Leonardo
Estuve en aquel cuarto apestoso más de una hora y media.
Lo único que hacía era pensar en lo que había pasado. Rogers y mi padre, hombres de negro, Germán, el nombre de mi madre. Nada tenía sentido.
¿Por qué Andrew Rogers amenazaba a mi padre? Todo era una mierda. Quería salir de una vez. Estaba encogido y mis músculos ya no aguantaban más, tenía que estirarme o me daría un calambre de por vida.
Mis pensamientos se vieron interrumpidos al oír que la puerta de donde salieron esos hombres de negros se volvía a abrir.
-Necesito que se aseguren de cerrar todas las salidas posibles. Nadie puede escaparse. Pongan hombres hasta en las tuberías.- Rogers le daba órdenes a toda una fila de hombres que lucían como Germán, como sus asistentes personales.
-Sí señor.- contestó uno de ellos.
-Tienen tres horas para que todo quede listo, no fallen.
Los hombres salieron de aquella suite en fila. Andrew se tiró sobre el gran sofá y lanzó un suspiro, uno de paz, como si todo estuviera marchando bien.
Al cabo de unos segundos cerró los ojos y se quedó plenamente dormido. Era momento de escapar y enfrentar a mi padre.
Aguardé unos minutos más para asegurarme de que no se levantara. Cuando por fin todo estaba listo, decidí bajar lo más lento posible, no podía hacer ningún ruido, incluso contuve la respiración, la sala estaba totalmente silenciosa y hasta el zumbido de una mosca era capaz de oírse.
Logré bajar y tuve cuidado de no pisar alguno de los trozos de la taza rota en el suelo.
Estaba a tan solo cinco centímetro de la puerta, mi brazo estaba extendido para coger la manija con cuidado y de repente sentí una vibración que venía desde mi pierna. Todo pasó muy rápido, aquel ruido inundó la habitación y solo pude maldecir en mi mente antes de sentir como Andrew Rogers se acercaba a mí.
-Leonardo, qué gran sorpresa verte por aquí. ¿En qué te puedo ayudar?
No pude soltar palabra alguna, por primera vez, sentía miedo dentro de mí, quedé paralizado mientras al frente de mí estaba parado y sonriéndome uno de los hombres más poderosos del mundo.
La vibración y el sonido de mi celular me hizo tomar conciencia.
-¿No vas contestar?- dijo Rogers mirando el bolsillo de mi pantalón.
-S..sí.- fue lo único que dije.
No sabía qué hacer, quería salir de aquella habitación, pero a la vez sabía que cualquier paso en falso podía ser fatal.
-¿Aló?- dije temeroso.
-¿Dónde estás, hijo?- mi padre se oía preocupado.
Rogers comenzó a acercarse, mi cuerpo volvía a tensarse. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, cogió mi celular y se lo puso en la oreja.
-Más vale que todo salga bien.- y colgó.
Quería preguntar. Quería saber qué estaba pasando. Quería que me diga cómo conocía a mis padres.
Sabía que no obtendría respuestas. La mirada de Andrew Rogers era fría. Incluso me daba la impresión de que no parpadeaba. Tenía unos ojos color verde muy grandes. Nunca lo había visto en persona, tan solo en revistas y por televisión. Siempre lucía elegante, como ahora. Sin embargo, en aquel momento lo tenía tan cerca, podía notar sus imperfecciones. Noté una cicatriz debajo de su nariz, casi imperceptible pero supuse que en las fotos los editores la borraban y en la televisión la tapaban con maquillaje.
Volteé e hice el ademán de abrir la manija. Era hora de irme sin decir palabra alguna.
La puerta ya estaba abierta cuando de repente unas palabras hicieron que no de ni un paso más.
-Si yo fuera tú no haría eso.
-¿Qué?- fue lo único que atiné a decir.
Se acercó con un sonrisa y cerró la puerta. Puso su mano en mi hombro y me encaminó hacia el sofá.
-Te necesito conmigo para que tu padre no haga algo de lo que se pueda arrepentir.- se volteó y tomó asiento- Ven, siéntate conmigo, tenemos mucho de qué hablar.