Al ver a Frank entrar, su rostro se encendió de emoción. Su pluma cayó sin importancia y se levantó para recibirlo a medida de su contento.
–¡Frank, muchacho! No sabes cuánto me alegra verte vivo.
–Veo que has estado ocupado, Anthony –sujeta con fuerza la mano que le tiende –. No recuerdo que estuviera esa pintura la última vez que subí aquí.
–¿Esa? La conseguí hace unas semanas apenas y justo allí ha encontrado el lugar correcto a su importancia –brilló su ánimo al serle notada la adquisición –. ¿No te parece sublime?
–Supongo. ¿Mitología nórdica, no es así?
–Tienes buen ojo, Frank, enorgullécete que así sea. Representa el Ragnarok, el fin del mundo para los antiguos pueblos escandinavos. ¿Conoces la historia?
–Desde luego. He leído sobre ella. Muy interesante.
–Sí que lo es. Un artista joven la pintó, novel, pero de gran talento. Me atrapó su obra al primero momento. La forma en que lo representó me llamó mucho la atención. Y, me conoces, no pude resistirme de tenerla.
La obra de la que tanto se enorgullecía distaba de ser el arte maestro que él creía. O quizás el viejo entendía más al respecto, a quien el estilo utilizado no le resultaba muy atractivo y que solo veía un errático amasijo de colores y formas imprecisas representadas con notable violencia. Nunca le había cautivado el arte abstracto, incapaz de captar la esencia que en él se deseaba inspirar. Fueron solo algunos detalles en medio del ambiente caótico los que le dejaron descubrir la intención de la obra y, un poco también, un azaroso atino. Pero Anthony estaba fascinado de su supuesta perfección y no quiso desdeñarlo.
–¿Y trabaja para ti ahora? –murmuró –. ¿Este joven pintor?
–¿Cómo se te ocurre? –le replicó Anthony –. Un artista tiene que ser libre de espíritu. Si se dejara vender no sería más que un farsante. ¿Me entiendes? Pero sí cuando termine una nueva pieza, seré al primero que llame y bien le convendrá. Ahora dejemos esto de lado. No has venido a conocer mi nueva pintura. ¿Verdad?
–Ciertamente.
–Ven y siéntate entonces. No he sabido de ti en más de un mes –comenta con cierto matiz de reproche.
–Sabes como es este trabajo que te cumplo –se escudó Frank con cierto gesto de desazón –. Me ha mantenido muy ocupado.
–No me has entendido, muchacho –le interrumpe Anthony en tono severo –. No necesito que me lleves al tanto de tu trabajo. Puedo seguirte en ello con solo ver estos papeles. Es de ti que no sabía nada.
–Han pasado tantas cosas en este poco tiempo –le evadió –. Supe lo que te había pasado y supongo no quise fastidiar con minutas.
–¿Y qué fue lo que me pasó, precisamente? –pregunta sorprendido.
–A tu problema familiar me refiero, que más –le explica Frank algo desconcertado –. ¿No has tenido que viajar por ello acaso?
–No tengo idea de donde sacaste ese disparate o quien te ha tomado en burla –le respondió haciendo una mueca de gracia –. Y sí, he hecho un pequeño viaje hace cuatro semanas, pero lejos está por los problemas familiares que refieres. Solo me tomé unos días para soltarme de esta compañía y descansar un poco. Te jugaron una mala mano al parecer. ¿Quién te dijo estas sandeces?
–No creo que eso importe –le devuelve, visiblemente airado –. Es mejor que lo dejemos así.
–Fue Telawait, ¿No es cierto? –en la reacción súbita de Frank halla la respuesta –. Infeliz como ese nunca he visto. Cuando lo tenga a mano me escuchará.
–Déjalo, no vale la pena –le compuso apelando a gran dignidad –. Solo dime que también es mentira que fue ascendido a subgerente.
Anthony corrió la mirada a un lado.
–Lamento decirte que eso sí es verdad. Y muy a mi pesar te lo digo.
–Pero, ¿Qué pasó con Hermann?
–Se retiró. Hacía ya tiempo que deseaba hacerlo y esta vez no hubo forma de convencerlo de quedarse.
–Que pena. Era un buen hombre.
–Fiable como pocos te digo. Pero se le notaba ya el cansancio. Ya había pasado los ochenta y no quería seguir con esto.
–¿Ochenta años? No los aparentaba.
–Los números son fríos y crueles, muchacho. Estuvimos como estamos nosotros ahora y noté su agotamiento. Lo entiendo ¿Sabes? Pasar los años que le quedan sin el peso de este lugar. Quizás fue su mejor decisión y no lo comprendí en ese momento. Pero se fue en buenos términos, te lo aseguro. Mantenemos contacto desde entonces. Sé que vive en su finca en las afueras y dedica sus días a la pesca sin más preocupaciones.
–Me alegro por él –murmura Frank –Se lo merece, años ha cedido a los números que de esta empresa ha llevado. Solo lamento que su lugar lo ocupe ese remedo.
–Sabes que Telawait existía para sobarle el escroto a Hermann y se desvivía por complacerlo como una ramera bien cobrada. Le tenía en más estima que nosotros. Era casi su consejero y en los últimos tiempos más basaba en sus opiniones sus dediciones que en las de él mismo. No le fue difícil proponerlo para su silla y se lo aceptaron.
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Editado: 06.08.2019