Ela cargaba con una taza grande café, el que su madre amaba, no era el mismo que ella le preparaba cada mañana, pero serviría era un poco dulce de un sabor fuerte y un aroma encantador. Su madre amaba que le preparase uno cada día en especial cuando estaba llena de papeles a montón.
Esta vez tomaría el camino largo, le gustaba ver a la gente ir y venir, aunque ahora la mayoría permanecía quieta acomodando sus pertenencias en donde podían tenerlas a la mano, pero también delimitándolas con lo que parecían ser cordones de zapatos.
Ela se preguntó si aquel chico estaría bien y en que travesura se metería, conocía a ese tipo de chicos que se lanzaban al mundo sin paracaídas.
Su búsqueda parecía no llegar a ningún lado, era demasiada la gente que había y el constante movimiento hacía imposible centrarse en alguien además de que las memorias eran fugaces, y a estas alturas estaría con diferente ropa, su mirada comenzó en la columna de donde había caído, hasta la zona donde se lo había llevado con su padre, pero no lo encontró.
‘¿Se habrán ido?’ pensó.
Cuando decidió volver con su madre se fijó en una sombra pequeña que caminaba entre la gente iba ágilmente esquivando a todo aquel que se le cruzase en su camino, Ela sonrió, sabía que era él.