El sonido agudo del teléfono rompió el sosiego en que se hallaba. Y con el fastidio que le cubría, no le mereció al llamado sino un fuerte descargo mandando tácitamente al diablo a quien quiera estuviera tras la bocina. Pero fue de tal insistencia que no tuvo más remedio que volverse al escritorio y responder. Tomó el auricular con brusquedad, mas controló su enojo para atender con natural acento, ocultando su contrariedad.
–Hola, buenas noches.
–Buenas para ti –resonó desde el otro lado –. ¿Eres tú, George?
–Así es. ¿Quién pregunta? –replicó, sorprendido acaso por la familiaridad descubierta.
–¿Es que no reconoces mi voz, Georgy?
Enarcó las cejas.
–¿Frank? ¿Eres tú acaso?
–Sí, viejo amigo. Que gusto oírte.
Le alegró de tal manera aquel encuentro con su íntimo que los agobios que mostrara se esfumaron así nada más y hasta su mueca profundamente afectada mutó en una sonrisa libre y jubilosa. Ocupó su lugar tras su escritorio, mas se dejó caer sobre él, motivado por la favorable circunstancia. Espontáneamente su abatimiento le abandonó por la influencia de Frank y hasta las urgencias que lo obligaban allí quedaron al margen de la repentina condición. Durante los primeros instantes unió a los hombres en pueriles conversaciones que George representó en carcajadas desaforadas que, excediendo los límites de su cubil, atrajeron confusamente la atención de su familia. Incluso Wendy desde su retiro pudo oírle, más como un grito compulsivo que una risa ronca, y de ella se dejó guiar para acudir a él y su repentino alboroto. Hasta los niños se sintieron afectados por este impropio, siempre tras las puertas de la oficina una dimensión de imperturbable quietud. Pero al dar Wendy en ella encontró a su esposo víctima del entretenimiento que por la bocina ambos alcanzaban. El rostro del regordete abogado había enrojecido, acalorado de humor y hasta los ojos le brillaban líquidos de tanto reír. La expresión de la mujer al presentarse, llena de sorpresa y dueña de cierto dejo de la anterior preocupación, le obligó a la respuesta y cubriendo la bocina nomás balbuceó al causante de su júbilo inesperado, haciéndola volverse meneando la cabeza y guiando hacia arriba la mirada.
El momento de alegría los mantuvo animosos por un largo rato, ocupados por lapsos en extraer del pasado aquellas memorias que tan bien favorecían al cometido que los había reunido, tan impersonal pero capaz de hacerles sentir muy cerca la presencia del otro, y tan juntos en los escenarios que revivían con tanta añoranza. Pero de a poco el máximo logrado comenzó a descender y aunque eufórico, notó George cuán así este mismo estado se iba apagando el ánimo de Frank y en tal punto volviéndose cada vez más secos sus comentarios, menos risueña su voz, como quien le priva de pronto el aire a un fuego salido de control. Se reveló George alimentando solo el fragor primerizo que cultivaran y se sintió de repente ridículo de entusiasmo viéndose protagonista de una escena que ya a nadie atraía. Dio fin a su carnaval y conforme sus risas se perdían en suspiros de compostura, sintió a su amigo regresar a una realidad desde el principio camuflada por un ardor artificial y trabajado. Antes que el presente, había sido Frank quien propusiera en nexos referentes, abrir en su plática caminos al pasado, exactamente donde se hallaban en pureza las mejores vivencias, y George le había acompañado en su promiscuidad por volver a aquellas épocas, pero embarcado notando el énfasis desesperado con que le apuró a aquel viaje. Pero todo sueño encuentra la tierra al cabo y al regresar, ya sobrios de pasado, pudo ver por cuan pesado presente Frank había deseado escapar. Y en la consternación con que de pronto le oía, cayó en que algo de su amigo andaba mal.
Las nuevas en la vida de Frank dejaron a George aplastado en su sillón. Y en su fuero le costaba creer que en tan poco tiempo su amigo recibiera por suerte un revés tan degradante. Para sí sopesaba las aristas de la escabrosa historia de la que se enteraba y pacientemente, sin aportar sino oídos, le dejó desentrañar su complicado hilado. Mas el relato se atropellaba en ocasiones y con tanta gravedad y énfasis en lo básico que se tomaba inconexo y hasta confuso por la brusquedad de ánimo con que en ellas se desenvolvía. La capacidad de George para captar los pormenores de cualquier confesión era virtuosa y no dejó escapar ni el más inofensivo detalle, grabando en su mente de un extremo al otro cuanto le confiaba, cuan claro como si lo escribiera en papel.
Se vio oficiando de abogado sin darse cuenta y en su interés por saber, sus expresiones se habían vuelto secas y carentes de las emociones que en su amigo hacían el telón de sus momentos. Agudo en aquellas preguntas con que buscaba claridad en los baches que el atropello creaba y por instantes ganaba en ellas quizás la crudeza con la que interrogaba a sus clientes sin sentirse afecto por donde clavaba la duda y llegado el caso resultó molesto para Frank su desamor en los puntos que le eran de su mayor afección. Llegó a irritarse y supo mostrarse grave al reclamar el modo en que parecía escurrírsele las fatalidades de su relato. Su enojo se hizo, pero George se apresuró a sofocarlo antes de que el malentendido se volviera discusión.
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Editado: 06.08.2019