Leonardo
Nunca tuve un mal concepto de mi padre, es más, admiraba como él y mi madre se compenetraban tan bien.
Ella lo esperaba todas las noches, él llegaba muy cansado y lo único que hacía era tumbarse en el sofá mientras mi madre le daba suaves masajes preguntándole qué tal su día.
Tenía a la mejor mamá del mundo, y no es por presumir; así era y ya. Por desgracia, y no sé por qué, la vida siempre se lleva a las mejores personas para solo dejar toda clase de mierda viva, incluyéndome.
-Vamos mamá, será divertido, te lo aseguro- dije con emoción.
Mi padre tenía que ir a Italia- asuntos de trabajo, claro- él había planeado este viaje desde hace mucho y a mí me encantaba la idea de que esta vez mamá y yo podamos acompañarlo.
El único problema era que mi madre no tenía intención de ir con nosotros.
-¡Papá!- grité muy efusivo- Por favor, convéncela de que nos acompañe.
Él la observó en silencio y se comunicaron visualmente, en ese momento no entendía muchas cosas y probablemente hoy en día tampoco tenga claro ciertos puntos.
Ambos entraron en la oficina de mi padre y por más que me esforcé en escuchar lo que hablaban desde la puerta y con el oído bien pegado, no lo logré.
Decidí mirar un rato la televisión y sin darme cuenta caí en un profundo sueño.
Desperté aproximadamente luego de dos horas, fui a la cocina por agua y segundos después me di cuenta de que en la casa no había nadie más que yo. Grité un par de veces para asegurarme de que así fuese y después me dirigí al jardín para jugar con la gran colección de autos de carrera que mi tía me había regalado la última Navidad.
Media hora después mi estómago empezaba a crujir. Tenía muchísima hambre. Para tener siete años era muy pequeño como para llegar siquiera al lavadero, así que coger el cereal de la repisa no era una opción.
Mis padres llegaron veinte minutos después con una gran sonrisa y cogidos de la mano.
-Trajimos pizza.- dijo mi mamá
-¡Sí!- grité emocionado mientras saltaba de felicidad en el mueble.
-Leonardo, por favor bájate de allí, te puedes lastimar.- mi padre se dirigió a mí de una manera muy dura, algo que normalmente no pasaba.
Mientras comíamos en nuestro gran comedor, la tensión se notaba en el ambiente, mis padres estaban muy callados y no entendía el porqué.
Mi padre no terminó su rebanada de pizza cuando se levantó bruscamente de la silla y se fue a la cocina; mi madre me miró con ternura a los ojos y me dijo:
-La pasaremos muy bien en Italia mi niño.- me besó con dulzura la mejilla.
Abrí los ojos hasta más no poder, no podía creer lo que había escuchado. Mi mamá iría a Italia conmigo y mi padre, ¡qué genial!
La abracé muy fuerte y le agradecí por la decisión de querer acompañarnos.
El día del viaje ninguno de los dos se veía emocionado a excepción de mí. Fue todo muy normal: llegamos al aeropuerto, dejamos nuestras maletas donde debíamos, pasamos el control y, donde la línea se rompió, fue cuando yo y mi padre teníamos que subir a un avión diferente al de mi madre.
Miré a ambos extrañado.
-No pudimos conseguir un vuelo igual, tu madre llegará una hora después que nosotros.- mi padre seguía teniendo ese tono muy duro.
En ese momento no me preocupé, confiaba en que nada de lo que estaba pasando era extraño.
Horas después, descendí del avión muy emocionado de volver a respirar aire europeo.
El chófer nos estaba esperando en una camioneta blanca enorme.
No podía dejar de admirar el bello paisaje; mi padre compró dos té helados para ambos y mientras subían de a pocos nuestras maletas a la camioneta pensaba en lo divertidas que iban a ser estas "vacaciones"
Llegamos a nuestro maravilloso hotel de cinco estrellas y lo primero que hice fue tumbarme boca arriba en mi enorme cama, segundos después entró mi padre y otro señor con nuestras maletas.
-Disfruten su estancia. Para solicitar algún servicio, marque el número tres, por favor,- dijo señalando el intercomunicador- mi nombre es Guillermo y estoy para servirles.
Guillermo se retiró con una sonrisa muy amable.
Me puse a mirar la cartilla para ver qué delicias iba a poder pedir más tarde.
-Leonardo- dijo de repente mi padre- ya tengo que irme, volveré en tres horas, pide algo de comer, mira televisión o baja a jugar al centro recreacional, pero por favor, no causes ningún desastre.
-Pero papá...- no pude evitar preguntar- ¿y mamá?
-Ya llegará.- fue lo único que dijo y cerró la puerta.