Al día siguiente, temprano, Jazmín volvió al hospital. Rosa había decidido quedarse en casa para hacer los últimos arreglos en el cuarto que con las horas finales de ayer se habían apostado a preparar. Les resultó un arduo trabajo transformar el espacio en el adecuado para el nuevo integrante de la familia. Era un ambiente pequeño en comparación de las otras habitaciones, pero al remover lo innecesario se volvió espaciosa y confortable. La energía de Rosa tuvo a mal traer a Jazmín, tan movida de entusiasmo que no quiso esperar al día nuevo. Era algo que ya debía estar listo desde hacía meses, pero llegado el límite y no cumplido sacó lo mejor de su prestancia. El cuarto estaba deshabitado desde hacía tiempo, mas su amueblado era impecable y lista para ser usada con la comodidad de tan solo abrir la puerta y entrar. Pero para Rosa carecía del ánimo inocente para quien desde ahora habría de pertenecer. Desarmaron las camas, vaciaron cada cajón de la cómoda y hasta quitó las cortinas que lo hacían un lugar señorial y taciturno. Reconstruyeron el espacio ahora amplio con lo propio de su nuevo huésped. Una cuna que Frank consiguiera en un local de objetos usados ocupó el centro del cuarto, algo desvencijada, pero a buen precio para la inestable economía de la casa. La magia de Rosa cubrió la precariedad de encanto. Eligió cortinas delgadas y de colores vivos para que la luz exterior amenizara la disposición y su buen criterio convirtió la humildad en lujo. Cayeron rendidas las dos mujeres al pasar la medianoche, cansadas pero satisfechas de su labor.
Todavía restaban detalles que el ama no podía permitir. Envió a Jazmín sola al hospital mientras ella se encargaba de tales menudencias. El agotamiento la acompañaba haciendo su cuerpo pesado y exigente en sus movimientos, todavía resentidos por la actividad impropia de su trabajo y su paciencia. Llevaba al hombro un bolso cargado de provisiones. Rosa no había olvidado la crítica que Amelia hiciera de la comida del sanatorio y cuando Jazmín llegó a la cocina arrastrando bostezos y somnolencia, un apetecible menú ya aguardaba su entrega dentro de varios recipientes de plástico y un termo con café. Nada le era exagerado y a fin de no contradecirla, se hizo la joven en el instituto con el envío de contrabando. Entró con dominado temor, pero ninguna atención llamó entre los circundantes. Cruzó la sala y al dar con el corredor hacia maternidad, dio con Frank saliendo de ella.
–Ah Jazmín –vociferó sonriente –. ¿Qué haces aquí tan temprano?
–Buen día. Traje algunas cosas, de parte de Rosa –le dice mostrando el contenido de su bolso.
–Esa mujer nunca cambiará –rió –. Tanta molestia para nada. Ya estamos prestos a volver a casa.
–¿Tan pronto?
–Sí, el médico ya dio de alta a Amelia. Iba a buscar el auto precisamente. Pero ve con ella. Seguro le gustará desayunar antes de marcharnos.
–¿Hay alguien con ella? –le preguntó Jazmín, temerosa.
–No, está sola con el bebé –sonrió al ver el gesto de la chica –. Ve con ellos. Volveré enseguida.
Salió cruzando la puerta doble. Jazmín quedó aturdida por la inconciencia, fresco el recuerdo de lo que sucediera la mañana de ayer. Se apresuró a la habitación. Al entrar encontró a Amelia ya levantada y vestida, sentada junto a la cuna con Darion en sus brazos. El niño prendido a su pecho mamaba tranquilamente. Su madre lo arrullaba, reflejando en su rostro una ternura inmensurable por la escena. Jazmín sintió recibir una bofetada de extraña realidad.
–Hola Jazmín –le saludó al verla aparecer.
–Buen día, señora –le devolvió, impactada.
–¿Está todo bien? ¿Te ves pálida?
–Estoy bien. ¿Y usted?
–Sí, querida –le respondió sonriendo –. Ya todo está bien.
–Rosa le manda esto. Me contó que no le gusta la comida de este lugar.
–Bendita sea esa mujer –murmuró Amelia –. Muero de hambre.
–¿Gusta desayunar ahora o quiere esperar a estar en casa?
–No podemos desaprovechar la buena predisposición de Rosa ¿Verdad? ¿Tú has desayunado?
–Solo una taza de café.
–Entonces acompáñame, linda.
Darion satisfecho ya dormía. Amelia lo acostó en su cuna y lo cubrió con su mantilla con una devoción desconcertante. Jazmín vació su bolso sobre la mesa, atónita del cambio de actitud presenciado. Se sentaron a desayunar y la flamante madre hizo provecho de los dones recibidos hasta saciarse de gusto. Cuando Frank volvió al cuarto, se sumó al banquete en que las damas participaban, sin ser empujados de su necesidad anterior por abandonar las salas y pasillos del nosocomio. Furtivamente cuan si cumplieran un acto ilícito, murmurando y riendo en lo bajo por su osadía. Entre los tres disfrutaron de la cortesía de Rosa hasta solo dejar envases vacíos y livianos. Recién entonces se prestaron al éxodo. Darion plácidamente dormido en brazos de su madre, su padre encargado del equipaje y detrás de ellos, Jazmín arrastrando el asombro y una pregunta imposible de responder.
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Editado: 06.08.2019