Nubes de amor

01|Recuerdos borrosos

¿No te has preguntado, alguna vez, que será de ti? Yo me lo preguntó a diario. Intento no dejarme llevar por el abismo, que me consume, intento comprender las cosas pero no puedo.

¿Por qué las personas, qué más quieres, se van de mi lado? Echo de menos ser una niña, no tenía preocupaciones, podía reír abiertamente sin ser recriminaba, o que me mirarán con cara de estar.

A mis 17 años, me he llevado suficientes decepciones, y he aprendido que no debo compadecerme de mí misma.

Miro mi reflejo en el espejo de la ventana, mi cabello rubio rizado después de la ducha, mis ojos grisáceos, estoy sentada con una pierna doblada encima de la otra, estoy dibujando lo que sea que se me pase por la cabeza.

— ¡Savannah, ven a comer!— grita mi madre desde abajo. — entorno los ojos, no pienso hacerlo.

— ¡No voy a bajar, a comer!— grito, para que me oiga.

Escucho los cuchicheos de ella y mi padre, a veces pienso si se creen que estoy sorda. Salgo sigilosamente de mi cuarto, me siento en las escaleras y les escucho discutir.

— ¿Ves lo que has hecho?— dice mi madre.

—Así que, ¿¡Ahora, me estás echando la culpa?!— contesta mi padre.

—Todo esto, no habría pasado si no hubieras echado a Mark de casa. — le reprende mamá.

—Él se lo busco, se fue por voluntad propia. Además, ya debería madurar un poco, es mayorcito y no necesita de una madre que lo mima.

— ¡Yo nunca, lo he mimado! — grita mi madre.

—Ya, y por eso se ha vuelto un rebelde consentido. Qué se cree que puede hacer lo que se le antoje. — me tapé los oídos, no podía seguir escuchando como se peleaban.

No comprendía nada de lo que pasaba, siempre murmuraban cosas cuando pensaban que no escuchaba.

Subí las escaleras, cerré de un portazo mi habitación, y cerré la puerta con llave.

De mi mesilla de noche, de uno de los cajones pequeños, lo abrí y saqué mis auriculares.

Note los portazos a la puerta de mi habitación, pero los ignoré.

— ¡Savannah, abre la puerta! ¡Queremos hablar contigo, por favor! — gritaba mi padre, puse la música, y me tiré en la cama exasperada. Solo necesitabas oír unas cuantas melodías, para olvidarme de todo, los gritos, los constantes reproches que se hacían el uno al otro. Todo debía ser olvidado.

Los ojos me picaban, pero me contuve, no iba a llorar.

El tiempo corre, ya es de noche, me quito los auriculares, hace horas que los golpes a mi puerta cesaron.

—Necesito despejarme. —Me calcé unas zapatillas blancas, me dejé el pijama encima—.No me voy a quedar aquí amargándome la existencia. Agarre las llaves, que se encontraban en la mesilla, me ato el cabello en una coleta, y bajé las escaleras con lentitud, intentando hacer el menor ruido posible.

La madera crujió encima de mis pies.

—Mierda, no entiendo porque la madera es tan ruidosa. — susurro con molestia. Ando por el desierto pasillo no me voy a parar a mirar atrás.

Bajo las escaleras, y tocó el pomo de la puerta con mis manos.

— ¿A dónde vas, a estas horas?— miro a mi padre, con mi cara neutral.

—Voy a tomar el aire.

—No te permito salir, estás horas no son seguras para andar vagabundeando por la calle.

¿En serio? No me lo puedo creer.

— Ahora vuelvo, no estaré muy lejos. Solo necesito, respirar de toda esta tensión.

— Hija, creo que debemos hablar de lo que está pasando —su rostro se muestra afligido y si no son imaginaciones mías, también veo una luz de arrepentimiento.

—No hay nada de qué hablar. Ahora sí me disculpas, me tengo que ir. —salgo, y el frío de la noche me estremece la piel.

— ¡Oh, que frío hace! Debería haberme traído una chaqueta. —eso me pasa por salir tan apresurada.

Siempre he sido la sombra de mi hermano, nada de lo que hacía estaba bien, ahora que él había cometido un error a sus espaldas, se sentían culpables.

El era todo lo contrario a mí, vivaz, inteligente, se le daba genial el hockey, y muchas personas le tenían en la mirada ya que jugaba en uno de los equipos más importantes.

Pero empezó a cambiar, solo me llevaba dos años, el tenía 19 y yo 17 años, parecíamos gemelos físicamente. Se comenzó a juntar con otro tipo de gente, bebía más de lo normal, iba a carreras de moto ilegales. Todo cambió, de un día a otro.

Flash, hace un mes.

—No puedo, dejarte sola. Te vienes, conmigo. —me decía él, de manera tajante.

No quiero, ¿Y si, me pasa algo?— tenía miedo, ya que no solía ir a ese tipo de sitios, prefería quedarme encerrada en mi habitación—. No quiero que la gente me comience a mirar como una rara.

El me mira con la ceja levantada.

—Es que, eres rara. Hay que disfrutar, que solo se tiene una vida. —me sonrió, obligándome a montarme en la moto.

—Me has convencido, pero si me pasa algo...




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