Casona de la Familia Ponce, Alba Lucía, España.
Un mes después, Año 1852.
Ya ha pasado un mes desde aquel día, en que no ha pasado nada relevante, hubieron algunos paseos más por el pueblo, pero no sé volvieron a encontrar nuevamente con el señorito Alexander para alivio de Andrea, y para desgracia de la señorita Anabel.
Hoy es un día de alboroto, ya que a media mañana llego una carta que contenía una invitación a un baile en el Castillo de Alba Lucía, lo que puso a todos los integrantes de la familia como locos. Y es que no es para más, ya que bueno, un baile de tanta importancia no se da así porque así. Y todos ya se encontraban planeando sus vestiduras, a pesar de que el baile es en tres semanas.
El motivo de dicho baile es para que el heredero conozca a sus nuevos vecinos, porque al parecer, según dicen los rumores, que está castigado y que fue recluido a vivir acá por mucho tiempo.
Las mujeres se encuentran reunidas tomando el té, y a Andrea le encomendaron ir por galletas a la cocina. En el camino se encontró a la coronela, que la quedó viendo raro, haciendo que ella se sintiera incomoda.
— ¿A dónde vas Andrea? ¿No se supone que debes estar trabajando en la salita verde con tus amas? — la pregunta acusatoria hizo la que la incomodidad de Andrea aumentara, ya que también se puso a su lado caminando a la par que ella.
— Sí, y es allá donde estoy trabajando, pero me mandaron por unas galletas a la cocina.
— Mmm, está bien, — se escuchaba distraída— y dime Andrea; — la miró fijamente— ¿No sabes de alguien que te haya dicho algo raro de mí?
— ¿Cómo que algo raro? Porque déjeme decirle que hay muchas cosas que se dicen de su persona — respondió Andrea tratando de controlar el temblor que le recorrió el cuerpo, y secándose el sudor de las manos disimuladamente.
— ¡Sí, sí, yo sé de esas cosas que se dice de mi! Pero no hablo de esas, ¿no has escuchado algo distinto a lo que normalmente se habla?
— No, no recuerdo haber escuchado algo distinto — tragando saliva se arma de valor para hablar — además, ¿Cuál es la insistencia de saber, acaso hay algo que quiera esconder?
— ¡Oh no, no, nada de eso! Solo que hubo alguien que escuchó y vió algo que no debía y pues necesito hablar con esa persona.
— ¡Ay, por Dios! Ni que hubiera visto o escuchado algo de muerte — Andrea decía con sarcasmo haciéndose la loca, y cuando no recibió respuesta comenzó a sudar frío y a tartamudear un poco— ¿O.. o sí?
Pero la coronela la dejo con la duda, porque en el siguiente cruce se fue sin siquiera despedirse. Lo que dejó a Andrea preocupada y asustada, no podía quedarse con la duda, tenía que saber si corría peligro por saber lo que sabía.
Siguió su camino a la cocina y volvió a hacer el trabajo que le correspondía.
~•~•~
Estaba cansada, ya era tarde y se encontraba en su pequeño cuartito cuando le dio sed, y cuando fue a ver a la jarra que siempre estaba en su mesa no había ni una gota de agua; al parecer a alguien se le había olvidado abastecer las aguas.
Poniéndose la bata que una de las mujeres mayores le había regalado, cogió la jarra y subió a la cocina — los cuartos de la servidumbre estaban en el último piso— para llenarla. Los pasillos estaban a oscuras, solo unas cuantas velas que dejaban encendidas a cada tanto alumbraban.
Ya llevaba un buen tramo recorrido, cuando vio en una de las salas las velas completamente encendidas, cosa extraña; ya que los amos estaban dormidos y las órdenes es de solo dejar unas cuantas velas encendidas es en los pasillos no en las salas. Se acercó para verificar que no hubiera nadie y apagarlas, ya que podía ser que así como olvidaron llenar las jarras hayan olvidado apagar las velas de esa sala.
“¡Tranquila, respira! No sé desde cuándo te convertiste en una miedosa de cualquier cosa” se reprendió a si misma, que ya había comenzado a temblar presa de pánico por el mal presentimiento que la invadió.
Pero justo cuando estaba por entrar se paró en seco, ya que voces súper bajas se escuchaban dentro, que si no fuera porque la casa estaba en silencio total no se hubiesen presentido.
Para que no la atraparan se recostó justo a un lado de la puerta, y prestó atención a lo que decían adentro.
— ¡… no podemos dejar que nos descubran Sila, esa persona que nos vio tiene información muy valiosa, si alguien importante se llegan a enterar que tenemos una relación podrían encerrarnos o hasta matarnos por sodomitas! ¡Yo no quiero morir Sila! ¿Qué vamos a hacer? — el desespero con que decía estás palabras sin darse cuenta la hacia levantar la voz.
— ¡Silencio! ¡Baja la voz, Rosa! Necesito que te calmes, tenemos que tener la cabeza fría, con desesperarnos no vamos a ganar nada — la otra persona hablaba más bajo que “Rosa”, así que fue un poco más difícil escucharla — tenemos que encontrar esa chismosa, porque sé que es una mujer ya que le vi la parte trasera de la falda, y cuando la encontremos tenemos que hacerla callar.
» ¡Ahora nos vamos cada una para su habitación! No queremos que alguien despierte y nos encuentre, que ahí si es verdad que no podremos salvarnos.
Y a continuación se escucharon sillas siendo arrastradas; señal inequívoca de que personas se estaban levantando de su asiento. Lo que espabiló a Andrea que antes de que la descubrieran otra vez, se fue corriendo.
Llego a la cocina con la respiración agitada, el corazón martillando y toda sudorosa y despeinada. Toma bocanadas grandes de aire, tratando de calmarse a la vez que piensa y rebusca en sus recuerdos esos nombres, pero no, no logra recordarlos. Otra tarea más a su lista por hacer, averiguar quienes eran las dos mujeres que hablaban, ya que no pudo reconocerlas debido al bajo volumen de las voces.
Nunca había escuchado en toda su estancia trabajando en la casona tales nombres, y eso que casi estaba por cumplir un año trabajando allí, pero al parecer según ella nadie en toda la casa se llamaba así, aunque había un presentimiento que la hacia pesar de dos personas, pero no quería acusar sin saber.
De repente y sin que Andrea se de cuenta por estar sumida en sus pensamientos, una sombra entra a la cocina y un poco tambaleante se dirige hacia ella tratando de hacer el menor ruido.
Y cuando llega donde ella, la sujeta por la parte delantera de la cintura con una mano y con la otra le tapa la boca para que no haga ruido. Provocando que a Andrea se sobresalte tanto que el corazón comienza a retumbarle en los oídos. Trata de zafarse del agarre, pero esta otra persona la aprieta contra si y hasta medio la sacude para que deje de moverse. Logrando que Andrea entre en pánico por no ver forma de escapar y que comience a gritar como una loca desgarrándose la garganta en el proceso.
Haciendo que la otra persona desesperara ya que a pesar de que tenía si mano puesta, no podía evitar el grito ahogado, que aunque no era muy fuerte cualquier que pasara por los pasillos contiguos podían escuchar.
— ¡Shhh! ¡Silencio mujer! ¡Estate quieta! — la voz baja y desesperada de el señorito Rafael junto al hedor a alcohol que la golpeó, la medio tranquilizó, aunque otra alerta se le prendió, porque ahora que sabía quién era y no estaba en pánico se dio cuenta de la presión rara que sentía en la espalda baja.
Se retorció una vez más dándole a entender al otro que no iba a gritar si la soltaba, se trató de calmar y trató de quedarse quieta cuando Rafael le quitó la mano de la boca despacio más no de la cintura.
— Señorito Rafael, ¿Qué está haciendo?, — trataba de hablar bajo y delicado, controlando el impulso de ponerse a gritar y forcejear por ayuda — suélteme por favor, mi señor.
— Shhh, pequeña… — los dedos de su mano libre fueron a su mejilla y comenzaron a hacer caricias — eres muy bonita ¿Sabes?... — las palabras las decía arrastrando — desde que te vi me gustaste y ahora tengo una oportunidad única que no pienso dejar pasar así que estate quieta y callada.