“No sé cómo será la Tercera Guerra Mundial, sólo sé que la Cuarta será con piedras y lanzas". Era una frase que le venía a mi padre en momentos de crisis, un pensamiento que le transmitió mi abuelo y mi abuelo la aprendió de su compatriota Albert Einstein.
— ¿Ya sabes lo que decía tu abuelo?—me preguntó mi padre al rato de soltar la frase que me aterró: “un Apocalipsis se aproxima”.
—Sí, que La Cuarta Guerra Mundial será con piedras y con palos—le respondí con aire de aburrimiento, de tanto escucharle decir esa fase de Albert Einstein.
—Pues ha llegado el tiempo, el tiempo por el cual mi padre Ralf se preparó toda su vida—añadió mi padre con tono profético. Odiaba cuando hablaba así.
— ¡Por favor papá!, déjate de vainas, sé que la situación parece grave, y debe ser grave, pero de aquí a que venga un Apocalipsis o algo así, no creo. —agregué con gestos de incredulidad y continué. –Mira papá, ¿cuántas veces el abuelo se equivocó? Después de la Segunda Guerra Mundial vino la Guerra de Corea, después la Guerra Fría con la Crisis de los Misiles, luego llegó la Guerra de Vietnam y pare usted de contar cuantos conflictos vinieron y amenazaron con extinguir la humanidad, y la tal extinción nunca llegó.
—Hagamos una cosa José, no perdamos tiempo discutiendo para ver quién tiene la razón en un debate eterno, donde ninguno quiere perder—dijo mi padre, evitando cualquier discusión posible y añadió. —Lo que acabamos de ver en la televisión es grave, muy grave, o mejor dicho y para no caer en alarmismos, que lo que hemos visto ha sido lo más inusual que se ha visto en Venezuela, que dos bandos políticos, implacables adversarios durante dieciocho años, se hayan vuelto aliados y amigos de la noche a la mañana. Esto nos lleva a pensar de manera objetiva, que debemos prepararnos para algo que va a venir.
Mi padre hizo una pausa luego de decirme eso. Me quedé reflexionando en cada palabra que acababa de pronunciar, después de todo tenía razón. Para que dos adversarios totalmente antagónicos se aliaran de la noche a la mañana la situación tenía que ser grave.
—Ok papá, supongamos que ese virus llegue aquí (en realidad estaba muy cerca), y que sea como la Gripe Española a principios del siglo pasado, que cobró la vida de cien millones de habitantes por todo el mundo, incluyendo los más de 25.000 venezolanos que murieron por esa gripe. ¿Qué es lo peor que pudiese pasar?
—Hijo… en una situación como esa, lo peor que puede pasar es que la población entre en pánico y empiece a reinar la anarquía. La gente se convertiría en animales, solo se preocuparían por buscar alimento, agua y refugio a como dé lugar, sin importar a cuantos tengan que matar. Los más educados y cultos si los privas de alimentos, se convierten en depredadores.
—Okey, okey…eso es en el peor de los casos...cierto, pero debemos tener en cuenta que, dos grupos de poderes se han hecho aliados y ambos conducirán una Fuerza Armada para garantizar que tal anarquía no suceda. Y a los hechos me remito, durante el Gobierno de Juan Vicente Gómez, cuando nos diezmó la Gripe Española, esa supuesta anarquía no sucedió—dije de manera firme para dar otro punto de vista.
—Sí, pero la población para aquel entonces era de casi tres millones de habitantes, hoy es diez veces superior, treinta millones de bocas que alimentar y atender—comentó mi padre, sin exasperarse.
—Está bien; sin embargo… en aquellos tiempos durante Gómez, solo había un puñado de ejército, hoy en día hay 200 mil militares activos, y si metemos todos los organismos de seguridad llegarían a unos 500 mil hombres y mujeres que cuentan con una logística de punta y una gran tecnología a disposición. Esto es sin mencionar que la Reserva o Milicia, “seleccionando a los más capacitados”, prestarían su colaboración, llegando a unos 800 mil efectivos bien preparados y dispuestos a dar lo mejor de si—le comenté a mi padre, quién parecía sorprendido de mis sólidos argumentos.
—Si tuvieses razón hijo mío, el primer ganador de este debate sería yo, porque lo más importante es que nada de esto, “como lo pinto yo”; o como lo pintó tu abuelo, ocurra; no obstante, si tu hipótesis estuviese errada, el plan del abuelo es nuestra mejor opción.
—Pero eso significa padre… que tenemos que aislarnos del mundo—agregué con cara de preocupación.
—Si es que queda mundo, hijo…si es que queda mundo. Debemos sobrevivir, la humanidad debe ser preservada, así tan solo quede un pequeño remanente en todo el planeta—señaló mi padre, esta vez colocando una mano en mi hombro y con brillo en los ojos.