Orden de la Escarcha

El Lamento de un Anciano

La fiesta de gala se celebró en un salón bastante grande, muy lujoso, casi hipnotizador para aquellos que nunca habían entrado a ese lugar hasta ahora. Los invitados tenían aquellas ropas elegantes que resaltaban sus cuerpos esbeltos, sobre todo las mujeres que usaban colores oscuros que se adaptaban perfectamente a la noche despejada del lugar, aunque algunas estaban aguantando hasta más no poder el viento helado que seguía soplando felizmente. Los hombres usaban sus esmoquins muy bien pulidos, la mayoría tenían chalecos debajo de su bléiser para captar el momento de caballerosidad y así tener una oportunidad con alguna mujer. Todo el mundo sabía que las fieas siempre tendráian esos eventos ocultos.

La fila de automóviles de lujo se veía desde lejos, la mayoría de ellos tenía un diseño belga muy hermoso que parecían sacados de revistas.

—Todo lo que puede ofrecer la capital—  Kayla soltó aquel comentario sarcástico con una sonrisa burlona al ver que el automóvil en el que iba tenía un diseño similar a aquellos carros, solo que el espacio del conductor estaba sin techo, simulando las antiguas carrosas. 

—¿Sucede algo, mi señora?—. Ella observó al hombre que se encontraba a su lado, vistiendo de un uniforme militar color azul oscuro bastante elegante y una corbata color blanco que haría un buen acompañante con el vestido del mismo color que llevaba ella. A diferencia de muchas mujeres que iban a la fiesta, Kayla tenía una chaqueta del mismo color que su bestido ajustado con falda corta y tacones color dorado que combinaban con un cinturón del mismo color y un bolso. Su cabello blanco estaba muy bien organizado, aunque solo tuviera una pequeño ajuste en la coronilla para definir su cara inexpresiba. 

—No es nada, señor Nolen. Estaba hablando conmigo misma—. Ella solo lo miró de reojo antes de regresar su mirada a la ventanilla, donde solo notaba las múltiples sonrisas que se veía de lado a lado. —Como siempre, son demasiados. ¿Acaso el clan posee tanto dinero?—. 

—Por favor, abstengase de hacer esos comentarios, señorita—. Nolen habló con aquel tono preocupado y delicado que siempre lo caracterizó, pues un hombre de 45 años, que aún se esforzaba por mantenerse al servicio de la familia Foster, era la representación exacta de la experiencia y la tranquilidad a la vez. —Le recuerdo que su familia estará muy preocupada por su futuro después del día de hoy—. 

Kayla deseaba reírse totalmente de aquel comentario, pues era la mentira más obvia e hipócrita que su familia le había dicho a aquel hombre. Simplemente no fue capaz de hacerlo por la manera de expresarse de Nolen, que siempre creyó en las palabras de sus señores. Esa bondad tan hermosa se convirtió en una ingenuidad bastante fácil de manipular.

—Nolen, lamento mucho no cumplir con tus expectativas, pero ya deberías saber que es imposible que mi familia y yo nos volvamos a llevar bien—. Sus propias palabras la estaban clavando totalmente, la estaba destrozando de una manera que nadie nunca imaginaría. Nolen también sabía la verdad de ella, el deseo tan puro y fuerte de ser reconocida por aquellos que la dejaron atrás, pero a su vez estaba bastante ligado a la realidad. Nunca, ninguna mujer, fue capaz de llegar tan lejos. Aun así, Nolen siempre había tenido el sueño de poder ayudar a la joven señorita a sobrepasar los obstáculos, por eso, en secreto, le llegó a enseñar el manejo de la espada y bastantes de sus conocimientos. Fue uno de los cinco tutores que Kayla siempre vivió agradecida. 

—Señorita, antes de que diga algo más, quiero que sepa lo orgulloso que estoy por su crecimiento, su manera tan tranquila de hacer las cosas, su madurez y su belleza. Estoy totalmente seguro que su futuro estará lleno de grandes tesoros, pero el camino que tendrá será muy peligroso—. Por alguna razón, Kayla sintió que algo no estaba bien. Nolen siempre fue el anciano más tranquilo, amoroso, divertido, a veces ingenio y muy importante para todos, pero ese mismo día parecía una persona totalmente diferente a lo que recordaba. Su mirada, su tono, su aura y hasta su personalidad parecían las de un hombre que había aceptado la muerte en el campo de batalla. 

Cuando ella quiso preguntar sobre sus palabaras, la puerta a su lado fue abierta por un joven mozo que le ofreció la mano para salir. Ella ofreció una sonrisa delicada que parecía muy natural, aunque eso le hiciera doler los músculos faciales. Nolen se puso a su lado cuando menos lo esperó y juntos caminaron en dirección al gran salon donde todos aquellos "conocidos" los saludaban amablemente mientras ofrecían sus comentarios aduladores. Kayla aborrecia estar rodeada de tanta gente, pero ¿Qué más podía hacer? Solo se resignó a seguir la actuación, deseando terminar la noche lo más pronto posible. 

Pocas horas después, todo el mundo estaba feliz, bailando, bebiento y comiendo, hablando de la tranquilidad que se estaba viviendo y del cómo despertó la magia después de la guerra, aunque eran muy pocos los afortunados que poseían la capacidad de recrearla a su antojo. Pero lo que no llegaron a darse cuenta fue como una explosión que generó cerca del baile silenció todo, las luces se opacaron, el viento resolpló tan temible como si se estuviera riendo de aquello que estaba sucediendo. 

—A todos los presentes, les doy la bienvenida a este fatídico día—. Todos los invitados quedaron helados ante las palabras de una mujer que tenía un tono delgado, fino y temible. Esas personas estaban en la parte más alta de las escaleras del salón, vistiendo unas túnicas blancas con brillos negros, como si los hubieran roseado con escarcha de ese color. —Antes de que se pongan a gritar por sus vida, a suplicar por la injusticia o intentar pelear por sus derechos inútiles, les recuerdo que ninguno de ustedes, los presentes, son inocentes—. Sus últimas palabras generaron una pesadez en el ambiente que parecía quitar el oxígeno y generaba una especie malestar en la cabeza. Kayla era una de las pocas personas que estaba en un rincón, mirando los sucesos, pues parecía que a ella no le estaba afectando tanto aquel poder que emanaba la mujer. 




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