POV: MARÍA JOSÉ.
Me cuesta mover mi cuerpo, mi cabeza amenaza con explotar si me muevo, quiero chillar pero siento como si no hubiese despertado aún. Abro los ojos después de varios párpados pesados, cierro los ojos y los vuelvo a abrir para acostumbrarme.
Mi cintura duele como si un camión me hubiera aplastado, pero… ¿Por qué me siento así? Si parece que simplemente sufrí un desmayo, ¿Por qué me duele tanto el cuerpo?
—Oh Dios —chillo mentalmente.
Giro de lado, y mis ojos caen sobre la figura de un hombre sentado de pies cruzados a la par de mi mesita de noche, mirando hacia un punto fijo en frente mientras mantiene un dedo debajo de su barbilla.
Se ve sexy pensativo.
Agacho la mirada al percibir que pretendía voltearse.
—¿Estás bien?
No le contesto, siento su peso sobre la cama y levanto la mirada. Estamos a un centímetro de que nuestros cuerpos se rocen, él no se hace esperar y rodea mis hombros.
—Lo siento, pero dijiste que la presión no causaba desmayos —reprocha, mirándome preocupado.
En su rostro por alguna razón noto esa tortura interna por la que pasó.
—No todo lo que me pase será eso —aclaro. Pienso en mis palabras y me confundo ¿Por qué me desmayé? No era la primera vez que un grupo de periodistas me atracaban, ¿Qué me estaba pasando?
—Supongo no —su voz suena algo incómodo, no quiero que se disculpe si está pensando en eso, que ni lo haga.
Me despego de su cuerpo y lo miro a los ojos.
—No quiero que te disculpes, quiero que creas en mí, de una vez por todas.
Inclina su mano pero la aparto.
—No tienes que responderme, déjame sola.
Aparto la mirada, y siento como abandona la habitación. Eso me da tanta rabia, esperaba que insistiera y que me dijera que cree en mí, ¿Por qué no insistió? ¿Lo estaré perdiendo?
—Voy a borrar esa sonrisa de tu rostro Dalia, Antony no estará ciego por mucho tiempo
[…]
Hugo es quien me acompaña a la fiesta ya que mi querido esposo me dejó tirada.
No entiendo por qué está actuando de esa manera, se supone que él no es así, su lado enamorado es tierno, pasivo y paciente. Sé que tiene motivos para enojarse, pero… él así no me está dando el lado de poderle decir que yo también lo quiero.
—Buscando lo que es mío.
Giro sobre mis talones para mirarla, alzo las cejas fingiendo asombro.
—Nunca tanto querida —llevo una mano a mi barbilla mirándola con picardía.
—Que pena —echa su melena hacia atrás.
—No entiendes que si el perro está ladrando no puede morder, ladras o muerdes —río.
Ella levanta su mano aproximándose, pero la detengo fuertemente del brazo.
—Ey —le regaño. —. ¿Dónde está tu ética? Muchísimo cuidado —me acerco a su oído. —. Que muchas ganas tengo de barrer contigo; y te lo repito, ése hombre por el que tanto me odias, estoy en su cabeza y en su cama, haber si te dejas de humillar.
Retira su mano bruscamente de mi agarre.
—No me conoces Mary, tú no estabas en mis planes pero te haré miserable créeme que sí, no tienes idea de lo que soy capaz.
Niego con la cabeza, sus amenazas no me mueven ni el tapete.
—Te equivocas, sé lo ruin que eres, pero yo soy tu dolor de cabeza querida.
Doy la vuelta sobre mis talones y la dejo atrás, Dalia es tan hermosa, pero sólo eso, hermosa nada más.
A lo lejos veo su espalda, está hablando con un grupo de hombres mientras toma algo. Cautelosa me acerco, espero a que terminen su conversación y lo tomo del brazo.
Él voltea a verme y le sonrío, me mira asombrado pero luego me sonríe. Me presenta a sus conocidos y luego nos alejamos.
—¿Qué haces aquí?—pregunta entre dientes.
—Tenemos que hablar, y no estoy molesta por dejarme tirada y venir con otra —digo con ironía, arrastrándolo del brazo hacia el jardín de la casa.
—Pensé que no estabas bien —se suelta de mi agarre y se para delante de mí, deteniendo mi caminar.
Es ahora.
Me armo de valor, mirándola fijamente a los ojos, ya dispuesta a soltar todo.
—La mujer en la que tanto confías, que crees más en ella que en tu esposa, esa mujer, está implicada en la muerte de tu hermano.
El silencio reina por largos segundos, segundos que son una tortura para mí.
Él ríe. Le digo algo tan delicado, tan serio, y se ríe.
—Ella sólo quiere tu dinero, tienes que creerme —le ruego tomándolo del cuello de su camisa.
Él baja la mirada a mis ojos, me mira fijamente sin parpadear antes de hablar.
—¿Creerte? No se supone que habías superado a mi hermano y ¿qué? Allí estabas llorando por él, y maldiciéndome, me mentiste una vez, lo harías otra vez.
Mis manos resbalan lentamente del cuello de su camisa, esto se trata más de nosotros que de ellos.
—Lloraba porque le fallé a tu hermano de la peor manera, nos prometemos amor eterno y yo me enamoré de su hermano —doy un paso hacia atrás. —. Luego tomé esa decisión tan importante, ahora no sé si vale la pena, créeme si quieres, no me interesa.
Cierro los ojos, y me doy la vuelta, salgo del lugar con el corazón hecho añicos, hace tiempo no sentía esto, esto era diferente, algo dentro de mí se quebrantaba porque el hombre al que amo no creé en mí, y tantas veces es lo que más duele, porque ya ha pasado mucho tiempo.
Ahora peor, confundió las cosas.
Creé que aún amo a su hermano, de seguro esa Dalia le estuvo metiendo ideas en la cabeza, no me sorprendería de ser así.
—¡Mary!
Volteo para ver de quien se trata, y me encuentro con Hugo corriendo hacia mí.
Limpio mis mejillas con mis manos, y trato de respirar acorde.
Cuando llega a mí, no dice nada y sólo me abraza.
—Que raro, tu casi no lloras, ah sólo por algo —dice mientras con su mano libre acaricia mi espalda, en la otra lleva mi bolso de mano.
—No me creyó —sollozo. —. Ni siquiera se sorprendió, como si se esperara tal cosa de mí.
—Las cosas no son como crees, no llores —pide alejándose.
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Editado: 25.09.2024