Nuestro Anochecer.

4.

TÚ OTRA VEZ

Pasar el tiempo con Amanda me hizo extrañar cuando era cercana a ella. Nuestra amistad no se perdió por la distancia, porque ella siempre permanecía donde yo estaba. El problema era yo con mis sentimientos hacia Cristian.

Amanda no confiaba en él pero yo si. Pensar en ser su mejor amiga era poco a lo que sentía, lo quería de verdad. Habían sentimientos de por medio entre nosotros, lo sabíamos muy bien o al menos yo lo sabía bien. Porque Cristian no hizo más que hacerme daño.

Es entonces, por lo ciega que estuve que elegí a la persona que quería por mi duradera amistad.

Bufo recordando esos momentos con Cristian sin prestar atención a lo que decía mi acompañante. La miro con un poco de tristeza, la extrañaba demasiado. Con ella, éramos cuatro.

—Lo siento—bajo mi mirada y tomo con mis manos el vaso lleno de jugo de fresa.

—¿Por qué?—pregunta cofundida.

—Por haber puesto a un inútil antes que nuestra amistad.

Amanda bufa.

—Ailee te entiendo, sé lo que se siente el estar con esa persona que tanto quieres ante cualquier cosa—la miro y me regala una de sus sonrisas dulces. —No te preocupes por lo que pasó, tuve un poco de culpa por haberte puesto entre la espada y pared. Jamás debí hacer eso.

Le sonrió y nos quedamos en silencio. Siento como haberme quitado un peso de encima y pues claro que lo era. Cuando Cristian me engañó, el peso cayó en mi al darme cuenta que perdí a Amanda por un chico que no valía la pena.

—Es tarde, tengo que volver a la preparatoria para terminar con un papeleo—se levanta arreglando su falda de tubo.

Imito su acción y salimos del restaurante. Justo en ese instante llega su bus.

—Nos vemos mañana—me abraza—, cuídate. 

Asiento con la cabeza. —Tú también.

Se va y sube al bus. Con los pensamientos en mi cabeza, camino para distraerme un poco. Muchos recuerdos pasan por mi mente como si de estrellas fugaces se trataran.

—Deberías ser más cuidadosa con lo que haces—se acercó a mi tratando de limpiar las lágrimas que caían por mi rostro.

—Extraño a mamá—murmuro.

—También la extraño.

El nudo en mi garganta se forma, aun duele recordarla. Duele mucho haber visto la forma en que se fue de la casa y duele más el hecho de que después de eso, no sabemos nada de ella.

Soy consciente de las cosas que pasaron en mi vida, soy consciente ya que soy autora de todo. No la he pasado bien, incluyendo a Cristian. El amor es lindo cuando ambos lo sienten. Ahora pienso que lo mejor hubiera sido en no dejarme llevar por mis sentimientos. Pero uno nunca sabe que es lo que sucede con las cosas si no nos arriesgamos a hacerlas. El resultado siempre es bueno y malo, y siendo así siempre habrá una consecuencia para todo.

Al menos ahora sé que las acciones mismas me hicieron aprender. Y no me arrepiento por nada, porque si no fuera así, jamás hubiera salido de mi nube de que todo es perfecto.

Decido pasar por la librería que queda a dos cuadras. Necesito de un buen libro. Presto atención a mi alrededor y me doy cuenta de las pocas personas que andaban por la ciudad. La tarde estaba friolenta, aunque no para mí. La sentía perfecta en su estado.

Llego a la librería más conocida de la ciudad y cuando abro la puerta suena la campanita que asegura un nuevo cliente. Me paseo por los estantes buscando un libro que llame mi atención y entonces pienso que la vida puede ser tan irónica en mostrarte a alguien que no quieres ver.

Él estaba a unos centímetros de mi, su mirada estaba puesta en un libro abierto que tenía entre sus manos. Me pregunto, si este chico es un comelibros, aunque no lo parece, pero siempre cuando lo veía antes de entrar al trabajo, andaba con un libro. Siempre, siempre, siempre.

—Tú otra vez—susurra sin mirarme.

Chasqueo lengua, respirando fuerte para no responder y caer en su nivel, pero como siempre, tenía que joderla  con su comentario. —¿Qué? Acaso no tienes otra cosa que hacer, que estar mirándome.

Se mantiene serio mientras me mira.

—Cómo si fueras alguien digno para mirar—me cruzo de brazos. —Además, yo puedo estar en donde se me de la regalada gana.

Salgo de ese bloque y me voy a otro. No, no y no. Esta más claro que el agua que no caeré a su nivel de arrogante. Busco y busco y cuando estaba con la idea de irme, veo algo que llama mi atención. Un libro llamado <<Prohibido creer en historias de amor>>. Con una sonrisa en el rostro escaneo y leo la sinopsis del libro. Me gusta mucho. Con el dinero que llevo me acerco a la caja.

—Prohibido creer en historia de amor—ruedo los ojos al oírlo leer el título del libro detrás de mí. Ya me es insoportable, cuando lo miraba de lejos juraría que era todo lo contrario.

—Tú otra vez—repito sus palabras.

Entrego el libro para que lo pongan en una bolsa y salir de una vez, antes de que mi paciencia se me agote.

—Sí.

Me siento incómoda cuando noto su mirada en mí. Me remuevo y lo encaro.

—Deja de mirarme.

El ríe y unos hoyuelos se forman en su rostro. Khalid es un chico atractivo. Su cabello era de un negro profundo que hacía resaltar su piel blanca. Su rostro se adornaba con unos ojos marrones claros, una nariz perfilada y unos labios carnosos. Lleva puesto unos pantalones negros y un abrigo del mismo color.

—Debería quejarme ahora por las veces en que tu lo hacías.

Arrugo mi nariz claramente molesta. Si, lo miraba, pero era porque me resultaba extraño que siempre estaba en ese lugar, no había ningún día en que desapareciera.

—No tengo nada que decir porque eso no es cierto—tomo el libro—, adiós.

Prácticamente corro hacia la salida de la librería. La fría tarde me recibe y ahora si que necesito algo que pueda cubrirme.

—¡Ahhhh!—grito exhausta alejándome.

Por segunda vez de todo el día: esto no se va a quedar así.

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En el texto hay: humor, romance, desastre

Editado: 20.09.2019

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