Sigilosamente salgo de la oficina, no tuve tiempo a revisar nada, pero no será la primera ni la última que entre, no hasta encontrar algo.
—¿Cómo vas? Se te tiene que hacer fácil, ya te he dicho lo que le gusta y lo que no —replico pasando a tomar mi asiento.
—Eso no quita que tu amiga sea muy difícil, ten —me extiende el CD forrado por algo plástico transparente.
—Ves que te estoy ayudando, la lastimas y conocerás a la verdadera María José —alza las manos, y me río. —. No pude averiguar nada —digo, con voz desanimada.
—No te preocupes, me tienes de tu lado.
Abro la boca para decir algo pero en eso entra mi querido esposo, de hecho nunca quise intentar verlo con otros ojos, a parte de verlo como un arrogante, pero sobre todo como el hermano del amor de mi vida, que sobra decir que ya no está.
—Vamos —ordena, de mala gana como si tuviera la culpa de cualquier cosa que le haya pasado.
—E…
—Es tarde, déjalo para mañana, anda —me interrumpe, me indica la puerta con la cabeza y no entiendo su prisa por marcharnos.
—Bien —digo, rodando los ojos. Era el momento perfecto para entrar a la oficina de Dalia, pero tuvo que volver, sabrá Dios porqué. Tal vez será mejor que consiga una copia de su llave.
Quiero ver el CD pero tendré que esperar llegar a casa, estoy ansiosa por hacerlo, ¿Estará ahí el rostro de esa persona? Sería muy fácil meterlo a la cárcel así.
Salgo de mis pensamientos por la sacudida que da la camioneta.
—¿Qué…?
—No salgas de la camioneta —me ordena Antony bajando rápidamente.
Miro por la ventana y veo a dos hombres armados, antes de siquiera poder gritar alguien me saca del brazo de la camioneta.
¿Qué estaba pasando? ¿Nos iban a robar?
—¡No la toques!—Antony tira de mi brazo, y me coloca detrás de él.
—El CD —pide el que está frente a Antony apuntándonos. Ambos están enmascarados, sólo puedo ver sus ojos, y los grabo en mi memoria, verdes y azules.
Ni siquiera he visto el CD, tengo que verlo, si ellos lo buscan es por algo.
—¿De qué CD está hablando? ¿Quieren dinero?
—Su esposa sabe perfectamente de que CD estamos hablando…
Niego rápidamente con la cabeza. —No sé de que está hablando, no tengo ningún CD.
—Mary, si lo tienes entrégalo —me pide Antony, en voz baja.
El hombre de ojos azules hace un gesto con la cabeza, y el de ojos verdes que está a mi lado se acerca, me toma bruscamente del brazo y jadeo del dolor.
Antony me aparta de él, colocándose nuevamente frente a mí, tapándome con su cuerpo.
—Si lo tiene lo va a dar —voltea para quedar frente a frente a mí. —. Mary, por favor, si tienes el maldito CD entrégalo —niego con la cabeza, estoy asustada pero eso no es suficiente para rendirme. —. Tu vida vale más que eso, nuestras vidas valen más.
Miro a los dos hombres que nos tienen rodeados sin dejar de apuntarnos, y luego lo miro a él.
—Ahí tiene que estar quien quitó los frenos —susurro. —. Y el hecho de que ellos lo quieran sólo me confirma que ahí está a quien tanto buscamos.
—Debe haber una copia —toma mi rostro entre sus manos. —. Por favor, no quiero que te hagan daño, además no quiero morir sin antes tener un descendiente.
Eso suena muy fuera de lugar en un momento así.
—No tenemos todo el día, nos das el CD, o vienes con nosotros.
Cierro los ojos con fuerza, necesito controlar mi rabia para no provocar que me den un balazo. Giro, y tomo mi cartera en el asiento, saco el CD y se lo extiendo.
El de ojos azules se lo arrebata de muy mala manera a Antony, ni siquiera esperó a que se lo extendiera.
—Nos volveremos a ver —digo con rabia, en voz baja.
Suben a una moto y se van, es ahí cuando empiezo a golpear la camioneta desatando mi rabia.
—¡Maldita sea! Ni siquiera lo vi, recién me lo entregaron. Juro que lo haré picadillos, ¡rayos! ¡Carajo!
Mi puño queda en el aire, mi muñeca es sostenida por alguien firmemente.
—Cálmate.
—¡No me pidas que me calme! Era la única pista que tenía hasta ahora —lo empujo soltándome de su agarre.
Las lágrimas se me escapan del coraje, subo a la camioneta con un nudo inmenso en la garganta.
—No tienes que ponerte así, vamos a descubrir quien fue —me mira desde el espejo.
Me cruzo de brazos, y miro por la ventana para que no crucemos miradas.
Es esa rabia que sientes que te quema y no sabes como aliviarlo, así me siento.
He pasado tanto tiempo intentando conseguir algo, y que ahora me lo arrebaten así nada más. Por mi sangre circula puro coraje, en mi mente aparecen esos ojos azules y verdes, y las ganas de poder meterles un Plomazo yo misma me inundan.
Tiro de un portazo la puerta del auto, y me adentro a la casa hecha una fiera.
—Quieres calmarte.
—¡No! Y no me pidas que lo haga —avanzo hacia él, gritándole molesta.
—Te lo estás tomando demasiado personal, deja de jugar al policía —me dice entre dientes.
Río sarcástica.
—OH claro, jugando al policía —relamo mis labios. —. ¡No me voy a sentar a esperar noticias como tú! Yo no puedo pasar por alto algo que me sigue doliendo —toco mi pecho.
—¡Cállate!—empuña sus manos, mirándome mal, sus ojos envían chispas de fuego hacia mí. —. Para ti eres la única que sigue sufriendo, porque para todos el tiempo ya curó las heridas ¿No es así?
Paso mi mano por mi cabello desordenándolo, doy un paso hacia atrás mordiendo mi labio inferior.
—No —me toma del brazo, de una forma no gentil. —. Contesta, contéstame.
—Déjame en paz —digo entre cortada, me suelto de su agarre y me dirijo a la sala. Me siento en el sofá y subo mis piernas pegándolas contra mí.
Tapo mi rostro, hago un ejercicio de respiración y ceso mi llanto sin dificultad. Escucho un pequeño ruido en la cocina, y supongo que tiene hambre, pues la cocina y él no son amigos.
Me quito la camisa quedando en una blusa de tiras, la dejo sobre el sofá y me encamino hacia la cocina, lo observo inclinar el cucharón mientras se mantiene muy lejos de la estufa, no sé que está haciendo pero así no lo lograra.
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Editado: 25.09.2024