Leonardo
Estornudo con fuerzas antes de tomarme un paracetamol, he despertado con dolor de cabeza y estornudando sin parar. Miro la hora de mi teléfono y suspiro, es hora de ponerme de pie. Me doy una ducha para después arreglarme frente al espejo viendo mi reflejo, es ahí donde los recuerdos de la noche anterior vienen a mi cabeza. Entrecierro los ojos recordando ese momento exacto y me paso la mano por la frente cuando estuve a punto de besar a la señorita Torres. Logré reaccionar a tiempo antes de hacerlo. Pero aun así pareció molestarse.
—¿Por qué demonios las mujeres son tan complicadas? —suspiré colocándome la camisa mientras camino a mi habitación.
Volví a toser y en eso mi teléfono comenzó a sonar y solo con ver el nombre que aparece en el visor arrugué el ceño.
—Madre —respondí de mala gana, aunque la razón por la que me llama ha sido por mi insistencia.
—Hola corazón, estoy aquí en tu sofá —dijo y al alzar mis ojos la veo.
Le doy la espalda de inmediato porque aún no me he abotonado la camisa, pero su risa me descoloca y arrugo el ceño ante su impertinencia.
—Te he visto desnudo al nacer y hasta que fuiste un niño, no deberías ponerte así —señaló.
Refunfuñé, no es lo mismo que me haya visto desnudo cuando pequeño a que me vea ahora. Se puso de pie y camino hacia mí, con aquella malicia propia de su mirada, por lo que tensé aún más mi mirada.
—Querías hablar conmigo, tengo más de diez llamadas perdidas de tu parte, pensé que mejor venía a ver qué le pasa a mi príncipe —indicó y tosí incómodo al escuchar cómo me ha llamado, sé que eso lo hace cuando tiene intenciones de molestarme.
Entrecerré los ojos mirando el piso, buscando una paciencia que no encuentro.
—Quiero que dejes en paz a la señorita Torres, no te metas con ella —le hablé con tono duro.
Retrocedió fingiéndose asustada y sorprendida hasta que se puso a reír a carcajadas ruidosas.
—¿Qué pasó? Ayer te la dejé en bandeja, frente a tu casa, como un gatito sin hogar, necesitada del calor de un nuevo amo —resopló mirando hacia mi habitación—. No me digas que no le pusiste un dedo encima, en eso no te pareces a tu padre ¿Eres homosexual?
—¡¿Qué?! —le dije estupefacto por su conclusión—. Mira el tema es que no quiero que sigas jugando con ella.
Tomó la corbata que dejé sobre el velador y la colocó alrededor de mi cuello como si aún fuese un niño pequeño, a pesar de que ahora ella debe colocarse de puntillas.
—No estoy jugando —y su seria expresión me provocó estupor—. Bueno, corazón, no te prometo nada, pero lo intentaré.
Y dicho esto salió cerrando la puerta despidiéndose. Carraspee apenas había cerrado la puerta, aun con la extraña sensación que me provocó esa mirada suya, y horribles recuerdos de mi infancia parecieron flotar a mi cabeza empujándome a correr y vomitar en el baño sin que pudiera explicar por qué he reaccionado de esa forma.
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—¿Estás bien? —me pregunta Daniel, apenas nos encontramos en el pasillo—. Luces muy pálido.
—Creo que me agarré un resfrío —le respondí vagamente sin estar seguro de que esa sea la razón.
—Qué extraño, Rafaela, hoy también amaneció resfriada —me dijo sonriendo con cierta ironía.
Arrugué el ceño sin entenderlo ¿Qué tiene que ver mi resfrío con el de ella? Claro, anduvimos de espías, pero de eso nada más. Mis pensamientos se enfocan en la imagen de Giorgio Santoro, debo averiguar que se traen entre manos él y mi hermano. Pero en eso Daniel colocó su fría mano en mi frente y di un salto hacia atrás ante su inesperado gesto.
—Tienes fiebre —señaló preocupado.
Desvié la mirada, molesto y avergonzado por mi reacción.
—No deberías hacer eso —refunfuñé.
—¿Por qué? —me preguntó con inocencia.
Entrecerré los ojos.
—Después por eso mi madre piensa que soy homosexual —repliqué suspirando.
Se rio con suavidad al escucharme, pero ante mi curiosidad se puso a buscar su teléfono y lo levantó ante mis ojos. Estuve a punto de caerme al suelo ante la imagen que apareció en su móvil. ¡No puede ser! Soy yo y la señorita Torres cuando fingía besarla, pero la han tomado desde cierto perfil en donde parece que nos estuviéramos realmente besándonos.
—Con esa foto nadie pensaría que te gustan solo los hombres —y noté ahora preocupación en su mirada—. Podrán pensar que eres bisexual, aunque ambos sabemos que eres demisexual.
—¿Demisexual? —lo miré sin entenderlo, pero no tengo tiempo para averiguar qué quiso decir. Moví la cabeza a ambos lados porque lo importante aquí es otro punto— ¿De dónde sacaste esa foto?
—Las subieron a redes sociales —respondió revisando su teléfono—. Todos en la oficina están hablando sobre esto.
Me moví impaciente de un lado a otro. Me siguió con la mirada con una tranquilidad desesperante.
—Voy a buscar a la señorita Torres, tenemos que aclarar, esté malentendido —dije dispuesto a ir al área de Daniel, pero me detuvo del brazo.
—Ella desapareció en cuanto los rumores comenzaron, por eso la estoy buscando —indicó.
Refunfuñé antes de sentir que la fiebre me hace sentir peor.
—Si la ves dile que vaya a mi oficina —señalé antes de darle la espalda y seguir con mi camino con rapidez, debo revisar desde que lugares subieron esas fotos y esperar que mi padre que no se mete en este tema de redes sociales pueda ver esto, si no estaré en graves problemas.
Apenas salude a mi secretaria revisando mi teléfono dándome cuenta de que la maldita foto se ha propagado por todos lados. Entré a mi oficina, cerrando la puerta, y resoplando ofuscado.
—¡Señor gerente! —y al ver a una mujer salir debajo de mi mesa sentí que el pecho se me paralizara, ¡es la mujer del Aro!
Pero no, es la señorita Torres. Estoy a punto de darle un sermón, pero por ante su rostro molesto me detengo. Se acerca de cierta forma agresiva, hacia mi colocando su dedo en mi pecho, pero en vez de hablar da un fuerte estornudo.