentía un gran nudo en la garganta que le costaba tragar y sentirse bien.




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