Semanas después del baile de beneficencia, su leopardo de las nieves tramaba algo, Sage estaba segura de eso, pero no sabía qué. Los viajes frecuentes a la ciudad y los olores extraños que traía al volver eran dos pistas muy fuertes. Olor a madera, cobre y polvo, a veces era sobre pintura, metal y plástico, otras —en mayor proporción—, eran olores un poco acres, olores humanos.
Eso irritaba tanto a su loba que Sage debía saltarle encima y frotarse sobre él hasta que solo tuviera un olor: el suyo.
Pero, con todo eso, no dudaba de Harry, él no la engañaría pero algo se traía entre manos. Ella lo supo desde que el vínculo comenzó a estar sospechosamente tranquilo, cuando en realidad, se sentía como tener a un pequeño gato inquieto, algunos zumbidos aquí y allá, ronroneos y de vez en cuando gruñidos y hasta algunos mordiscos. Nunca habría imaginado que alguien tan duro en el exterior fuera tan suave por dentro, la mente de Harry sería un lugar muy ruidoso e inquieto, con un montón de ideas y pensamientos siendo analizados casi al mismo tiempo.
Pero ahora, estaba quieto. Lo que indicaba que se estaba conteniendo y no quería transmitir emociones. Al principio, Sage tuvo el fatídico presentimiento de que tal vez estaba volviendo a ese sitio sin emociones para sepultarse otra vez, pero entonces él sintió su preocupación y descargó una intensa oleada de afecto salvaje que la calentó de pies a cabeza.
Era un dilema...
Pero un dilema divertido.
Mientras intentaba averiguar en qué estaría metido, Sage ocupaba su tiempo supervisando la ampliación de la cabaña, en dos semanas sus compañeros de clan junto a varios pumas tenían la mitad de la nueva habitación que se extendía desde una puerta instalada entre la cocina y el comedor. La habitación con baño incluido estaba destinada a ser el sitio donde Valiant pasaría su tiempo.
Debía ser perfecto, vibrante, cómodo y acogedor.
Los lobos entendían sobre eso, pero Sage quería asegurarse.
Esta tarde, sin embargo, el equipo de trabajo tenía un retraso con los materiales de construcción, así que la casa está tranquila. Sage ve el progreso desde el patio trasero, sentada en el interior de la hermosa pergola blanca. Sawyer ha agregado los últimos toques a su creación, tres bancos pequeños y una mesa redonda. Perfecta para desayunos y meriendas.
Frente a ella se encuentra Reed. Una mujer humana más alta que Sage, sus rizos marrones son una explosión alrededor de su cabeza. Ella viste una sencilla camisa de franela roja, vaqueros y botas, un anotador digital transparente en sus manos y su mirada distante, le dicen que está en pleno trabajo.
A Sage le agrada Reed. No le cuesta admitir que sintió celos de ella cuando supo que logró formar un vínculo con Seth, había sacado su inseguridad a pasear durante varios días, preguntándose porqué con Reed sí y con ella no. Lo supo cuando empezó a compararse y a ver que a pesar de que Reed era humana, ella complementaba a Seth de una manera que Sage no podría.
Solo había que verlos a los dos juntos para entenderlos. Su relación tuvo un inicio complicado, pero Seth no era un hombre que pudiera guardar rencor eternamente, tenía una excelente memoria, y un espíritu compasivo.
Cuando veía a Reed desde lejos, Sage dejó de sentir celos, porque al ver esa mirada triste, supo entonces que ella cargaba con un enorme peso sobre sus hombros, algo que pudo identificar como culpa. Ella se lastimaba a sí misma por haber herido a su lobo.
—Él no te odiará por siempre —le había dicho cuando la encontró llorando en la vieja cabaña de Seth—. Pídele perdón y él te lo dará.
En asuntos del corazón, a los lobos les gustaba ser directos. Golpealos una vez y te gruñirán al verte, luego de un tiempo —y de demostrar que no tienes la misma intención—, volverán a acercarse.
Un lobo perdona, pero no olvida.
Reed aprendió eso, como también aprendió a vivir con el peso de sus errores.
Ahora esta mujer, que solía trabajar como psicóloga e investigadora en un cuartel de científicos, se mantiene atenta pero con una postura discreta. Su objetivo en la distancia, es un cervatillo de pelaje marrón pálido cuya confianza ha crecido tanto como para estar transformado frente a otra persona.
Valiant es una criatura increíble, y Reed quiere observarlo para tener un esquema completo sobre los cambiantes ciervo. Tal denominación ni siquiera existe, ellos son un secreto para el mundo y así debe ser para mantenerlos a salvo, sin embargo, esto le ayuda a Reed de muchas maneras. La principal: volver a su viejo trabajo.
Aquel que perdió cuando se quedó a vivir con Seth.
Así que, con el consentimiento de Valiant y la aprobación de Harry, Reed trabaja en un estudio sobre el ciervo, nunca podrá publicarlo en algún foro científico pero ella está conforme con eso.
—Hay otro cachorro —menciona Reed, estrechando su mirada.
Sage hace un barrido con los sentidos y encuentra un olor particular. También lo ha hecho Valiant, quien levanta la cabeza y dirige sus grandes orejas hacia la dirección del olor. Hasta ahora, él solo ha jugado con los demás cachorros en forma humana, por lo que Sage se prepara para contenerlo por si decide huir.
Sin embargo, cuando el lobezno al que identifica como Ronnie —hijo de uno de los lobos que trabaja en la construcción—, aparece entre los árboles, Valiant se queda muy quieto, observándolo.
—Ya ha jugado con Ronnie antes —dice Reed—. Lo identificó como un amigo, por eso no ha huido.
—¿Eso es bueno?
—Mucho. Él mencionó que tenía dos amigos linces que crecieron junto a él, eso probablemente contribuyó a generar una asociación positiva.
—No percibo miedo en él —Sage expande sus sentidos más allá, pero todo lo que recibe es una suave curiosidad del ciervo y el enorme entusiasmo del lobezno gris—. Está tranquilo.
—No le teme a los depredadores —Reed anota eso—. A menos que lo amenacen directamente, Valiant tiene un excelente control sobre sus impulsos de escape.
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Editado: 05.11.2021