No soy Él

Capítulo #59 No soy él

Hay momentos en la vida donde deseas estar en una dimensión, pero la vida se encarga de abofetearte con la verdad, la dura y cruel verdad.

Mis pasos son lentos, nunca me gustaron los cementerios, aunque eso nadie lo sabía, era muy serio como para ser leído.

Me inclino ante la tumba y dejo la rosa negra sobre ella, no tengo palabras, me decepcionó muchísimo, no tenía mucho que decir, lo perdonaba, de seguro si él pudiera ver la trágica historia que dejó atrás, debe de estar arrepintiéndose.

—Le hiciste daño a tu sobrina sin siquiera conocerla, te perdono hermano, si tan sólo Dalia hubiera sabido hacerlo mismo, no estaría tan destruido como lo estoy hoy, a ella, a ella le hiciste doble daño, tu pasado la arrastró hasta la… —limpio mis mejillas con rabia. —. Estaba dispuesto a que nos viéramos, porque había conocido el amor y eso me había hecho vivir, siempre serás mi querido hermano menor.

Cuando desperté en aquel hospital, desperté de una terrible pesadilla, alguien me gritaba que viniera a salvarla, pero siento que tardé.

Regreso a casa suspirando, con un peso menos encima, pero con una tristeza tremenda que no se me quita.

Sonrío apartando de mi rostro todo ese disgusto al ver a la señora Valeria bajar con ella, Antonella, mi hija.

—Pareciera que se hubieran conectado por telepatía —dice entregándomela.

—Tal vez —digo, cambiando de un hombre muerto en vida, a un bobo enamorado. —. Hola preciosa.

Sus ojos, sus ojos siempre me la recordaban, esperaba con ansias el día, en que ella abriera esos ojos y no tener que vivir con la angustia de sólo verla en nuestra hija.

—¡La señora despertó!

Mi pecho se abre, inconscientemente aprieto a la bebé contra mí, sosteniéndola fuerte por miedo a dejarla caer.

—Dámela —me pide su abuela, y se la entrego aturdido.

Como un zombi, aturdido, subo las escaleras con el alma en la mano, asustado y muy preocupado.

Abro la puerta sigilosamente, me detengo sosteniendo mi pecho al verla moviendo los ojos de un lugar a otro.

Un mes. Todo un mes de angustia, desconsuelo, un mes en la que nuestra pequeña no ha podido ser cargada por su madre, un mes observándola, hablándole sin obtener respuestas.

Doy un paso dudoso, ella gira encontrándose con mi mirada, me mira confundida por unos segundos y luego sus ojos se aguan.

—Estás vivo —dice casi sin voz. —. Por eso no te encontraba.

«Hagamos de todas las noches una guerra de amor» ése recuerdo viene a mi mente.

Asiento con la cabeza, acercándome con rapidez, ansioso por sentirla. La abrazo con fuerza sin importar la incomodidad.

—Dios, te juro que si no fuera por ella no seguiría aquí, no sabría que habría sido de mí sin ti.

—Quiero verla, quiero cargarla —pide con deseo.

—Tiene tus ojos —me alejo para acariciar su rostro, asegurarme de que está aquí, conmigo.

Ella inclina sus manos y limpia mis mejillas.

—Te amo.

«Te amo, perdón por decirlo tarde» otro recuerdo.

—¿Alguien la invocó?

La señora Valeria entra con la niña, Mary se incorpora de golpe jadeando de dolor.

—¿Estás bien?

—Sí, mamá dámela —suplica extendiendo los brazos.

—Ay voy —Valeria se lo entrega.

Su cara embobada de amor llena mi corazón vacío, cose mi corazón roto.

—Usted siempre estuvo tan tranquila —le digo a la señora Valeria.

—Es que el alma de ella estaba buscándote y volvió a su cuerpo —frunzo el ceño confundido. —. Fíjate que cuando duermes tu alma se va, cuando despiertas es porque regresa, el alma de Mary sólo estaba perdida.

—Ujum —murmuro asintiendo sin entender nada.

—Le pusieron Antonella ¿verdad?

—¿Quién se atrevería a desobedecerte? —respondo, regresando mi mirada a ella. Inclina su mano y la posa sobre la mía sobre la cama.

—No soy él —la miro fijamente a los ojos.

—Pero yo te amo —se inclina con la bebé en brazos y me besa, un beso que sella sus palabras.

—Ya llegó el doctor, disculpen, también la señorita Carmen, bienvenida señora —la chica de servicio hace una reverencia.

—No has cambiado nada —niega sonriendo.

—¿Se acuerda de mí?

—Estuve en coma, no que perdí la memoria —aclara.

La chica agita los brazos.

—Ay es que estoy tan nerviosa y emocionada, lo siento.

—Me la llevo para que el doctor te revise —dice la señora Valeria queriendo tomar a Antonella.

—No puede revisarme después —se queja Mary.

—Mi amor, estás de vuelta, es tú hija, toda tuya.

Haciendo un pequeño puchero le entrega la bebé a su madre, quien abandona la habitación junto a la chica de servicio.

—¿Qué tanto ha pasado?

—No señora —niego con mi dedo. —. Primero la revisan, luego nos ponemos a retomar cosas.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?—pregunta.

—Un mes —contesto, pasando a sentarme en el sillón de la habitación.

—¡Un mes! ¿Quién la alimentó? ¿Cómo…

—Tranquilízate, todo está en orden…

—Buenas tardes señores —el doctor entra a la habitación. —. Señora González, es un alivio inmenso verla despierta.

—Gra gracias —contesta desconcertada.

Desde el sillón observo sus gestos y como el doctor la revisa y le pregunta cosas.

—¿Sientes todo tu cuerpo? ¿Puedes mover las piernas?

—¿Qué? ¿Es posible que…?

—Lo es, ha personas que cuando despiertan de coma al principio no sienten las piernas entre otras cosas…

Ella niega con la cabeza.

—No, a mí si no me funcionan las piernas no le sirvo a mi hija, es como si estuviera muerta…

Esa palabra, fue la agonía de todo ése mes sin ella, me rehusaba a aceptar que en cualquier momento se daría o despertaría.

—¡Mary! —ella busca mis ojos asustada. —. No vuelvas a repetir eso, no lo hagas.

Se queda mirándome por un rato despistada, pero luego me da una pequeña sonrisa.

—Quiero pararme —pide.

—Todo está bien señora, sólo le decía cosas que pasan —le aclara el doctor.




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