Orión

Capítulo 27

Una vez fuera, Adrián hizo que entrara de nuevo en el coche que nos había traído, no sabía de quién era, pero en ese momento nada de eso realmente me importaba, lo único que deseaba era alejarme de todo ese tormento lo más que pudiera.
Una vez dentro, los caballos empezaron a andar. Por lo que había visto, una gran tormenta se acercaba, el aullido de unos truenos, rompían el pesado silencio de los alrededores.
Yo seguía aferrada a Adrián, pero aún no me permitía llorar.
<< Aún no. >>.
Las manos me temblaban, bueno en realidad todo me temblaba; Adrián me tenía con un brazo rodeada por los hombros, mientras me estrechaba contra él, como sabiendo que la persona que tenía entre sus brazos en ese momento se rompería en mil pedazos quedando tirada en cualquier instante.
No lo podía evitar, miles de recuerdos, y de los más oscuros, llegaron como los mismos rayos de allí afuera partiendo mi mente en diminutos fragmentos; situaciones de las que esperaba incluso que mis amigos no se hubieran enterado en sus investigaciones, pues me avergonzaban y me lastimaban de manera que aún no podía empezar a cicatrizar las heridas. En todos esos momentos había deseado la presencia de mis padres, aun cuando hacía años que me decía que ellos estaban muertos, aun así, yo los seguía anhelando sin poder evitarlo.
No supe qué tanto tiempo habíamos estado andando en aquel carruaje, pero la lluvia ya estaba cayendo con furia a nuestro alrededor, mientras espantosos truenos parecían querer partir el cielo en miles de pedazos; era como si mi interior se reflejara en aquella caótica escena.
Sí, me gustaba mucho la lluvia, pero nunca había sido muy amiga de los rayos… no los asociaba con buenos recuerdos.
- Llegamos. – dijo Adrián en susurros, con sus labios pegados a mi cien.
- ¿En dónde estamos? – hablé igual de bajo. En ese momento se escuchó un fuerte estruendo, por lo que me aferré con fuerza a las solapas de su levita.
- En mi casa, pero creo que nos mojaremos, a menos que quieras esperar aquí.
Se escuchó otro fuerte rugido en el cielo; negué con la cabeza, me sentía mucho más segura en una casa, que en un pequeño carruaje.
- Quiero entrar… no soporto estar más tiempo aquí afuera.
- Ok, no te preocupes… pero nos mojaremos, no creo que ahorita esté en condiciones para utilizar mi fuerza. – lo miré un poco extrañada – Puedo ir de un lugar a otro en un parpadeo, puedo llevar personas conmigo, pero requiere de mucha energía, y ahorita no me siento muy vital que digamos.
- No te preocupes, no me molesta mojarme. – dije con lo más parecido a una sonrisa que le podía brindar en ese momento.
- Sí eso ya lo sé. – dijo Adrián acariciando levemente mi mejilla – Entonces vamos.
Bajó, y me agarró en volandas, evitando que yo tocara el suelo. Casi por milagro, los rayos se habían detenido en ese momento, por lo que sólo la lluvia era la que nos acompañaba. Caminamos, o mejor dicho, él camino por un sendero en piedra, por casi 10 minutos, en varias ocasiones le había dicho que me bajara, pero él se negó rotundamente, por lo que no me dio más remedio que abrazarme a su cuello.
Tras los árboles, una gran mansión, al estilo moderno en la Tierra, se dio paso, era casi igual a la casa de Adrián en la tierra.
- Es muy parecida esta casa a la otra. – dije cuando estábamos cruzando la gran puerta de madera.
- De hecho, - dijo Adrián sentándome en el sofá – son iguales, y como te puedes dar cuenta, están decoradas de manera muy similar, sólo que aquí no tengo los modernos aparatos electrónicos.
- Entonces es especial para leer y entretenerse en otras cosas. – dije algo más sonriente.
Adrián se quedó unos instantes mirándome.
- ¿Pasa algo?
- No te lo puedes guardar; vi cómo estabas, parecías a punto de derrumbarte… no puedes guardarte todo eso adentro, tienes que dejarlo salir… tienes que desahogarte.
Agaché la cabeza, no quería que él me viera de esa manera.
- Quiero ser fuerte… - dije en un susurro.
Adrián se arrodilló frente a mí, y tomó mi rostro entre sus manos, haciendo que lo mirara.
- Y lo eres. – dijo con total seguridad – No sabes cuánto admiro lo que has hecho. Te enfrentaste a ellos, no dejaste ver lo mucho que realmente te afectó todo lo que te ha sucedido, te mostraste fuerte y firme. – sentí las lágrimas inundar mis ojos, realmente no quería llorar, pero Adrián me lo estaba poniendo muy difícil – Pero… debes dejar salir todo ese dolor, sé lo mucho que te dolió lo que te contaron de su viaje, lo pude sentir, además… - negó con la cabeza – yo en tu lugar les hubiera hecho saber todo lo que había tenido que pasar por su culpa.
- No tiene importancia, - empecé a decir con la voz ahogada – decirlo o no, no cambia en nada el pasado, además, sé muy bien que eso sólo los haría sentirse peor de lo que ya están. Vi sus rostros, mi indiferencia, y luego mi negativa a que me conocieran, les dolió mucho, así que no le veo sentido a seguir causando más dolor.
Adrián era prácticamente la personificación de la incredulidad. Para ese momento, mis lágrimas ya viajaban libres por mis mejillas.
- Lo único que quiero… es no volverlos a ver; hoy comprobé que yo no les importé en lo absoluto, así que al menos ya no tengo que hacerme ilusiones falsas, y buscar excusas para justificar lo que ellos hicieron. La respuesta es muy simple, ellos… nunca me quisieron.
El llanto se apoderó de mi cuerpo, había hablado tan bajo, que me sorprendería que Adrián me hubiera entendido todo lo que había dicho. Él por su parte, no dijo una sola palabra, se levantó, me alzó, y me llevó escaleras arriba, yo no dije nada, estaba entregada a todo el remolino de emociones que tenía en mi interior. No recordaba cuándo había sido la última vez que había llorado de esa manera, pues la noche en el apartamento de Alejandro, había llorado, pero en esta ocasión, lloraba no sólo por lo que acababa de suceder, sino era por absolutamente todo; mis sentimientos se arremolinaban no sólo trayendo dolores del pasado, sino sentimientos que había experimentado desde hacía tres semanas, además sumándole el haber conocido a mis progenitores, los cuales se habían olvidado por completo de mí; y aunque me disgustaba de sobremanera, no podía negar que era lago liberador, ya que esas últimas semanas de mi vida habían sido muy intensas en todos los sentidos.
No fue hasta que sentí el agua tibia empapar mi ya húmeda ropa, que no supe en dónde estaba.
- ¿Qué… qué haces? – ya estaba sumergida en el enorme jacuzzi.
- Estás totalmente mojada, no quiero que te enfermes, además, no te vendría mal una ducha relajante, créeme, la necesitas.
Adrián empezó a quitarse la sacoleva, seguida del chaleco y la camisa, quedando sólo en pantalones, pues ya se había quitado las botas y las medias.
Lo miré sin poder decir una sola palabra, el llanto ya se había detenido, pero no encontraba mi voz para hablar; mi vestido blanco, parecía querer extenderse a lo largo y ancho del jacuzzi, así que me fijé en él, para no mirar el cuerpo casi desnudo de Adrián.
Sin previo aviso, Adrián entró en el jacuzzi, levanté de inmediato la cabeza, para verlo sólo en ropa interior, dirigí mi cabeza hacia la pared, como si de repente me interesaran los azulejos de la pared.
- De… debería irme. – dije tratando de levantarme, pero Adrián me lo impidió.
- No, quédate; no te preocupes, sólo nos estamos relajando, además nos vendría bien una buena ducha caliente, ya que está haciendo mucho frío.
Era cierto, la temperatura había descendido varios grados desde esta mañana.
Adrián oprimió un botón, y las burbujas empezaron a hacer presencia entre nosotros, la espuma no dejaba ver gran parte del cuerpo de Adrián, por lo que sólo podía ver parte de su pecho, sus brazos y hombros. Me obligué a relajarme, era cierto, ya no quería seguir llorando, aunque sólo había llorado unos pocos minutos, para mí ya había sido más que suficiente.
Me reacomodé el vestido, no era incómodo estando seco, pero por el agua, éste se tendía a escurrir, además de que agregaba una considerable carga adicional a mi cuerpo.
- ¿Estás incómoda?
Levanté la cabeza, y miré a Adrián que estaba frente a mí.
- El vestido pesa, se escurre con facilidad.
- ¿Te lo ayudo a quitar?
No pude evitar sonrojarme, él me sonrió de manera cautivadora.
- Ya te dije que no tienes de qué preocuparte, sólo procuro de que estés cómoda, además, debes tener ropa interior debajo.
Asentí, con mis ojos fijos en la tela que flotaba libre frente a mis ojos. El agua se movió en ondas más pronunciadas, hasta que Adrián se había sentado justo a mi lado.
- Gírate.
Lo pensé durante un instante, pero al final hice lo que me dijo, ya que el vestido realmente me estaba resultando muy incómodo.
Él empezó a desatar primero los cordones, ya que atrás la poca espalda que estaba cubierta, era estilo corsé, luego de eso tuvo que desabrochar una serie de botones.
- Vaya, qué cantidad de cosas. – dijo como si de verdad estuviera enfrentando todo un desafío. Eso me hizo reír, y me ayudó a relajarme visiblemente.
Tras por fin acabar con el corpiño, el vestido salió fácilmente, por lo que Adrián me lo ayudó a quitar por la cabeza, quedando así, sólo en mi ropa interior blanca.
- Eres hermosa, - dijo Adrián, yo aún le daba la espalda, por lo que él aprovechó, y pasó delicadamente sus manos por mi espalda – he visto tu rostro cada vez que alguien te dice algo similar, al parecer no te crees los halagos que recibes; pero en serio te digo que debes creértelo.
Sacudí mi cabeza levemente, para mí era realmente difícil creerme tales palabras.
No hablamos más, yo me acomodé de nuevo, recostando la espalda en el jacuzzi, Adrián no se movió de su lado, por lo que gracias a el silencio, los dos terminamos recostando la cabeza hacia atrás, y cerrando nuestros ojos… habían pasado demasiadas cosas en muy poco tiempo, el cansancio no sólo era físico, sino emocional y mental.
No sé a qué se debía, pero había pensado que no podría dejar de darle vueltas a todo lo sucedido, pero extrañamente, conseguí quedar con mi mente en blanco, era algo que necesitaba con desesperación, ya que con todo lo que había sucedido, mi vida era un caos, en donde nada estaba claro, ya no sabía en quién podía confiar… Sacudí mi cabeza ligeramente, realmente no quería pensar, más tarde lo enfrentaría, tenía que hacerlo, pero por ahora no.
- Creo que es mejor salir ya. – dijo Adrián; sin darme cuenta, me había quedado dormida – Se está enfriando. – dijo con voz divertida, ya que me había quedado mirándolo.
- Aaaa, sí claro.
Me ayudó a ponerme de pie, evitando todo el tiempo que yo apoyara mi pie en el suelo, por lo que para mi vergüenza, tuvo que apretarme contra su cuerpo para ayudarme; salió conmigo de esa manera, y me tendió una bata para que me envolviera en ella.
Entramos a una enorme habitación, suponía que era la de Adrián, pues era bastante masculina, además de que lucía casi exactamente igual a la que tenía en la Tierra.
- Si quieres te puedes acostar, yo iré a preparar algo de comer, no quiero matarnos de hambre.
A pesar de las circunstancias, caí en cuenta que en todo el día no había probado bocado, por lo que mi estómago rugió ante sus palabras.
- No me quiero quedar sola…
- Aquí no te va a pasar nada, - dijo Adrián acariciando levemente mi cintura con sus dedos, pues era de allí de donde me estaba sosteniendo – te prometo que no serán capaces de pasar esas puertas, además, si vienen, no estás en la obligación de recibirlos, por lo que no les quedará más remedio que largarse. – pude notar que esa última frase la había dicho con furia apenas contenida.
- Me tranquiliza que me digas que aquí no me va a pasar nada, y mucho más que me digas que no voy a tener que verlos… si no quiero; pero me refería a que no quiero quedarme aquí sola; me conozco, y sé que en cuanto me quede sola mi mente me va a acribillar con todo lo acontecido, y si te soy sincera, eso es lo último que quiero hacer.
Adrián me sonrió, sabía a lo que me refería por su expresión.
- Esta bien, entonces vamos, pero esta vez yo cocino, porque realmente no quiero que mi cocina se convierta en un campo de batalla.
Sonreí ante sus palabras, y los recuerdos me vinieron a la mente de cómo había dejado su cocina allá en la Tierra.
Suspiré, aún se me hacía difícil aceptar el hecho de que estuviera en otro planeta, ciertamente, aún se me hacía todo extremadamente extraño.
Adrián me alzó de nuevo como un bebé, muy a pesar de mis protestas; llegamos a la cocina y me sentó en un taburete de la isleta.
- ¿Qué piensas cocinar? – dije cuando empezó a sacar cosas aquí y allá de los muebles de la cocina.
- Ya verás, voy a hacer que te derritas de amor por mí, después de probar mi sazón.
Solté una carcajada, lo había dicho con tanta convicción, que no pude evitar mi reacción.
Hablamos de cosas sin mucha importancia, él se sentó a mi lado en la isla, y comimos tranquilamente. Al parecer sin decir una sola palabra, nos habíamos puesto de acuerdo en no hablar de lo acontecido, aunque ambos sabíamos que llegaría el momento en el que tuviéramos que hacerlo.
- Estuvo delicioso. – dije realmente satisfecha, no acostumbraba a repetir, pero no pude evitarlo, pues parecía que no había comido en años.
- Te lo dije… - me miró directamente a los ojos - ¿ya puedes notar que estás perdidamente enamorada de mí?
- Sí, claro, no puedo evitar este sentimiento naciendo en mi pecho. – dije burlona, mientras le daba un pequeño golpe en el hombro.
Aunque dichas esas palabras, no pude evitar estremecerme ante la extraña sensación que se instaló en mi pecho.
Nos dirigimos a la sala, la lluvia caía a raudales; Adrián había preparado té, por lo que ambos estábamos con dos tazas humeantes en nuestras manos.
- ¿Cuándo crees que podré regresar a la Tierra?
Sí, había dicho que no quería hablar de nada de eso, pero simplemente no podía, eran demasiadas cosas como para pretender dejar todo en un rincón encerrado de mi mente.
- No sé cuándo, quizás en unos días.
- ¿No me puedo ir ya? – dije casi con desesperación.
Adrián, quien mantenía la vista fija en la chimenea, se giró de manera que quedáramos de frente.
- Me temo que vas a tener que quedarte unos días aquí, ya que no tengo la energía suficiente para poder llevarte. – se quedó un momento mirándome – Además, aunque estuviera perfectamente, no podría hacerlo.
- ¿Por qué? – dije algo extrañada, pues él sabía perfectamente que me urgía salir cuanto antes de allí.
- Mírate, estás muy débil, el viaje podría costarte muy caro.
- ¿En qué sentido? – dije sin ocultar mi malestar – No es como si el viaje pudiera matarme.
- Matarte no, - dijo Adrián dándome la razón – pero sí estarías prácticamente un mes o más inconsciente.
Abrí los ojos como platos, no me esperaba esa respuesta.
- ¿De verdad? – dije sin poder ocultar mi incredulidad.
- No te mentiría en algo como eso, sé perfectamente las pocas ganas que tienes de estar aquí, pero creo que esperar una semana aquí, es preferible a estar todo un mes inconsciente en la Tierra.
- Pero… ¿por qué estaría tanto tiempo inconsciente? Es decir, cuando vine, se suponía que duraría alrededor de una semana fuera de combate, pero sólo duré tres días; y recuerdo muy bien no haber estado en mis mejores condiciones.
- Puede que no, pero cuando Denes te trajo, no acababas de sacar volando a alguien, además, éste lugar, Néa Zoí, es un mundo cargado de poder, - fruncí el ceño, por lo que Adrián intentó aclararse – lo que quiero decir, es que las personas se recuperan mucho más rápido aquí que en la tierra, es como si el ambiente te ayudara de alguna forma a rehabilitarte, mientras que en la Tierra es mucho más difícil.
Asentí, no podía estar prácticamente en coma durante todo ese tiempo.
- ¿A dónde crees que se fue Denes? – dije después de unos minutos en silencio.
Adrián se tensó levemente, pero me contestó sin dejar que su voz revelara su estado.
- La verdad no sé, por lo que escuché de tu relato, todo depende de qué estuviera pensando él justo en ese momento en el que lo empujaste.
- Si el portal te lleva al lugar en el que estés pensando, ¿cómo es posible que yo llegara aquí?; no es como si lo hubiera visto antes, como para tenerlo en mi mente.
- No es necesario conocer el lugar al que vas a ir; seguramente, Denes te había nombrado el lugar, con el sólo hecho de que tú pienses en él, vas a dar justo allí.
- Todo esto me sobrepasa, - dije tras soltar un hondo suspiro – aún creo que si salgo, voy a poder ir a la universidad, y ver a mis amigos.
Abrí los ojos hasta más no poder.
<< ¿Cuántos días han pasado? >>.
- Deben estar buscándote, ya casi llevas 15 días aquí. – dijo Adrián, dándole voz a mis temores.
- No puede ser. – dije llevándome ambas manos a mi rostro – Deben pensar que decidí dejar todo y huir.
- Por lo que veo ya los perdonaste. – dijo Adrián con tono dulce.
- Me es imposible estar mucho tiempo enojada con ellos, aunque lo que han hecho realmente me dolió. Pero son mis amigos, y ahora mismo me siento mal por quizás preocuparlos.
- Pues vas a tener que inventarte una muy buena excusa para decirles a ellos una vez vuelvas.
En ese momento, sentí que la semana sería realmente corta para pensar en algo para decirles a ellos; no los quería involucrar, pero era bien sabido que mentirles era como pretender hacerles pensar que el fuego no quemaba, y que el agua no mojaba.
Solté otro suspiro, ésta vez era de resignación.
- Si quieres cuando llegue el momento, te ayudo, no sé, quizás sí me pueda hacer pasar por el tipo malo que ellos creen, y les diga que te secuestré en todo este tiempo.
Sonreí ante su ocurrencia, pero negué con la cabeza, por si de verdad se lo estuviera planteando.
- No quiero que sigan pensando cosas que no son; además conociendo a Alejandro y a Lorena, son capaces de hacer que te lleven a la cárcel si tienen una mínima sospecha, lo cual me temo que es así, ya que seguramente a estas alturas habrán notado tu repentina desaparición.
No cabía duda de que una vez regresara tenía que hacer frente a una serie de inconvenientes.
<< Al menos esto ya va a quedar atrás. >>.
Ciertamente eso era lo único que me daba alivio, pues sabía que una vez acabada la amenaza, podría volver a mi vida normal, y dejar toda esta locura como otro capítulo de mi vida.
<< Un capítulo que no quiero recordar. >>.
- ¿Tú qué piensas hacer? – Adrián se quedó pensativo ante mi pregunta. Se levantó y se dirigió hacia uno de los muros, que al igual que en su otra casa, la mayoría por no decir todos, eran de cristal – No tienes que responder, - dije pensando que quizás le incomodaba mi pregunta – al parecer no puedo callarme todo lo que pasa por mi cabeza, es algo que realmente no suelo hacer, pero me excuso diciendo que todo lo que ha sucedido me ha afectado de alguna manera. – dije con un tono más relajado, tratando de cambiar el ambiente.
- No me molesta, - dijo después de unos minutos – la verdad es que no sé qué hacer… - no le veía el rostro, pero por su tono de voz, parecía que no estuviera en ese momento conmigo, sino muy lejos de aquí – Ten por seguro, que una vez nos recuperemos totalmente, te llevaré a tu casa, y quizás me quede unos días asegurándome de que te van las cosas bien, pero…
- Te vas a regresar. – dije terminando la frase que él había dejado suspendida.
Adrián se giró, y me miró directamente a los ojos.
- Por tu voz pareciera que no te da mucho gusto.
Sonreí, ciertamente no me gustaba, pero yo no era nadie para atar a una persona a mi lado.
- Lo importante es que estés bien a donde quiera que vayas; pero sí me gustaría pensar que no vamos a perder contacto.
Él se limitó a asentir, pero algo me decía que una vez nos dijéramos adiós, no nos veríamos de nuevo, al menos no en mucho tiempo.
Había algo que me rondaba la cabeza desde hacía tiempo, no quería seguir con la duda.
- ¿Te pudo hacer una pregunta?
- Claro. - dijo Adrián acercándose de nuevo, y sentándose en una silla de cuero frente a mí.
- ¿Te acuerdas de esa madrugada en la que me recogiste? – él asintió, aunque pude ver algo de disgusto en su expresión – Cuando estábamos en la sala, tú me tarareaste una nana… era hermosa, ¿de dónde la sacaste?
Él se quedó un poco sorprendido por mi pregunta, ya que era un cambio radical al tema de conversación que estábamos llevando.
- No lo sé… - dijo frunciendo el ceño – creo que la habré escuchado en alguna parte, pero no sabría decirte exactamente en dónde.
- ¿Me la podrías tararear de nuevo?
Adrián se quedó mirándome un momento, para luego levantarse, y tenderme una mano; no sabía qué esperar, pero le di la mano, y él me ayudó a levantarme.
- ¿Recuerdas el día que dije que había salido contigo a bailar, para que evitaras problemas con tu amigo?
Ladeé la cabeza, no sabía por qué salía con eso en este momento.
- Claro, me ayudaste mucho, y no sólo esa vez.
Él asintió con una sonrisa.
- Bueno, pues yo también recuerdo haberte dicho que realmente quería bailar contigo, y que por lo tanto quedaba pendiente el hacerlo.
Sonreí, intuyendo a dónde quería llegar.
- Entonces… ¿Qué sugieres para no cometer el horrible atropello de romper una promesa?
- Veamos… - dijo Adrián, poniéndome una mano en la cintura y atrayéndome a él, entrelazó su mano libre con la mía, y con una brillante mirada dirigida hacia mí, me dedicó una hermosa sonrisa, que como siempre, le marcaba los hoyitos en sus mejillas – Creo que podemos matar dos pájaros de un solo tiro, tú me concedes esta pieza, mientras yo trato de que la nana sirva para nuestro baile.
- Me parece una brillante solución. – dije tras una sonrisa.
- Pero… - dijo Adrián dirigiendo una mirada a mi tobillo.
- No te preocupes, no me duele mucho, y no es como si fuéramos a bailar merengue o zamba.
- Por supuesto que no, pero algún día lo deberíamos hacer.
- Entonces, creo que queda otra promesa por cumplirse. – dije radiante por el buen humor de Adrián.
Sin más, Adrián, empezó a entonar las diferentes notas de aquella dulce y bella melodía, mientras que nuestros pasos increíblemente se ajustaban perfectamente al ritmo que él llevaba.
En un momento, dejándome llevar por el momento, terminé inclinando mi cabeza en el pecho de Adrián, sentí que él me apretó más contra él, y continuamos bailando por un largo rato.
Algo vagamente me hacía pensar que no era la primera, o bueno, para ser más exactos, la segunda vez que escuchaba esa nana; pero en ese momento, no era capaz de lucubrar de dónde la había escuchado antes.
Una vez terminada nuestra danza, y al ver que la falta de tecnología en ese lugar era evidente, decidimos cada uno leer un libro, por lo que pasamos las siguientes horas allí inmersos en un mundo en donde las letras impresas te llevan a universos en donde cosas increíbles pasan con total normalidad.
Una vez la noche cayó, decidimos al fin irnos a dormir; una vez Adrián me dejó sola en mi habitación, no pude evitar pensar que ahora mi vida parecía una novela de drama y fantasía. 
Trataba de dormir, pero al cerrar los ojos, las miradas tristes y agobiadas de dos personas irrumpían, de manera que no me dejaban en paz. Golpeé la almohada con desesperación, el dolor se estaba empezando a manifestar en mi pecho. ¿Por qué me abandonaron? ¿Por qué nunca se preocuparon en saber si yo estaba realmente bien? ¿Por qué estando tan relativamente cerca de mí, no fueron a visitarme?
<< ¡¡Porque ellos nunca me quisieron!! >>. 
Pensé con furia y con dolor. Y lo peor de todo es que estaban logrando hacerme sentir mal por el hecho de yo rechazarlos y no querer saber nada de ellos, ¡cuando ellos eran los que me habían abandonado todos estos años!
No pude más, con cuidado me levanté de la cama, y agarré una bata que iba a juego con mi pijama; afortunadamente Adrián, no sé de dónde, había conseguido un pijama más a mi estilo, pues consistía en una camisa enorme, con una pequeña pantaloneta.
Quería sentir el aire fresco, por lo que sin hacer mucho ruido, y caminando más lento de lo que me gustaba, ya que aunque me sentía mejor del pie, aún me dolía al apoyarlo del todo, por lo que cojeaba de manera evidente; salí de la casa.
El aire era realmente fresco, había dejado de llover hacía un par de horas, por lo que el suelo estaba bastante húmedo, aun así no me importó encaminarme hacia el bosque. Al verme rodeada de árboles, sentí una pequeña desilusión al no sentir la misma paz que experimentaba en un lugar similar en la Tierra.
<< ¿Qué tendrá de diferente? >>. 
Era raro, ya que, a simple vista, todo parecía normal, no era como si los árboles fueran morados y en vez de frutos, dieran perritos. Respiré hondo, quizás no fuera el lugar como tal, sino el hecho de saber que no estaba en mi hogar.
Pensé en Adrián, a estas alturas era más que obvio que su relación con sus padres, era inexistente, pero la pregunta era por qué, sobre todo con su madre, quien por cierto no vi en la ceremonia.
<< ¿De verdad ella será igual que Mérope? >>.
Si ese era el caso, no había mucho más qué preguntar, pues Adrián tenía más que motivos para ser así respecto a sus padres.
Seguí caminando despacio, apoyándome siempre en los árboles que encontraba a mi paso. Alcé la vista, y casi me quedo sin aliento al ver las millones de estrellas adornando el inmaculado cielo color ébano. Decidí sentarme en un tronco caído, estaba un poco húmedo pero no me importó, además el dolor en mi tobillo me impedía seguir mucho más allá, eso sin pensar que temía perderme.
- Es muy bonito. – pegué un grito, pero este fue callado de inmediato por una mano en mi boca – ¡Soy yo, Zarek! – dijo pues había empezado a removerme.
Gemí de dolor, ya que había apoyado el pie bruscamente con la intención de huir de mi asaltante.
- Suéltame. – dije con la voz ahogada por su mano.
Me soltó de inmediato, rodeo el tronco, y se acuclilló frente a mí.
- Déjame ver. – dijo señalando mi tobillo.
- No es necesario. – dije aguantando lo mejor que podía.
- No seas tozuda y dame tu pie. – dijo con poca paciencia. Cogió mi pie y lo apoyó en su rodilla, aunque con ese gesto había sido tremendamente delicado – Está muy inflamado, no debiste venir hasta aquí caminando. – dijo reprochándome, mientras que lo masajeaba levemente.
- Primero, si camino o no, no es tu problema,… ¡ah! – solté un pequeño grito pues me había dolido - y segundo, deja de hacer eso, no tienes por qué darme masajes.
- No entiendo por qué te cuesta tanto pensar en ti misma. – dijo en un susurro.
Cuando se dio por satisfecho, dejó el pie delicadamente sobre la hierba, se levantó y anduvo unos pasos más allá de mí.
- ¿Qué haces aquí? – veía su espalda pero sólo gracias a la suave luz plateada que nos regalaban las lunas, pues por lo que había visto, al menos habían tres.
- Vine a ver cómo estabas. – contestó sin girarse.
- Pues ya viste que aún estoy viva, así que ya te puedes ir. – dije con algo de sorna.
- No me gusta saber que estás con ese tipo. – dijo con tono duro.
- Pues eso no tendría por qué interesarte, además estoy mil veces mejor aquí que allá con esas personas. – dije con el mismo tono.
- Esas personas son tus padres Cyrene. – dijo girándose al fin hacia mí.
Mi mirada se endureció.
- Si a eso viniste, a hablar de ellos, ya te puedes ir. – dije con los dientes apretados.
- Cyrene… - por sus palabras, al parecer le gustaba más llamarme de esa manera que Danna, a mí ya a estas alturas era lo último que me importaba – ellos están muy arrepentidos, no sabían todo lo que te tocó vivir.
- Así que al fin te decidiste a contarles la hermosa historia de mi vida. – dije totalmente sarcástica – Creo firmemente que debiste haberlos alertado antes de que ellos me conocieran, así no hubieran alardeado tanto de su tan gratificante viaje a China.
- Cyrene, ellos se equivocaron, de verdad están muy mal por lo sucedido, y ahora más que nunca, al saber por todo lo que te tocó pasar. – dijo Zarek sentándose a mi lado.
<< Y eso que no lo saben realmente todo… >>.
Pensé amargamente.
- Zarek… - dije tras unos segundos de silencio – salí a dar un paseo, ya que no podía conciliar el sueño; hoy, o mejor dicho, ayer fue un día muy duro y demasiado largo. Sé que el hecho de no querer hablar de eso, no va a hacer que las cosas se arreglen automáticamente, porque aunque tú me tomes por tozuda, hay una parte de mí que sabe que debo hablar con ellos… - la mirada de Zarek se iluminó, así que aclaré de inmediato… no quería que se hiciera ilusiones – sólo para dejar las cosas claras, y para… verlos por última vez, ya que no pretendo quedarme, ni quiero mantener contacto con ellos…
- Cyrene…
- No, déjame terminar; créeme, estoy haciendo un esfuerzo enorme para hablar de manera civilizada contigo, ya que siempre que estamos juntos, eso se convierte en todo un reto para mí. – para mi sorpresa, Zarek me sonrió, y asintió como dándome la razón – Sé que me tengo que quedar aquí mínimo una semana más, ya que necesito recuperarme para poder viajar, al igual que Adrián.
- Me imagino que eso te lo propuso Adrián. – dijo de nuevo serio.
Asentí.
- Así es; por lo que cuando pueda, me reuniré con ellos. Así que, te pido el favor que al menos esta noche no hablemos más de todo eso… no quiero… no puedo. – dije ya terminando la frase en un susurro.
- Ok, perdóname, no he querido agobiarte.
Lo miré a los ojos, no pude evitar el gesto de incredulidad en mi cara.
- ¿De verdad te estás disculpando por gritarme desde que nos vimos esta mañana?
- Tú no eres la única que pierde la capacidad de hablar civilizadamente cuando estamos juntos. – se defiende. Lo dice en un tono tan inocente, que no puedo aguantarme la carcajada.
- Bueno, al menos en eso estamos de acuerdo. – dije una vez tuve recuperada mi capacidad para hablar.
- ¿Cómo te sientes? – no pude evitar mi mirada de reproche – Por tu tobillo quiero decir, además de que estabas algo débil.
No pude evitar sonrojarme, ya que él me había pasado energía cuando Denes desapareció tras el muro de agua.
<< Son sólo besos por energía, nada más. >>.
- Bien, supongo, aunque el tobillo me sigue doliendo, pero de energía me siento mucho mejor… gracias.
De nuevo nos quedamos en silencio, aunque no era un silencio incómodo, más bien, era la mejor manera de estar en ese momento, haciendo que sólo el tan particular ruido de la noche nos envolviera.
- ¿Tienes frío? – dijo Zarek girándose hacia mí.
Ciertamente tenía algo de frío, a pesar de que la bata que llevaba encima era gruesa.
- Algo, la verdad es que está haciendo más frío de cuando salí de la casa.
- Aquí las temperaturas bajan bastante a medida que avanza la noche.
Una vez dicho esto, se acercó a mí, y rodeó con su brazo mi cintura, haciendo que quedara totalmente pegada a él. En un inicio me tensé, pero desistí de la idea de alejarme, pues en cuanto lo tuve lo suficientemente cerca, su calor hizo que dejara de tiritar. No pude evitar notar que aunque mis sentimientos aún seguían siendo confusos respecto a Adrián y a Zarek, ya podía empezar a ver ciertas diferencias entre mis reacciones cuando estaba con alguno de ellos, en este caso, a pesar de sentirme un poco más relajada con Zarek, no podía negar que si estuviera con Adrián, no sólo me dejaría abrazar, sino hasta quizás enrollaría mis brazos alrededor de él.
- ¿Mejor? – preguntó Zarek.
- Mejor. – dije con voz somnolienta.
No supe en qué momento, pero no fue hasta que sentí el suave colchón en mi espada, que me desperté.
- Sshhh… tranquila, no te quería despertar. – dijo Zarek acariciando mi mejilla.
Me mordí el labio, estaba avergonzada, lo último que me hubiera esperado era quedarme dormida con él abrazándome en medio del bosque.
- No hagas eso. – dijo muy serio, mientras liberaba mi labio, su pulgar pasaba tan delicadamente por mi labio que apenas y lo sentía – Me voy, descansa.
Empezó a ir hacia la puerta, pero antes de coger el picaporte de esta misma, se giró y de tan sólo un par de pasos, llegó de nuevo a mi lado; todo fue tan rápido, que no me dio tiempo a reaccionar, agarró mi rostro entre sus manos, las cuales estaban sumamente calientes, y sus labios se apoderaron de los míos, su lengua dibujó el contorno de mis labios, haciendo que por más que lo evitara, un gemido se escapara, algo que aprovechó, para explorar mi boca con su lengua, no tarde en responderle, era como si me hubiera embriagado, y me fuera imposible entrelazar más de dos pensamientos coherentes; mis manos como movidas por un hechizo, se entrelazaron en su cuello, y jugaban con el pelo de su nuca, él soltó un gruñido de lo más profundo de su pecho. Por fortuna, cuando el beso se estaba haciendo cada vez más imparable, Zarek tuvo el aplomo de separarse, me acarició los labios con un beso ligero, mientras su mano acariciaba mi mejilla totalmente sonrojada.
- Te veré mañana… tenemos que hablar.
Sin más, y sin darme tiempo a decir nada, claro que en ese momento no se me ocurría nada qué decir, se fue, dejándome con el corazón latiendo de manera salvaje en mi pecho, y por supuesto desprovista de sueño alguno.
<< ¿Qué me pasó? >>.
Ese fue uno de los pensamientos que me acompañó por el resto de la noche.
Me sentía sumamente mal, ya que tan sólo unos minutos antes estaba pensando en que de ser Adrián el que me estuviera abrazando, yo lo abrazaría a él también.
No podía explicarlo, pero era como si cada vez que estaba con Zarek, mi voluntad no estuviera presente, y la poca que se trataba de resistir fuera doblegada por un poder mayor. Por eso no me sentía del todo cómoda con Zarek, ya que todas mis reacciones eran como dirigidas, mientras que con Adrián todo era más natural, podía sentir que era realmente yo la que actuaba.
Con un suspiro de frustración conmigo misma inició una de las noches más largas.




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