Nos volvemos a encontrar.

Capítulo 12.

 

Castillo de Alba Lucía, España.

En ese momento, 1852.

 

Andrea se encontraba a un paso de la señora Alberta y sus hijas, al lado de ella estaba la doncella personal de la ama de la casa, María había ido a buscar una bebida para la señorita Juliana.

 

Las amas estaban hablando con unas señoras vecinas y sus hijas.

 

Las damas estaban hablando de lo bien que estaba adornado el salón y el buen recibimiento que tuvieron. En eso una de las jóvenes señoritas dijo algo que tensó a Andrea.

 

—    ¡Oh por Dios! El joven Alexander se está acercando — todas instantáneamente, comenzaron a comportarse de manera delicada, y algunas cogieron su abanico, cubriéndose el rostro con coquetería.

 

Tardó un poco en llegar, porque se tenía que parar a cada rato a saludar y recibir halagos. Cuando llegó muchas suspiraron con devoción, hizo una pequeña reverencia y se arregló el traje al pararse.

 

—    Disculpen la interrupción, hermosas damas, pero quisiera charlar un poco con la señora Ponce y sus bellas hijas un momento.

 

Las madres casamenteras que estaban esperando una invitación para sus hijas se desinflaron de golpe, a la vez que trataban de tapar la decepción y la envidia con el abanico. Las señora Alberta se levantó orgullosa y levantando el mentón con altivez, sus hijas la siguieron con la misma actitud.

 

Se alejaron un poco para que las damas chismosas y entrometidas no escucharán.

—    Muy bien, ya estamos a solas — la primera en hablar fue la señora Alberta.

 

—    Señora Ponce, quería ofrecerle mis sinceras disculpas por lo ocurrido hace rato cuando llegaron usted y su familia, — hablaba de lo más caballeroso — sé que una disculpa no repara todo lo malo, por eso quisiera invitar a sus hijas a bailar por el mal momento causado; claro, si ellas así lo desean.

 

—    ¡Por supuesto que sí! — el gritito inapropiado de Juliana llamó la atención de las personas que se encontraban cerca, haciendo que su madre la mirara mal y que a Anabel casi le diera un ataque por la vergüenza.

 

—    Eh… disculpe la conducta inapropiada de mi hija menor, joven Ferretti — se disculpo en medio de risitas la señora Alberta — debe entenderse que Juliana aún es muy joven y no a tenido la dicha de asistir a tantos eventos. Y sí, por supuesto que puede bailar con mis hijas, tiene usted todo el derecho para elegir con quién bailará primero.

 

—    Bueno, pues creo que con la señorita Juliana — la respuesta hizo a las señoritas Ponce sonrojarse hasta el cuello y las orejas, por distintos motivos; Juliana por vergüenza de hacerlo mal y decepcionar a ese hombre tan maravilloso, y Anabel por rabia de haber sido dejada como segunda opción.

 

—    Perfecto, hasta luego joven Ponce.

 

Y así cada quien cogió su camino a esperar el primer baile de la noche que no tardó mucho para comenzar. El joven Ferretti fue en busca de Juliana y haciendo los protocolos necesarios se llevó a la señorita al centro del salón donde ya se encontraban algunas parejas.

 

Andrea estaba aliviada porque el heredero al ducado de Alba Lucía no le hubiera prestado ni un mínimo de atención. Y que al parecer no la recordaba, o puede que sí pero no le importó. Estaba aliviada sí, pero a la vez estaba un poco decepcionada de que ella fuera tan fácil de olvidar.

 

¡Eres una criada! ¿Qué esperabas? ¿Qué cuando te viera se te declarará cual loco enamorado? ¡No! No, mi niña, él es un joven rico, poderoso y heredero de un ducado, pero no cualquier ducado, sino que del ducado de Alba Lucía; uno de los tres ducados más influyentes de España, ¡Despierta niña, no eres nadie!” Es cierto, no es nadie, su conciencia tiene razón, ella es una simple criada y él es un joven con un gran futuro por delante que no tiene tiempo ni ganas de andar rogándole a ninguna aparecida que no tiene ni dónde caerse.

 

Y el que no le haya dirigido la mirada ni una sola vez se lo terminó de confirmar.

 

~•~•~

 

Alexander trataba de sacarle información de una forma sutil de la doncella personal de su hermana a la señorita Juliana, pero esta ni siquiera prestaba atención a lo que él decía, ya que se encontraba muy ocupada hablando de estupideces hasta por los codos.

 

Para cuándo se acabó la canción se encontraba abrumado y con un dolor de cabeza terrible, rogando internamente que su hermana no fuera así y que fuera más suelta de lengua de acuerdo a lo que él le preguntará, ya que bueno, está era súper suelta de lengua pero no de lo que él quería, por lo que no pudo averiguar nada.

 

Entregó a la señorita haciendo nuevamente los protocolos correspondientes, y se retiró a tomar una bebida para refrescarse no sin antes prometerle a la otra señorita que en la siguiente tonada bailarían.

 

—    ¡Eh amigo! — la enérgica voz de su amigo Juan lo sobresaltó.

 

—    ¿Qué tal Juan?

 

—    Ay disculpa, creo que llegué en mal momento, mejor me voy..

 

—    Nada de eso, solo estoy un poco frustrado.

 

—    ¿Y se puede saber el motivo?

 

Alexander se lo pensó, Juan era un buen amigo y sabía cosas importantes de la familia, pero temía que cuando le dijera el motivo por el cual estaba en ese estado Juan se le burlara en la cara. Alegando que es algo ridículo, y si le insistía pensará que es algo más o menos serio; y le fuera con el chisme a su padre.

 

—    Nada, olvídalo.

 

—    Mmm, esta bien — decía con duda y viéndolo como si fuera algo fuera de normal.

 

Alexander lo dejó estar y siguió tomándose su trago, pero después de notar que minutos después Juan seguía viéndolo raro, se fastidió y le dio la cara.

 

—    ¿Qué pasa? — preguntó molesto.




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