Casona de la familia Ponce, Alba Lucía, España.
En ese mismo momento, Año 1852.
Las palabras que salieron del señorito Rafael, dejó a Andrea helada y con la mente en blanco. Viendo el otro que está no ponía resistencia comenzó a besarle el cuello y pasarle la nariz por la mejilla. Las manos de este se dirigieron a ambos lados de la cintura y comenzaron a subir poco a poco.
Andrea no podía moverse, el miedo de lo que fuera a acontecer le nublaba la mente; y fue cuando Rafael llegó a sus senos y los apretó un poco que ella pudo reaccionar.
Levantando el pie derecho hacia atrás le dio un golpe fuerte en la entrepierna, haciendo que Rafael pegará un chillido de dolor y del tiro la soltará. Antes de que el señorito se recuperase agarró la jarra y salió corriendo. Pero al rato escuchó pasos apresurados que la seguían, cuando volteó a ver; era el mismo Rafael que enfurecido trataba de alcanzarla.
Aunque obviamente estando borracho estaba en desventaja ya que se tambaleaba para todos lados. En esas justo cuando pasaba por un desnivel él se tropezó y cayó, ocasionando un gran ruido que hizo que ella se volviera.
Vio que el señorito Rafael no sé movía, por la oscuridad no podía distinguir si se había dado un golpe de muerte o no, pero tampoco quiso acercarse por si acaso era una trampa para atraparla.
A una distancia prudente espero a ver si el otro se levantaba, pero pasaron alrededor de cinco minutos y nada. La preocupación la quiso hacer acercarse, pero mejor prefirió retirarse antes de que alguien la encontrará.
Con pasos rápidos y el pulso acelerado llegó a su cuarto y se encerró. Y cuando vio el motivo por el que le habían pasado tantas cosas esa noche se encontró con que en la jarra solo quedaba un poquito de agua, ya que con la corredera se había botado toda en el camino.
Suspiro de resignación y solo se tomó el agua que quedaba y se fue a descansar.
~•~•~
Al otro día bien temprano, se despertó y se alisto. Cuando llegó a la cocina se encontró con un gran alboroto, hizo como que si no supiera nada y comenzó a ayudar en las labores hasta que se atrevió a preguntar qué pasaba.
Y lo que le dijeron le ocasionó mucha risa, ya que bueno, al parecer el golpe que se dio Rafael lo dejo inconsciente hasta la mañana; en donde fue encontrado por nada mas y nada menos que por la coronela, que obviamente lo despertó a punta de zarandeos y regaños. Pero eso no era todo, porque la coronela no conforme con eso le fue con el chisme al señor Ponce y este mando a que le llevarán al patio y le echaran un gran baño de agua fría para que se espabilara y se le quitará la resaca de muerte que cargaba y lo más gracioso es que el señorito no paraba de gritar y llorar como una nena.
Lastima que ella llegó tarde, justo cuando ya lo llevaban arrastrando a su recámara.
Pero se lo tenía bien merecido por calenturiento y tratar de forzarla.
En eso, la campana de su obligación sonó. Y como ya se había hecho costumbre fue y hizo lo de siempre. Ayudó a la señorita Anabel que estaba un poco molesta por la humillación por la que habían hecho pasar a su hermano mayor. Cuando bajaron al comedor ya todos se encontraban en sus lugares, hasta el señorito Rafael, esperando solo por ella para dar comienzo al desayuno.
El desayuno fue en total silencio, con unas caras de molestia por parte de las damas, una deplorable de parte de Rafael y unas caras tranquilas y relajadas por parte de José Luis y el señor Ponce.
— En un par de meses es la presentación en la ciudad, no me han notificado si quieren asistir o no — la voz potente del señor Ponce interrumpió el silencio de la habitación.
— Bueno querido, yo pensaba decírtelo más adelante pero ya que preguntas — la respuesta fue por parte de la señora Alberta — yo no pienso asistir, aunque las niñas si van a ir.
— ¿Cómo es eso de que las niñas sí y tú no? Sabes que ellas necesitan a alguien que le sirva de ayuda y tú como su madre tienes que representar ese papel.
— Así es y estoy al tanto de eso, pero no te preocupes ya tengo todo arreglado para que mi hermana que también va a presentar a su hija Laura las ayude en lo necesario.
— Bueno si tú dices que lo tienes arreglado, no me queda más que confiar en ti — el señor Ponce bebió un poco de vino y sin prestarle mucha atención de que sus hijas iban a estar solas en la capital, prosiguió —: ¿Y ustedes muchachos? ¿No piensan asistir?
— Yo no padre, no poseo muchos ánimos de que las madres casamenteras me persigan en todo momento — la respuesta desinteresada de Rafael hizo que el señor Ponce lo viera con una ceja arqueada y expresión divertida.
— Pues te tengo malas noticias muchacho, — la respuesta del señor Ponce dejó confundido a Rafael — recuerda que hace tiempo te di mi consentimiento a cambio de que consiguieras una esposa lo antes posible y no te e visto en la labor — la acusación hizo que el joven heredero se pusiera pálido y tragara seco — así que tú vas porque vas, y cuando vuelvas ya tienes que traer bajo tu brazo a la próxima señora Ponce.
Esa declaración hizo que el señorito Rafael casi se desmayase, y que las damas se molestaran y angustiaran.
» ¿Y tú José Luis? ¿No te apetece respirar otros aires?
— Para nada padre, sabe bien usted que no me gusta el alboroto y allá eso es lo que más abunda.
Esa frase hecha lo más neutral posible, hizo que Anabel rodará los ojos y frunciera el ceño.
— ¡Ay sí tú! ¡El señorito perfecto! No entiendo cómo es que puedes ser tan estirado — Anabel estaba fastidiada por lo de la próxima señora Ponce, y ya que su hermano menor no le simpatizaba, quiso descargar su ira con él.