Recuerdo un día frente a tu sepulcro
El calor era abrasante como las llamas de un endemoniado corazón de amante
El ave triste posaba su plumaje a las cuencas vacías y a los tristes ojos que pedían un minuto más.
Pero la hora había llegado y en sus corazones no florecieron a la ternura de una luna vacía.
Papá me enseñó el silencio
En las llanuras muertas, si esperabas un poco podías oír la fiera invisible que rugía lamentos de una guerra
Las nubes de níquel surcaron otro rumbo, a montañas sin lágrimas.
Corazón herido, se abría a la espera de tu regreso
Pero el polvo de tus huesos se fundía con la tierra virgen de aflicciones.
Veía la muerte, concretamente la tuya, como el vil desvarío de los desdichados
Pero vino en su corcel con dádivas cáusticas perfumadas con lirios.
La guerra ya no se combatía entre desconocidos guerreros de otra lengua
Sino entre hermanos por un pequeño trozo de pan.
También contra uno mismo, para no volver uno a su naturaleza
¿Vale la pena luchar hasta que a los dedos les falte la carne, por media canastilla de duro pan?
Creo que tu muerte fue un frívolo milagro, te cegó de ver la muerte de inocentes niños bajo una misma bandera roja.
Papa me enseño el silencio, frente a su sepulcro
Rugía violenta la fiera invisible de las praderas.