Para cuando llegué a la entrada de Costa Norte, preparada para pelear los soldados que me encontrara, sólo pude empezar a atrapar gente que corría perdida, o que tropezaba en sus pies confundidos, sin entender nada. Un humo negro se esparcía por el aire, el olor a goma quemada en el aire haciéndome fruncir la nariz. No escuchaba tiros, ni pelea, ni nada; sólo veía confusión y escuchaba las preguntas típicas:
¿Qué pasó? ¿Dónde estoy? ¿Por qué me duele la cabeza? ¿Qué hago acá? ¿Dónde está tal persona? ¿Por qué hay humo? ¿Por qué? ¿Por qué?
Por qué. Por mí. Marla había estado ahí por, nuevamente, mi culpa.
Entre la gente, muchos anómalos, que estaban en mejor situación que los demás, empezaron a salir de la ciudad para ayudar a los que volvían. Algunos de ellos se veían espantados, más allá de no entender nada, como si hubieran corrido. Otros tenían algunas heridas, leves y nada preocupantes, pero que me hicieron acelerar el ritmo cardíaco.
Los primeros en recuperarse, claramente y por suerte, habían sido las sanadoras. Olivia estaba apareciendo de persona en persona asegurándose de que estuvieran bien. Tom y Morgan se estaban haciendo cargo de informar lo que había sucedido a las cabezas de cada sección y así poder calmar los estragos de la confusión. El gemelo usó las esposas de Morgan en Marla y se quedó cuidando de que no tratara de escapar.
Antes de salir de la ciudad, llegué a ver a Julia en sus rodillas, sus dedos en sus sienes y agitando su cabeza con tanta velocidad que me hizo pensar que estaba tratando de sacar todos los malos pensamientos. Enzo parecía catatónico a su lado, habiendo vuelto a su forma humana y siendo de los primeros en pelear por recomponerse.
Fue con él que escuché los primeros pensamientos, su voz penetrando las paredes de mi cabeza y distrayéndome: No entiendo... qué pasó... Julia... Mi hermano... ¿Qué? Oírlo en mi mente me espantó lo suficiente para hacerme correr fuera de la ciudad, queriendo sólo enfocarme en los demás y después lidiar con la consecuencia de haber adherido la anomalía de Marla en mí.
Con los anómalos que habían llegado a salir, que estaban volviendo despavoridos por el fuego y humo detrás de ellos, Luna apareció entre ellos, tirando de los mechones claros en su pelo. No lo pensé al acercarme y tomarla de los antebrazos.
—¿Luna?
—¿Qué...? ¿Qué está pasando...? ¿Por qué Noah...?
El nombre del gemelo me estresó.
—¿Noah qué?
Al levantar la vista, sus facciones seguían fruncidas buscando respuestas en su mente. Vaya a saber qué tan conectada estaba Marla a todos.
—Él... él nos sacó de un bus, estaba por subir cuando él nos detuvo y los soldados empezaron a atacarlo. Logró defenderse con su anomalía, peleó con otros buses... se me parte la cabeza a la mitad. Lo último que sé es que estoy corriendo de vuelta hacia acá.
Imitó el mismo movimiento —frotarse las sienes con furor, cómo si algo entre ellas pareciera estar molestándoles—, un suspiro pesado surgiendo de ella y apoyándose en mí al terminar. Giró su cabeza de lado a lado, analizando la gente a su alrededor, dándose cuenta de lo que había estado por pasarle, y frunció las cejas.
—¿Tay...? —clavó sus irises marrones con fuerza—. ¿Qué fue lo que verdaderamente pasó?
Podría haberle explicado todo, era lo que iba a tener que hacer en un momento u otro, pero con su mente recién liberada, sus expresiones molestas, y la desesperación en el tono de su voz, sabía mejor que preocuparla más. Sólo pude palmearle el hombro y tirar de ella hacia una sanadora.
—Una infiltrada en la ciudad, ya me hice cargo de ella, pero logró meterse más de lo que debería... —dije, y cuando una sanadora se acercó, la dejé en sus brazos.
Luna se apoyó contra la ayuda y atrapó una de mis manos antes de que me fuera.
—Dile a Jacob que me encuentre en la enfermería, y a Aiko también... ¡Oh! Y a... —antes de que pudiera decir el nombre, sus mejillas se pusieron coloradas y sólo agitó la cabeza—. Nada, diles que nos encontramos ahí, ¿sí?
Como respuesta sólo asentí, decidida a también buscar el resto de mis amigos en todo el desastre. Ella volvió a desaparecer entre la gente en lo que la sanadora se la llevaba, y yo me quedé ayudando más gente, tratando de darles charla, las conversaciones más insulsas posibles, y peleando la sensibilidad que mi mente estaba teniendo. Era como escuchar un barullo constante que no podía controlar, que no podía callar, y ya no sabía si la desesperación en mi pecho se debía a eso o porque no estaba encontrando a mis demás amigos.
Cuando encontré a Aiko, fue una hora después y estaba sentada, en silencio y pálida, en el costado de las veredas internas de la ciudad. Me tropecé en mis pies al acercarme y agacharme frente a ella.
—¿Aiko? —le tomé el rostro con cuidado, negándose a mirarme fijo, todo su cuerpo temblando y sus brazos rodeando su cuerpo. Parecía tener frío, pero sabía mejor que pensar eso. Palmeé suavemente su rostro—. Hey, Aiko, ¿me escuchas? ¿Tienes alguna herida?
Antes de responderme, las lágrimas que deslizaron de sus ojos llegaron a subir por mis dedos al acumularse y noté la forma en la cual había clavado la vista en mi pecho. Sin saber por qué miraba en la dirección, al bajar la mirada me terminé espantando también, reconociendo la sangre de mi herida habiendo pegado mi camiseta a mi piel.
La adrenalina me había hecho olvidar del dolor latente que, al recordarlo y reconocerlo, volvía de a poco. Peleé el gesto de querer poner la mano encima, sabía que no ayudaría, y me centré en la pobre chica frente a mí. La tomé de sus manos y la levanté de un tirón. Se desbalanceó contra mí, sus rodillas temblando, y sin querer se apoyó en mi herida. Peleé el grito y la hice avanzar hacia donde todos estaban yendo; el centro médico.
Fue un logró llegar a la puerta, todos entrando y saliendo del lugar desesperados. No eran muchos los heridos que había ahí, yo estaba llevando a Aiko por precaución, sabía que lo único que le pasaba era que estaba en estado de shock. Ella era la única que no podía comunicarse, que le costaba tener una conversación con los demás, tenía miedo de meterme yo en su mente y encontrarme con algo que no estaba lista. Eso podía deducirlo desde su mirada perdida y herida.