Se hizo entre ambos el silencio, como una confirmación muda de las condiciones planteadas. Contemplaron juntos el agónico ritual del atardecer, entintado en rojo que parecía envolver los contornos opacos en una aureola de fuego. El aire se vio afectado por la creciente humedad otoñal tornándose frío y crudo. Las sombras del ocaso se intensificaron devorando la luz a poco reinante. Amelia volvió a la casa, sensible a la hostilidad que incitaba la proximidad de la noche. Frank le imitó después de guardar las herramientas en su lugar. En el interior el ambiente se mantenía cálido y confortable gracias a los calefactores tempranamente encendidos. Mientras subía al cuarto para asearse y quitarse sus vestuarios de jardinero, Amelia se entretuvo mirando en la televisión las insípidas ofertas de aquellas horas, donde la mediocridad mediática gobernaba los canales y los noticieros amarillos encontraban su máxima difusión.
El agua caliente alivió el cansancio ganado por el arduo trabajo realizado y los calambres obligatorios de una actividad forzada en el físico ajeno a la costumbre. En la espalda, sobre todo, en las rodillas y hombros, el dolor se acentuaba en las articulaciones. Con todo, era aquel estado de sobriedad mental lo que a Frank satisfizo, una sensación de claridad donde antes sentía tener una masa gaseosa tan expandida que forzaba su cráneo intentando salir. Se permitió el gozo de aquel momento y cerrando los ojos se dejó llevar por el embrujo, la extraña conciencia de un ser bajo la lluvia, propenso al contacto de cada gota, el sonido de su choque inclemente, la ilusión de serle comprendidas las lágrimas. Cuando cerró el grifo se descubrió limpio, fortalecido y muy liviano en un espacio inmenso. Solo el murmullo ahogado del agua sucia siendo devorada por la tubería a sus pies era seguro dentro de la nube de vapor que le encerraba.
Se arropó ya con su pijama y calzó sus pantuflas, pero cuidó de peinarse correctamente como para la mejor de las ocasiones. Encontró al bajar del cuarto a Amelia rehén de la pantalla, entretenida en un programa de chismes en sola compañía de una taza de té que, con seguridad, Rosa le facilitara. Tan absorta le tenía que no le oyó volver a la sala. Torció el cuello al reconocer el show que le absorbía, en un gesto casi involuntario, cuan si el contenido en pantalla le hiriera sus principios. Despreciaba de un modo visceral aquellas puestas en escena y las consideraba en llano la decadencia televisiva de las últimas épocas. Y sus protagonistas, gente indecente que no merecía el espacio. A su juicio eran individuos desesperados por destacar, pero asaz carentes de talento artístico y en cuya compensación encontraron la forma de hacer de sus vidas un espectáculo y de sus relaciones los escándalos que colmaban cada medio. Y como el escándalo vende, más su sed de pantalla, eran perseguidos por los cazadores de sus primicias hasta en sus ocasiones más íntimas sin reproche alguno. Así plagaban las tapas de revistas en impúdicas situaciones, haciendo de sus vergüenzas la razón de su éxito. No era más que basura, pero a Amelia le gustaba y cualquier reprensión hubiera sido retarla a duelo, así que le dejó hacer en tanto le mantuviera relajada y distendida.
Se asomó a la cocina. Incluso siendo silente en su proceder, Rosa lo descubrió estando de espaldas y entregada a preparar la cena. Ese sexto sentido que poseía, o don de vieja chismosa tal vez, pero nada se le escapaba. Sonrió al verlo allí husmeando.
–Todavía falta para la cena, jovencito –exclamó limpiando sus manos en el delantal –. ¿Quieres una taza de té?
–Estoy bien –le contesta abriendo del todo la puerta –. Voy a estar en el escritorio, por su necesitas algo.
–¿Una llamada por hacer?
–Eres una vieja bruja. ¿Sabías?
–Sí, lo sé. Ya largo de mi cocina.
Se encerró en la biblioteca, silenciosa y sombría como un páramo. Encendió las luces; las lámparas empotradas en la pared bañaron en ámbar el ambiente reafirmando las formas ocultas en las penumbras. Cerró la puerta y los murmullos de la casa, hasta el más delgado, quedaron afuera convirtiendo el espacio en un plano ajeno. Se acomodó tras el escritorio y se tomó un momento para recapacitar sobre lo que allí le llevaba; permanecía el libro que nomás ojeara esa tarde, incapaz de perderse en su ficticio mundo como prohibido a separarse de la realidad de la que ansiaba escapar. Acarició su dura tapa, repasó con su dedo el título de la obra escrito en relieve y resaltante en blanco sobre el resto color rojo vino, una puerta bloqueada a sus mundos le eran impedidos. Mas se entendió evadiendo una situación de desenlace impredecible y dejando de lado las distracciones tomó el auricular con súbita premura y coraje. Marcó. El llamado se prolongó en largos minutos y fue respondido en el momento en que la insistencia encontraba rendición.
–Hola –devolvió una voz femenina y agitada.
–¿Wendy, eres tú? Buenas noches. Soy Frank.
–Ah, que tal Frank –exclamó la mujer sin reponerse –. Que gusto oírte.
–¿Te encuentras bien? ¿Interrumpo algo? Puedo llamar más tarde.
#4646 en Novela contemporánea
#12328 en Joven Adulto
romance, suspenso amor desepciones y mucho mas, traiciones y secretos
Editado: 06.08.2019