De camino a Obaura, pueblo de artesanos y campesinos, los tres viajeros fueron emboscados por un guerrero ermitaño. Este caballero de mediana edad pensaba que los visitantes eran soldados del terrible Ermor, por lo que, sin percatarse de que estos no eran esqueletos andantes, intentó atacarlos con su katana.
—¡Alto ahí, engendros! —habló el caballero con firmeza.
Los viajeros se detuvieron y levantaron las manos. El caballero que se ubicaba detrás de ellos les preguntó por el motivo de su presencia en el lugar. A lo que Gael respondió:
—Solo vamos de paso, no queremos causar problemas.
El soldado rodeó a los tres hombres y concentró su mirada en Orestes. Lo analizó de pies a cabeza y en un abrir y cerrar de ojos, se arrodilló ante el príncipe.
—Le ruego que perdone mi imprudencia, príncipe Orestes. —dijo —no tenía idea de que se trataba de usted.
—¡Levántate! —ordenó el hijo de las estrellas mientras miraba al soldado. —¿Cuál es tu nombre?
A lo que el ermitaño respondió con la voz entrecortada por los nervios —Akira, me llamo Akira, mi señor. —luego miró a Orestes a los ojos —Buscan a Valyra, ¿Verdad?
Orestes asintió, mientras que Gael y Batbayar miraban estupefactos al ermitaño. Para Orestes no era sorpresa, pues sabía que si el príncipe estaba allí era porque estaba buscando a la guardiana.
Un anciano a lo lejos gritó al guerrero, se trataba de su abuelo quien en ese instante pastoreaba a un rebaño de ovejas blancas con mucha lana. —¿Qué estás haciendo, muchacho? ¿Te he dicho que estés holgazaneando con tus amigos de la otra aldea?
—Es el príncipe Orestes. —respondió Akira y se disculpó con los visitantes por la imprudencia del anciano.
El guerrero los invitó a ir con él hasta su casa, una pequeña cabaña situada en un lago cercano al valle. Akira comentó que Valyra estaba en lo alto de la montaña “Kin'iro no kuchibashi”, que quiere decir Pico dorado en Japonés. Valyra llegaba al lugar a meditar como parte de su entrenamiento. Debía ser fuerte, pues sabía que muchos enemigos pronto llegarían a atacar a varios guardianes en el palacio de Treocia.
Orestes esperó pacientemente por el regreso de Valyra, permaneció en casa de Akira junto a sus compañeros de viaje y allí conversaron un poco con el guerrero. Al caer la noche, Valyra regresó encontrando a Orestes en el lugar.
—¡Vaya sorpresa! —exclamó la mujer —príncipe Orestes, no esperaba hallarlo aquí.
—Supuse que estabas en esta aldea, razón por la cual llegué para entrenar contigo antes de seguir con mi viaje —comentó Orestes.
—Me honra con su petición, mi señor. —Valyra se postró ante el hijo de las estrellas.
La guardiana sentía temor de Orestes, pues desde que él era un niño, ella notó que Orión habitaba en su interior. Sin embargo, jamás mostró tenerle miedo, pues al príncipe no le gustaba que sus súbditos se sintieran de tal modo cuando estaban en su presencia. Valyra actuó con entera naturalidad y le dijo Orestes que entrenarían al amanecer.
Al llegar el alba, Orestes y Valyra partieron hacia una pradera ubicada a varios metros de la casa de Akira y allí se dispusieron a entrenar hasta el mediodía. La guardiana vio que el príncipe había avanzado mucho gracias a las enseñanzas de Plerión.
Minutos más tarde, el príncipe decidió salir a caminar y conocer el lugar. Obaura le parecía bastante interesante, y además, quería conocer a las famosas tijerinas de las que tanto le hablaba su tío en repetidas ocasiones. Fue allí, que a escondidas de sus compañeros de viaje, Orestes tomó rumbo en dirección al pequeño bosque que marcaba el límite entre el pueblo de Obaura y la aldea vecina; Sabidia.
Escabulléndose en medio de los arbustos y matorrales, el curioso príncipe pudo hallar el jardín de Krone, junto a la cascada Esmeralda, hogar de las tijerinas. Allí, Orestes pudo ver por primera vez a las místicas mujeres de piel blanca como algodón, cabellera negra azabache tan larga hasta donde la espalda pierde su nombre, de ojos café y aquella característica por la cual eran tan famosas y temidas; filos en sus brazos.
—¡Por el cinturón de Orión! —balbuceó —No creo en lo que ven mis ojos.
Allí, Orestes fue sorprendido por Akira, quien susurró asustando a Orestes diciendo —las he cazado por mucho tiempo, pero son hueso duro de roer.
—¿Qué haces aquí, Akira?
—Esas mujeres han causado la muerte a muchos aldeanos, matan por placer y son muy escurridizas si de acosar se trata.
—No las creo capaces de hacer semejante cosa —comentó Orestes —¡Míralas! son tan hermosas.
—No confíe en la apariencia de esas doncellas, pero si no cree en mis palabras, entonces lo reto a que las enfrente.
Sin pensarlo y causando una leve decepción en Akira, Orestes salió de su escondite y se dirigió a las mujeres quienes estaban desnudas en aquel lago disfrutando de la helada temperatura de sus aguas.
Al percatarse de la presencia del hombre, las tijerinas se alertaron y cubrieron su desnudez sumergiendo sus cuerpos en el agua. Una de ellas habló con desdén amenazando al príncipe de que abandonara el lugar de inmediato, pero Orestes ignoró a la mujer halagando la belleza de las doncellas.