De: Maddie Fierman
Para: Dave Stradowsky
A: 768 W. Hamburg St. Baltimore, Maryland
14 de febrero de 2014
Dos palabras, cinco letras, tres sílabas:
Te amo: dos palabras que lo dicen todo y no dicen nada. Dos palabras que te pueden cambiar la vida tanto para bien como para mal. Dos palabras que fueron dichas un 14 de febrero y dos palabras que jamás he vuelto a decir, no desde la primera y única vez que las he dicho. No desde la última vez que te las he dicho.
¿Recuerdas lo que ha sucedido ese día? Porque yo lo recuerdo con lujo de detalles. Ese día fue la primera y última vez que te he declarado mi amor. Un día que se supone debe ser todo amor, paz, cariño y más amor, resultó ser el comienzo de algo pero principalmente el fin de otra cosa.
Ese día ha sido el último día de nuestra relación. Y hoy, 14 de febrero, dos años después, te confesaré por primera vez, con lujo de detalles, que fue lo que ha sucedido ese día:
Llevaba cinco días sin saber nada de ti, llevaba una semana planeando el día de San Valentín, llevábamos un mes "discutiendo" cómo y donde pasaríamos ese día. Finalmente decidimos que sería yo quien se encargase de ello. El día finalmente había llegado, tenía todo planeado, iba a ser el primer 14 de febrero que pasaba junto a alguien, junto a mi pareja —luego de tantos meses aún no lo habíamos hecho totalmente oficial, pero ambos sabíamos que no era necesario ponerle un nombre a lo que teníamos— había ideado una tarde de picnic para los dos en un parque no muy lejos de mi casa, al lado de un precioso lago lleno de patos, cisnes y peces de colores. Conocía ese lugar como la palma de mi mano, iba allí hacía ya algunos años atrás cuando quería estar sola. El plan era ir juntos y darte la sorpresa en cuánto llegáramos, fue así que, en cuanto terminé de preparar todo decidí volver a mi casa luego de un largo y exhausto día, —planear el día de san Valentín había sido más difícil de lo que había imaginado— pero en cuanto llego veo a mi madre parada frente a la puerta de mi casa hablando con una señora, en un principio no me llamó la atención, es decir, ella desde muy pequeña vive aquí en el barrio, no es casualidad que conociese a todas y cada una de las personas que viven aquí. Lo que si me llamó la atención fue la conversación que ambas mantenían:
—Si, así como escuchas—había dicho la mujer, era muy anciana, llevaba un bastón en su mano derecha y unas cuantas bolsas de compras en su mano izquierda.—han vaciado la casa
—¿Pero nadie sabe la razón?—preguntó mi madre
—No, tan solo que cargaron en un gran camión todas sus pertenencias—el rostro de la anciana me parecía conocido pero no sabía bien de donde—tanto ella como sus dos hijos y su marido están a punto de abandonar el barrio—miró su reloj de pulsera—en este momento deben estar a punto de irse
—Es una lástima, la familia Stradowsky es muy conocida en el barrio, son unos muy buenos vecinos... bueno, lo eran.
A partir de allí no pude oír más, no quería oír más, era imposible que quienes se estuviesen yendo fuesen tú y tu familia, es por eso que decidí comprobarlo por mi misma, si esperaba a que mi madre me llevara en el auto demoraría demasiado tiempo, si llamaba un taxi demoraría incluso más que mi madre, es por ello que sin pensarlo, decidí comenzar a correr lo más rápido que mis piernas me permitían, pasaba a un lado de la gente, de los autos, de los niños que jugaban en el césped de la vereda aprovechando el deslumbrante y muy, pero muy cálido sol de invierno. Dos kilómetros era lo que separaba tu casa de la mía, las cuadras se hacían cada vez más largas, el tiempo transcurría cada vez más rápido, mis piernas estaban a punto de quebrarse en dos y mi corazón parecía que iba a salirse de mi pecho.
Faltaba media cuadra para llegar a mi destino cuando lo noté, un gran cartel que no recordaba haber visto antes adornaba la gran entrada verde de una casa: SE VENDE.
Comencé a correr más rápido, rezando porque mi vista me estuviese fallando y que ese cartel no estuviese en tu casa, pero a medida que me iba acercando e iba aminorando la marcha, ese cartel que parecía pequeño a lo lejos, ahora se hacía más grande y más visible. Tanto mi vista como lo que había dicho la anciana minutos antes no había fallado: el cartel estaba colocado en tu casa. A lo lejos podía ver un gran camión deslizarse por las tranquilas calles del barrio seguido de un auto azul marino: el cual reconocí rápidamente como el auto de tus padres. Corrí calle abajo siguiendo al vehículo, pero éste claramente era más veloz que yo, segundos después lo había perdido de vista, segundos después tu ya no estabas, te habías ido sin dar explicación alguna.
—Te amo.—dije por lo bajo con las lagrimas deslizándose por mis mejillas y arrodillada en la acera con la vista de los vecinos puesta en mi.—Te amo—volví a repetir, pero a esa altura ya casi no tenía voz, aún no podía creer la situación que estaba viviendo. Aún no podía creer que te estabas marchando.
Aún sigo sin poder creerlo.
Atte: Maddie