La alarma suena y a Sage le cuesta moverse, las hileras de pequeñas luces que decoran las paredes siguen encendidas. Ella alarga el brazo para desactivar la ruidosa canción y bosteza, una leve punzada en su cerebro le hace apretar los dientes. Se pregunta cuánto más tendrá que soportar los dolores, debería acostumbrarse, pero los ecos de dolor son más persistentes de lo que desearía.
Y los medicamentos son contraproducentes para un cambiante, sin embargo, ella debe tomar tres pastillas tres veces al día tanto para lidiar con las secuelas como para reforzar su sistema inmune.
Un día de estos, ya no será necesario. Pero ella todavía está en recesión.
Incorporándose, a tientas busca en el cajón de la mesa de noche derecha hasta que nota las pastillas en la parte superior, junto al vaso de agua. Algo tan fuera de lugar y poco común no podría hacer que su estómago hormiguee, no es por el hecho de que estén preparadas. Él se anticipó por ella.
¿Dónde está? Se pregunta, ansiosa por verlo, toma las pastillas una por una acompañándolas por un trago de agua. Harry había dormido con ella, en un estado de vigilia pero con ella.
Sus mejillas se calientan, él está aquí, podría estar muy lejos, pero se ha quedado como lo prometió.
«¿Qué cosas habrá atravesado en estos meses?»
La luz glacial del vínculo está tan tranquila... Sage resiste la tentación de tocarla, quizás él está ocupado. Tambaleándose se pone de pie y busca en el armario una bata delgada color rosa pálido, al ponérsela cubre su ropa de dormir y va al baño para cepillar sus dientes. Su rostro todavía conserva algunos moretones pequeños, nunca sabrá cómo se los provocó y en qué estado violento tuvo que estar para autolesionarse. Pensar en eso le da un escofrío, tiene tantos baches en su memoria, tantos cabos sueltos, pero no está segura de querer rellenarlos.
Un poco más despierta luego de lavarse, sale de la habitación. En el pequeño descanso revisa las plantas que él consiguió, toca las suaves hojas al pasar y luego lo encuentra en la cocina. Contiene el aliento, una punzada aguda en el centro de su pecho, Harry viste una ropa holgada que le hace pensar que ha perdido peso.
Saberlo le duele a la parte más irracional dentro de ella, esa parte de su ser que había dormido durante mucho tiempo y ahora comenzaba a dar tenues signos de revivir. Apenas la sentía.
—¿Tomaste tus medicinas?
Dio un sobresalto repentino al escuchar su voz, la recordaba más grave, ahora salió suave. Le gustaba, sí, pero tenía una sensación extraña alrededor.
—Sí —responde, y lentamente rodea la isla central.
Su corazón late como un tambor, se siente tan inquieta, tan fuera de lugar... No está segura de poder acercarse, de tocarlo, hay un miedo primario dentro de ella, miedo a verlo huir otra vez... Pero, resiste, frunce el ceño ante eso, porque debe confiar en él, este es el hombre que eligió, el que le prometió que no la dejaría sola.
Sintiendo ese suave calor masculino, Sage cierra la brecha entre ambos y lo rodea con los brazos. Una pequeña tensión en su espalda, luego Harry sostiene sus manos en su lugar. Su loba debería aullar de alegría pero hay un vacío de silencio dentro de ella. La tristeza se desplaza rápido cuando nota que, en verdad, Harry ha perdido peso.
—Estás más delgado —dice, un breve gruñido en las palabras.
Pero la risa tiembla dentro de él y Sage casi se derrite en su sitio.
—Bueno, la purga tomó mucho de mí.
La culpa es una punta afilada en su corazón. Pero el vínculo desprende una tierna emoción que la hace suspirar, su leopardo está con ella.
—Lo siento.
Harry gira con la intención de quedar frente a frente, así que ella le da espacio pero vuelve a abrazarlo. Él no la rechaza y eso es lo más hermoso del mundo.
—He aprendido mucho gracias a eso. Omega, quiero la luz que me ofreces, la luz que no dejaste apagar.
Ante esa declaración tan honesta, Sage levanta la mirada. Parece un sueño, un hermoso sueño, el hecho de que él esté aquí y de que ella siga con vida, le hace pensar en lo afortunada que es.
—Tenemos una segunda oportunidad.
Harry sonríe, el gesto es pequeño pero sus ojos verdes brillan por un momento, él tiene la mirada cansada, bolsas bajo sus párpados. Sage se pregunta si ha descansado lo suficiente, pero se guarda sus dudas para sí misma, por su mirada él no dirá una sola palabra, incluso le restará importancia. Este hombre terco...
—Logramos lo imposible —responde en su lugar, y luego baja para darle un beso en la frente—. Ya casi tengo el desayuno listo, ve a sentarte.
Aunque desearía permanecer en sus brazos más tiempo, Sage se separa de él y toma un lugar en la isla central. Mientras le sirve una taza de leche caliente y prepara rodajas de pan con mantequilla, Sage echa un vistazo a los alrededores, la casa que él preparó en su ausencia está llena de su presencia, hay algunas prendas de ropa en los sillones, papeles, lápices y un anotador grande en la mesa del comedor.
Y todo huele tan bien, como una hoguera en medio del invierno.
—Come hasta donde puedas —le dice—. Pero si puedes terminar todo, mejor.
Sage encuentra su mirada una vez, reconoce la feroz necesidad de cuidarla.
Para él hay una taza de café con leche, un tazón de cereales y rodajas de pan. Un silencio cómodo se instala alrededor de ellos, como si compartir el mismo espacio fuera un hábito de siempre. Ambos han cambiado, ella no puede evitar cuestionarse lo que debería hacer a partir de ahora.
Sus pensamientos se rompen cuando nota que el tinte rojo ha desaparecido de su cabello. Ella estira el brazo hacia él, Harry vuelve a tensarse pero se mantiene en su lugar mientras ella toma un mechón de cabello negro entre sus dedos.
—No lo has vuelto a teñir —menciona.
La dureza de su mirada la sorprende.
—Solía ser un recordatorio —responde en voz baja.
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Editado: 05.11.2021